Cuando el Maestro respondió a Tomás mediante su célebre frase:
"Yo soy el camino, y la verdad, y la vida" (
Jn. 14:6), le estaba anunciando, en realidad, que Él era la encarnación del Evangelio de la vida.
La persona de Jesús constituía el anuncio viviente de la verdadera vida. Y si se profundiza en tal anuncio, en su contenido, sus palabras y actitudes, se descubre fácilmente que en el mensaje de Cristo existe una declaración de respeto a la vida del ser humano.
El Hijo de Dios tuvo compasión de las multitudes que le seguían; sanó a los que presentaban enfermedades; alimentó a quienes tenían hambre y posibilitó el descanso a aquellos que se sentían agotados (
Mt. 14:13-21). Es verdad que sus palabras se referían sobre todo a la dimensión espiritual y tenían casi siempre un trasfondo moral que anunciaba la llegada del reino de Dios. Pero sus predicaciones solían partir de acciones concretas realizadas a enfermos, hombres y mujeres que sufrían, marginados sociales y víctimas del egoísmo humano.
En la precariedad y sobriedad de la vida humana del Señor Jesús se detecta también esa solidaridad con el menesteroso y ese sentido auténtico de la vida que consiste en estar al lado del que nos necesita.
No obstante, la máxima expresión del respeto divino hacia la vida del hombre es, sin duda, el sacrificio de la cruz. La muerte infame de Cristo clama, desde el siniestro lugar de la Calavera, contra todas las violaciones y atropellos de la vida humana que se comenten a diario en este mundo. Su muerte afirmó el valor de la vida y demostró que aquel sacrificio no fue en vano.
La gloria divina pudo ya resplandecer definitivamente sobre el horizonte humano, pues la resurrección de Jesús permitió el salto del creyente hacia la eternidad. Sin embargo, tal inmolación supone también un juicio universal. Dios pedirá cuentas de cada existencia humana y evaluará cómo ha sido tratada la vida propia y la del prójimo porque toda vida, y toda muerte, siguen estando en sus manos.
El apóstol Pablo entendía, según pudo verse en el artículo anterior de esta serie, que cuando se viola o profana el cuerpo del cristiano es como si se profanara algo sagrado, puesto que el cuerpo del creyente es morada o templo del Espíritu Santo. Así también el mandato divino:
"Sed santos, porque yo soy santo" (
1 Pe. 1:16) se refiere a la pertenencia al pueblo de Dios.
Pero, aparte de estos argumentos paulinos
en relación a las personas que han aceptado a Jesucristo como Salvador y Señor, es decir, a los nacidos de nuevo, la cuestión que se plantea ahora es la siguiente: ¿es sagrada toda vida humana? ¿qué se quiere decir al afirmar que la vida es sagrada?
Desde la perspectiva de la Biblia,
"santo" o "sagrado" es aquello que Dios toma a su servicio, sea objeto o persona. Todo lo que sirve para construir o agrandar el reino de Dios en la tierra puede considerarse sagrado. La santidad es algo que siempre viene de Dios y sólo es eficaz en el ser humano en la medida en que éste permanece vinculado a Él. La imagen divina en el hombre consiste, sobre todo, en sus características racionales, morales y en su capacidad para la santidad. La condición original del ser humano creado por Dios fue, por tanto, de auténtica justicia y santidad (
Ef. 4:24). Sin embargo, tales cualidades morales de honradez y santificación se perdieron por causa del pecado. El hombre había sido diseñado para llegar a un alto grado de perfección, si hubiera continuado por el camino de la obediencia responsable ante Dios. Pero desgraciadamente no fue así y el ser humano dejó de ser santo.
El Nuevo Testamento habla, no obstante, de cómo el hombre puede ser renovado por Cristo y recuperar de nuevo su antigua condición de santidad. Pablo invita a los creyentes de Colosas para que se revistan del nuevo hombre,
"el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno" y puede volver a ser santo a los ojos de Dios (
Col. 3:10,12).
Es verdad que toda vida humana proviene de Dios y que el hombre fue creado a su imagen y semejanza, pero ¿pertenecen hoy todos los seres humanos al Señor Jesús? ¿Viven todos vinculados voluntariamente a Él como los pámpanos a la vid (
Jn. 15)? ¿Le reconocen como Salvador y Señor? ¿Están a su servicio divino? Es evidente que la respuesta es negativa. Luego entonces, ¿es posible seguir diciendo que la vida de todas las personas es santa o sagrada?
La afirmación que suele hacerse con frecuencia de que "toda vida humana es sagrada" no posee una base bíblica evidente. No existe ningún texto o versículo que lo afirme con claridad. Más bien se dice todo lo contrario, que los seres humanos están "llamados a ser santos". Y esto significa que en el estado natural actual no lo son. Desde tal concepción bíblica de lo santo o sagrado no es posible, pues, fundamentar la sacralidad de la vida del hombre.
Sin embargo, algunos autores ven indicios indirectos de tal sacralidad en la doctrina de la creación a imagen de Dios. Se refieren a la vida como aliento vital, o don divino, admitiendo que aunque el hombre no posee en la actualidad, ni mucho menos, aquella perfección y santidad original, no obstante, sigue disfrutando de su naturaleza racional y moral, así como del hálito con que el Creador lo dotó. Nada de esto se perdió con el pecado. El hombre no ha dejado de ser imagen de Dios porque entonces dejaría de ser hombre. También la santidad de la vida humana puede desprenderse de acontecimientos como la alianza de Dios con su pueblo y la propia redención del ser humano realizada por Jesucristo. Y de esta tal sacralidad de la vida humana derivaría precisamente su carácter inviolable.
El tema de la santidad de la vida, o de su sacralidad, presenta también una dimensión laica a la que se ha llegado desde ideologías y concepciones distintas. Muchas personas, incluso no creyentes, están de acuerdo en apoyar la idea de la sacralidad de la vida humana, ya que si la vida no se considera sagrada, entonces no hay nada en este mundo que pueda ser sagrado.
Feuerbach decía que "el hombre es el ser supremo para el hombre", sin embargo, el cristianismo afirma que también lo es para Dios. Si el Creador fue capaz de enviar a su Hijo inocente para que muriera en un madero por amor al género humano, entonces no existe nada en esta tierra tan sagrado como la vida del hombre. Y, por tanto, ésta debe ser estimada y protegida.
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