Permítame que haga algo tan pedante como recordarle uno de sus poemas:
Breve Historia de la Muerte
La muerte la ha creado un hombre flaco.
Un hombre muy normal que vive solo.
Empieza a estar ya viejo. Nunca sale.
ni siquiera al pasillo. Lleva un pin
con una calavera y aprovecha
las veces que el vecino pide sal
para hablar de la liga y comentarle
que él inventó la muerte. Sin querer.
Ahora que no nos escucha nadie, permítame que me sincere: me tiene cautivada. No pretendo ligar con usted, no se lo tome por ese camino, por favor. Me tiene cautivada literariamente. Encontré su libro (
Memoría, 2009) entre los de poesía de la librería La Central del Raval de Barcelona. Me lo llevé a casa (pagando) por ser usted de mi edad, incluso un poco más joven, por ser usted poeta y por tener su libro a la venta en una librería al uso. Lo he leído con el corazón encogido por la inesperada conexión que he encontrado en sus palabras y las mías.
Yo no soy una grandísima poeta (creo que ahora mismo nadie lo es del todo, pero yo menos), pero las pocas veces que he escrito, nadie ha dado un duro por una poesía tan extraña. Y pensaba que era cosa mía, pero leyéndole a usted he comprendido que no es cierto: es cosa del tiempo. Aún con estilos diferentes, tengo que admitir que nos identificamos en cadencia, tiempo, verso y temática. No pretendo ser categórica, pero ¿acaso no será esto culpa de que ambos nos movemos en el mismo tiempo generacional? Sí, yo también odio esos términos, que las generaciones no existen, solamente el
Zeitgeist… y sin embargo… Permítame que dude. Tal vez el
Zeitgeist, ese Espíritu de nuestro Tiempo, sea no tener tiempo y replantearse los límites del espíritu. O a lo mejor no me he enterado de nada, que también puede ser.
Su Breve Historia de la Muerte está impregnada de las películas americanas que hemos visto desde que nacimos, de bocadillos de Nocilla y de los ecos de la gran ciudad. No es solamente este poema, sino todos los demás de su obra. Punto por punto, salvo pequeñas salvedades, está relatando tanto su vivencia personal como la mía. Tal vez lo que nos diferencie es que yo no me suscribo a ese afán suyo tan decididamente autodestructivo, o al menos intento evitarlo. Menos nihilista yo, si cabe. Pero en esencia, no puedo evitar reconocerme, no en un espejo, sino como cuando uno se ve en una fotografía vieja.
No se puede imaginar, en el panorama actual, cómo refresca su poesía, qué esperanzas y qué ilusión más simple que imparte. Yo no sé cuáles han sido sus lecturas, ni quiénes son sus poetas, pero a mí solamente ha habido otro poeta que me haya hecho sentir tan bien con el Arte, y ese ha sido Ángel González (quién sabe, tal vez porque yo lea muy poco o porque en el fondo, aunque me reniegue, soy un poco nihilista, o tal vez, quién sabe, porque el espíritu del tiempo sea ser nihilista…).
Gracias porque en algún momento usted no desistió cuando le dijeron que la gente joven no sabe de nada. Y porque no se quedó anclado en esa deliberada y malsana categoría de “posmoderno” con la que a algunos nos tienen ya fritos. Sinceramente creo lo mismo que usted defiende en esta obra suya que compré en La Central: que la posmodernidad es un invento de los que se sienten viejos, que los que vivimos hoy y aquí no sabemos de qué va, si es que va de algo, y nos limitamos a subsistir y a buscar el sentido.
Gracias por no dejar encasillarse. Como agradecimiento, en cuanto pueda me haré con su
Los hijos de los hijos de la ira, premio Hiperión, nada más y nada menos, y me lo leeré encantada, que para eso existe la poesía.
En cualquier caso, no sé si esta carta llegará a usted. Si lo hace, puede comunicarse conmigo, si quiere (
[email protected]) y así, después de conocerle, tendré la oportunidad de retractarme de todo lo que he dicho anteriormente si acaso usted me cae muy mal.
Le mando un cordial y anónimo saludo,
Noa Alarcón
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