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La desidia

Hoy me he reconciliado con media sociedad occidental, esa mitad a la que le cansa el esfuerzo de la lectura, que solamente quiere estar en su sofá y no le importa cómo de malo sea el programa que le echen en la televisión mientras no le haga pensar mucho. Yo he hecho lo mismo. Hoy me he acordado de Martin Beck, el policía protagonista de las obras de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, porque me he pasado el día con un terrible dolor de estómago (como él) y he visto un montón de series y programas policia
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 10 DE OCTUBRE DE 2009 22:00 h

Ha sido un día muy largo y he llegado a algunas conclusiones: que tengo que ir al médico y que las series policiacas se parecen peligrosamente unas a otras (y en algún momento de la trama un policía mira a otro y dice: “Tienes que dejar el caso, te estás implicando”, y el otro contesta: “No, Joe, es una cuestión personal”, y entonces suena una música tétrica). Al final, un poco harta, puse el DVD de Frenesí de Alfred Hitchcock que me había prestado un amigo y me di cuenta de que él me es casi como de la familia.

He crecido viendo películas de Hitchcock, y para mí no sólo son el paradigma del buen cine, sino también el paradigma de la buena narración. Él era un sabio elegante, y siempre tomaba decisiones adecuadas para hacernos sacar nuestras propias conclusiones. Los silencios, los planos, las miradas, los espacios. Hitchcock pertenece a esa clase de personas que no trata como idiotas a sus espectadores, sino que les hace pensar: a veces les hace pensar erróneamente, he ahí la gracia, pero uno sale de las películas de Hitchcock con la sensación de haber realizado un esfuerzo intelectual. La sorpresa final no es fruto de los efectos especiales, sino de una historia bien contada.

No pretendo hacer crítica de cine, no se me da bien. Pero no puedo evitar pensar en la simpleza narrativa de una película como Rope (La Soga). Es cierto que antes de ser película de Hitchcock fue obra de teatro. En la propia película eso mismo se intenta resaltar: un único espacio, un tiempo lineal, y la acción se alimenta de las pequeñas sospechas y detalles. Los espectadores conocemos la trama del asunto porque es lo primero que se nos muestra, y la diversión no consiste en averiguar quién es el asesino, eso ya lo sabemos, sino la incertidumbre de no saber si le pillarán. Éste es, para mí, el germen de la diversión: que el trabajo lo hagamos nosotros.

Pero hoy ha sido un día largo y empachoso, en todos los sentidos. En casi ninguna de las series policiacas que he visto hoy sabíamos desde el principio quién era el asesino, y en realidad, así se hace mucho menos divertido, pero parece ser que los guionistas de Hollywood no han descubierto lo divertido que es hacer trabajar al espectador. En realidad, y esto ya lo advirtió Ray Bradbury en Fahrenheit 451, a los espectadores se nos trata como a ganado, se nos ha educado para no querer darle vueltas a las cosas. Nos repiten una y otra vez que el mejor ocio es aquel que te hace dejar de utilizar el cerebro: “despreocúpate, disfruta”, dicen los eslóganes. En realidad, dicen: “Relájate, nosotros pensaremos por ti, sabemos que eso es lo que tú quieres”. Bueno, Bradbury advirtió del peligro de la televisión en un hogar hace más de 50 años. Tal vez yo esté demasiado apocalíptica esta noche, pero es que se veía venir.

Todo este asunto de que sean los publicitarios y los empresarios los que tomen la decisión de lo que es divertido y lo que no, ha traspasado las barreras del ocio común. Lo común debe ser irse los fines de semana a un centro comercial con aire acondicionado y luz artificial, con unos multicines y palomitas extra-caras, con las mismas cincuenta o sesenta tiendas de ropa, accesorios y comida rápida que hay en el resto de centros comerciales del país y de, tal vez, el mundo; gastar dinero, al fin y al cabo. Al final, todos llevan la misma ropa, los mismos zapatos, comen la misma comida, compran los mismos libros: todo es publicidad.

Decía Juan Marsé que en su formación como narrador el 50% de la culpa la tiene el cine: el cine clásico que se veía en cines de barrio, películas de John Ford y de toda esa gente de la época dorada de Hollywood. No todo lo realizado en aquella época es bueno, aunque lo veamos con el prisma del tiempo y la nostalgia hace el mismo efecto que un Photoshop. Pero las películas que vio Juan Marsé de joven debieron ser buenas, porque inevitablemente, su literatura es buena. Él dice que hay una ruptura en formas y métodos en la Literatura desde la llegada del cine, y tiene toda la razón. La narratividad ha cambiado, y no es un asunto malo. El cine se ha colado en la literatura, con sus formas, sus ritmos, sus imágenes; y la Literatura se ha colado en el cine irremediable y obviamente. Cabe plantearse, y algún momento deberíamos hacerlo, si estas dos cosas que se han llevado tan bien desde siempre no serán más que dos aspectos, dos realizaciones, por así decirlo, de una misma necesidad de contar historias. Porque, al fin y al cabo, en la Historia de la Literatura la novela, la forma por excelencia de la narración, nació hace bien poco, que apenas llega a tener
 
unos 400 años, frente a los 5000 años que tiene la escritura, aproximadamente. Y el cine apenas sobrepasa los 100 años, que eso es como un paseo de hormiga en la escala de la Humanidad. Pero eso para otro día.

Marsé tiene razón, porque los malos escritores de hoy en día, que hay muchos, toman sus ideas y sus modelos del cine, del cine malo que hacen los malos guionistas que no conocen a Hitchcock ni han leído buenas novelas. Así tenemos ese típico comienzo de novelas de finales del siglo XX y principios del XXI, que se nos presenta una acción aislada en el tiempo, sin personajes reconocibles, sin poder seguir el hilo argumental, como una escena aislada de una película, exactamente el mismo esquema. Todavía no nos han presentado ni la trama, ni los motivos, ni los personajes, pero ya tenemos en conocimiento algo relevante que les va a ocurrir mucho antes de que sepamos si eso nos importa o no. A ningún Balzac, o Stendhal, o Pérez-Galdós se le ocurriría contar una historia así, porque ellos sabían que podemos engañar a los lectores, pero nunca debemos darlos por tontos. A los buenos escritores de hoy en día, a pesar de todo, les cuesta mucho comenzar una novela así, hay muy pocos ejemplos que merezcan la pena. Uno no se plantearía el comienzo de Los tres mosqueteros enseñándonos una escena de alcoba entre D´Artagnan y Milady para después dejarnos doscientas o trescientas páginas con eso en la cabeza sin que sea realmente relevante. Una cosa es una estructura circular en una novela (por ejemplo, un personaje viejo que nos empieza a hablar desde el oprobio, el olvido o la vergüenza) que nos haga volver después al mismo lugar, y otra cosa son las escenas de acción antes de los títulos de crédito. El cine y la Literatura comparten muchas cosas, pero también tiene, y deben seguir manteniendo para su supervivencia, notables diferencias.

En definitiva, que es normal que del mal cine nazcan malos libros. Y viceversa, quién sabe: sólo hay que asomarse a la cartelera. Parece ser que ya no podemos disfrutar de los libros por sí solos dentro de nuestras cabezas: nos los tienen que transformar en imágenes para que podamos disfrutarlos “enteramente”.

En esto hay una parte buena y una parte mala. Empecemos por las buenas noticias: siempre es apasionante ver cómo otros han dibujado esas historias en su cabecitas, igual que nosotros en las nuestras. El Señor de los Anillos de Peter Jackson, por ejemplo, me parece un maravilloso ejemplo de cómo crear una nueva obra sobre una obra precedente. Y además conserva el toque épico del libro, que es lo que lo hace emocionante. Las malas noticias: que a veces no vemos la obra de nadie, sino un montón de publicistas y empresarios detrás de la pantalla, con un encargo, dispuestos a hacernos comprar el merchandising, dispuestos a imponernos una única visión posible de esa obra. ¿Por qué no hacen una película de La metamorfosis de Kafka? Supongo que porque a ver quién sería luego el valiente capaz de venderle a los espectadores insectos gigantes de plástico de Gregorio Samsa. Claro que es una exageración, hoy estoy un poco apocalíptica.

Que al final, de tanto decirnos que no nos preocupemos, que nuestro ocio es lo más importante, que descansemos, que no pensemos en nada… de tanto darnos las películas y las novelas tan mascadas, de tan poco como quieren hacernos pensar (porque sin duda, motivados por los impulsos y no por la razón es como nos gastamos más dinero), han conseguido que el imperio de la desidia (cuyos sinónimos son pereza, indolencia, desgana, indiferencia, apatía, desinterés e inapetencia) gobierne nuestro descanso y nuestra actividad, el ocio, la dieta, el mando a distancia, la ética, la moral, nuestro tiempo, el ocupado y el libre: nuestros pensamientos íntimos y los públicos, el arte que nos rodea, o que debería rodearnos y no lo hace. Sabemos quiénes mueven los hilos de la desidia y por qué resulta rentable, pero ahora nos toca averiguar quién, y por qué, ha fabricado esos hilos.
 

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