La calle comienza a temblar. Unos pasos de una multitud se acerca pasado el mediodía. Una campana debió de sonar hace un rato, pero los fondos para repararla aún no son suficientes. Hay madreselva en el aire, y la calma antes de la recogida de la alfalfa. Aparecen unas cuantas personas, aunque entre todos hay cierta distancia. Alguien se les ha adelantado a la entrada de la iglesia blanca. Lleva una guitarra castigada de barniz desprendido. Un hombre de color desliza con soltura sus dedos de morcilla por el mástil. Una voz aún más castigada acompaña los aspavientos de la guitarra, y en el dedo anular lleva un cuello de botella, verde esmeralda, que imprime al instrumento un sonido como de lamento, de tristeza. Bryan lo vio hace días. Huntsville también. Austin, igual. Sus lamentos aparecieron por esos lugares, digamos que a la hora sexta, cuando los hombres volvían del trabajo agotados, sudorosos.
Los fieles de la iglesia local pasan junto al músico sin decir nada. Alguno se gira a su altura para observarle. Es ciego. Emite sonidos guturales, parecidos a los que se oyen en ese blues que es diabólico. Dicen. Algunos niños le señalan. Le acompaña una mujer con los ojos cerrados, ciega por elección y por unos instantes. Su piel trigueña se balancea con las notas trémulas, y de vez en cuando suma su voz a la del hombre. Ella huele a jazmín. Él a tabaco antiguo.
Cantan himnos, pero en un tono y ritmo diferente al que los fieles han entonado en el interior del templo. Algunos saben ya quién es el músico callejero, azotado por las inclemencias del tiempo, ingenioso gracias al ayuno no escogido, que asiente a cada tintineo de moneda en la taza que protegen sus piernas. Hoy van a dormir en casa de Jeff, en su granja. Mañana en Burnet si se despiertan a tiempo. Pasado mañana está demasiado lejos. La Gran Depresión alarga los días, los estira.
Ella sitúa una segunda voz, dulce y melosa, sobre la áspera de él. La de ella es similar a los rasgueos de la guitarra. La de él proviene del desierto de Sonora. Aunque es ciego, sabe explorar gran cantidad de imágenes, aunque algunas son ya tan borrosas que el esfuerzo tiene que ir acompañado de una larga disertación sobre si merece o no la pena que sea acometido.
Cambian de canción, aunque ya pasaron de largo todos los que salieron de la iglesia. Ya no cantan para un público, ni para sí mismos. Él pregunta, ella contesta. Todas estas ciudades y elementos descritos han conocido al músico, y después de ese encuentro, después del mensaje que han oído de tan curioso personaje, nada será igual después. Él se llama Willie. Ella también se llama Willie. Johnson. Él responde también al apodo de
Blind Willie. Año 1929. El gospel personal y profundo; el blues glorioso que ha traspasado los límites de lo sagrado y de lo profano de los Johnson no termina hasta dentro de un buen rato, esté alguien allí para oírlo o no. Aún falta mucho, más de treinta años para que aparezca la voz que haga eco y continúe esta cadencia: Tom Waits. Y para entonces las cosas serán muy diferentes.
Saga, productora francesa de discos independientes, empezó
hace unos cinco años a crear un catálogo de blues que continuara la excelente labor realizada con sus discos de jazz. Un trabajo de búsqueda y selección impresionante que en su función de investigación sobre blues nos ha traído obras maestras de Lead Belly, John Lee Hooker, B.B. King, o este recopilatorio de primeras grabaciones de Blind Willie Johnson, realizado por Gérard Herzhaft, tratando de recuperar y fijar (sin más retoque en las placas originales de lo imprescindible, con toda la crudeza del sonido de la época), en un formato sólido y duradero como el CD, una trayectoria musical corta en cuanto a grabaciones en estudio, pero de un legado amplísimo y formidable. Wim Wenders hizo en su capítulo
The Soul of a Man (“El alma de un hombre”) de la serie
The Blues, producida por Martin Scorsese, un encomiable acercamiento a la figura de este predicador y músico callejero, descubierto al mundo bastante más tarde de lo que él merecía, algo que a menudo sucede en todas las artes.
Blind Willie Johnson nació en 1897 en Brenham, una ciudad que en la actualidad no supera los quince mil habitantes en el centro de Texas, y que hace unos años fue reseñada por el USA Today como uno de los “10 lugares importantes para vivir la historia de la fe judía”(1). Permanece aún hoy rodeada de maizales, y fue pionera en su día en la defensa de los derechos de los afroamericanos, aunque en tiempos del Ku Klux Klan a mediados de los años 20 sucumbiera como muchos otros pueblos. En ese caldo de cultivo con la violencia siempre presente, Johnson inició su carrera artística, de la que desde pequeño ya tenía bien clara.
Aunque hay varias versiones acerca de su ceguera, la más cercana a la verdad indica que lo fue desde su nacimiento. Se ha contado que su madrastra, tras una discusión con el padre, arrojó lejía al rostro del chico de ocho años, pero no hay pruebas de aquello. En cualquier caso, en cuanto tuvo la oportunidad, Willie cogió su guitarra y comenzó a ir por las calles cantando salmos de su invención, como había aprendido en la iglesia pentecostal local. Conoció allí a Willie B. Harris, se casaron y tuvieron una hija en 1926. Con ella realizó las grabaciones que aparecen en este disco. Suya es la voz, y no de Angeline, la cantante que él conoció en 1938, y con la que vivió algún tiempo, hasta que brotó la malaria, complicada con sífilis, que dio lugar a su muerte en 1945. En 1944, se vio a Johnson rondando la
House of Prayer (“Casa de Oración”) situada en la calle Forest de Beaumont. Se conservan algunos de sus sermones (datados entre 1942 y 1944) predicados en aquella iglesia, compuestos la mayoría en Corpus Christi, un pueblo costero situado al sur; sermones que regresaban a algunas de sus canciones, como
God Moves on the Water (“Dios se mueve sobre las aguas”),
The Soul of a Man, o
Jesus is coming soon (“Jesús vendrá pronto”). En 1942 tuvo un período de calma y esperanza por lo que se deduce de aquellos textos. También se creó una leyenda alrededor de sus últimos años, que cuenta que se empeñó en vivir en los restos del incendio de su casa, durmiendo en una cama mojada donde contrajo una letal neumonía. Pero lo cierto es que el hospital local simplemente se negó a acogerle. La exageración de los acontecimientos vitales en aquellos músicos de los que se conserva poco material grabado es algo sintomático de nuestra necesidad de tragedia en relación a las artes. Como si no bastase con haber sido pobre toda la vida.
La reputación de aquél ciego que predicaba y rasgaba con su voz grave la historia bíblica creció lo suficiente como para que Columbia grabase treinta canciones a lo largo de tres años, entre 1927 y 1930. El CD editado por Saga contiene veintidós de aquellas piezas. Las divide en
dos partes, una en la que canta con su mujer, y otra en la que queda “a solas con Dios”. Todas son excepcionales, todas llegan directamente al alma. Hay canciones de alabanza en tiempos difíciles, y otras sobre una esperanza sin fin. “La lluvia no cae sobre mi”, oímos en un momento, y al siguiente “Lleva toda tu carga al Señor”. “Nada puede esconderse de Dios”, se queja Johnson, quizá con la agudeza de interpretar estos temas en un momento económico desastroso como el de 1929, consciente de que las crisis económicas sacan a la luz profundas crisis de valores. Blind Willie Johnson cuenta historias de la calle y narra la pobreza, el día a día duro bajo el sol, que él conoce muy bien. Es lo que Tom Waits llamará años después un profeta desde el punto de vista del arte, alguien a quien no se oye hasta un tiempo después, que debe batallar con la indiferencia de una vida cultural atontada.
Johnson se mueve con la soltura que derrocha en la guitarra por los terrenos profanos de la existencia, y por el clamor sagrado del blues. Es un ejemplo de cómo el evangelio no conoce límites, de que la salvación se encuentra más cercana de lo que se piensa. La canción instrumental sobre la crucifixion y la resurrección de Cristo que compuso Blind Willie Johnson (
Dark was the Night, Cold was the Ground), se lanzó al espacio en la sonda Voyager en 1977, en uno de aquellos discos dorados. Los trabajadores de los campos de algodón de Tennessee cantaban
God Don`t Never Change (
“Dios nunca cambia”), y regresaban a casa un poco más animados. Este es parte del legado de Blind Willie Johnson.
Pero hoy seguimos abandonando en callejones inexplicables a los predicadores callejeros verdaderos, que todavía existen, sólo porque no pensemos como ellos, o bien porque son locos, vagabundos o sencillamente humanos. Blind Willie Johnson tuvo sus errores sin duda, pero acertó en quitar con su música la barrera entre fe y arte, limitándose a hacer lo único que sabía con seguridad: trabajar hasta desgastar la técnica de la
slide guitar, mientras preguntaba a quien se parase si sabía qué es el alma de un hombre…
If anybody here can tell me, what is the soul of a man?
I´ve traveled in different countries, I´ve traveled foreign lands
I´ve found nobody to tell me, what is the soul of a man
(Si hay alguien aquí que pueda decírmelo, ¿qué es el alma del hombre?
He viajado por diferentes países, por tierras extranjeras
y no he encontrado quien me explique qué es el alma del hombre)
Escrito por: Daniel Jándula
CANCIONES:
- God moves on the water
- Dark was the Night, Cold was the Ground
- Jesus is coming soon
- The soul of a man
1) USA TODAY (30 de septiembre de 2005)
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