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Calvino, el más católico de los reformadores

Calvino y sus diversas herencias en la tradición reformada (I)

A la memoria de mi madre, Velia Ortiz Cruz, mujer profundamente calvinista sin saberlo
El Señor me había dado un hijo: me lo quitó […] En toda la cristiandad tengo decenas de miles de hijos.(1) J. Calvino
Calvino es una catarata, un bosque primaveral, un poder demoniaco, algo descendido directamente del Himalaya, absoluta
CALVINO-JUBILEO AUTOR Leopoldo Cervantes-Ortiz 05 DE SEPTIEMBRE DE 2009 22:00 h

No de otra manera debemos entender la reivindicación-rehabilitación-reintegración que acaba de practicar el Vaticano con Calvino al reconocer el peso específico de su valor para el cristianismo de todos los tiempos. Humanismo, catolicidad (en el sentido de institucionalidad y orden) e impulso reformador, combinados en una sola persona, padre espiritual de los “gramáticos de la fe”, como se llegó a conocer a los reformados de todas las latitudes: “Estos señores —exclama Bossuet con razón— eran humanistas y gramáticos. Bossuet, polemista, Bossuet, crítico de Calvino, subrayó mejor que ningún pensador del siglo xvii, el carácter retórico del movimiento reformado. Frente al misterio, Calvino se comporta en muchos sentidos como lógico o gramático, preocupado por dar transparencia al lenguaje de la fe y eliminar toda oscuridad inútil”.(4)

Justo una semana antes de la conmemoración de la fecha exacta del nacimiento de Calvino, L´Osservatore Romano, periódico oficial del Vaticano, publicó un texto de Alain Besançon, miembro de la Academia Francesa, sobre la nueva edición de Obras del reformador publicada en la prestigiosa colección La Pléyade (Gallimard, 2009, 1520 pp.).

Bajo el título “Il riformatore che disincarnò l´Incarnazione” [El reformador que desencarnó la Encarnación], el artículo de Besançon va más allá de las fronteras de una mera reseña y se ocupa de resaltar el impacto de Calvino en los países europeos, comparándolo con los alcances de lo realizado por Lutero. Las primeras palabras del artículo colocan al reformador al lado de Rousseau, como el par de figuras francesas que provocaron transformaciones de fondo en la civilización occidental:
Pocos franceses han dejado una huella duradera, visible y reconocida sobre la faz de la tierra. No hablo de quienes han lanzado una moda intelectual o artística […] Tampoco de quienes forman parte ya de los clásicos, como Montaigne, Pascal, Balzac, Cézanne y muchos otros. Pienso sólo en los que han incitado a una parte de la humanidad europea y la han desviado de su camino histórico habitual, que no han tenido la fuerza de imprimirle otra dirección. No veo más que dos: Rousseau, sin duda, que remodeló el siglo xix y hasta el xx, y más aún Calvino.(5)
La noticia de la aparición de este texto en la prensa oficial vaticana ha dado la vuelta al mundo, sobre todo porque algunos medios la han interpretado como una especie de “reivindicación” o rescate del antiguo hereje del siglo xvi, lo que no gustó a muchos católicos conservadores. Primero que nada, Besançon reconoce a Calvino como un cristiano, ortodoxo, que aceptó los principales credos antiguos:
Era un cristiano que creía en la Iglesia una, santa, católica, aunque prefería decir universal y apostólica. […] Creía en la Trinidad, el pecado original, la salvación a través de Jesucristo y aunque no le gustaba que se rezase a la Madre de Dios, creía firmemente en su virginidad perpetua. Contrariamente de lo que se dice, creía en la presencia real [de Cristo en la Eucaristía], aunque no admitía la concepción católica de la transustanciación.(6)
Mucho tiempo antes que Besançon, Alexandre Ganoczy y Jesús Larriba advirtieron las enormes coincidencias de Calvino con el pensamiento católico, especialmente a raíz del Concilio Vaticano II.(7) No se debe olvidar que, en su exilio en Estrasburgo, Calvino participó en reuniones preparatorias del Concilio de Trento que hoy serían calificadas de “ecuménicas”.(8) Para Ganoczy, especialmente, el reformador y jurista fue “el más católico” de los dirigentes de la llamada “reforma magisterial”, por su énfasis institucional y su imagen de la Iglesia como “madre de los creyentes”, frase que para muchos oídos protestantes es irremisiblemente romanista y que, sin embargo, ha sido retomada recientemente por calvinólogos como el valdense italiano Emidio Campi.(9)

¿DE QUIÉN HABLAMOS AL HABLAR DE CALVINO?
Parece mentira, pero luego de 500 años todavía no queda muy claro de quién hablamos al referirnos a Calvino, sobre todo a causa de los extremos producidos, por un lado, por la calvinolatría o calvinomanía, presentes en muchos círculos ligados a su tradición, y por el otro, debido a las interpretaciones de su vida e influencia que lo muestran solamente como alguien que ejerció autoritariamente el escaso poder que alcanzó.

Además de los festejos, en varios países se sigue analizando la figura de Calvino, lo que sin duda proveerá más elementos de juicio para alcanzar criterios más equilibrados de juicio. En España, por ejemplo, y a propósito de un par de biografías de autores franceses (Bernard Cottret(10) y Denis Crouzet(11)), Marta García Alonso se pregunta por la persona de Calvino y responde de manera muy simple: “Un pastor protestante que ejerció su actividad en la ciudad de Ginebra allá por el siglo xvi”.(12) La reacción es inmediata: “¿Y por alguien así hay tanta alharaca por el aniversario de su nacimiento?”. Pero García Alonso agrega:
Calvino, en efecto, supo multiplicarse. […] Calvino inicia desde Ginebra la difusión de su credo con un éxito que retrospectivamente sólo cabe calificar de extraordinario. […] Aquí comienza la multiplicación del calvinismo: así como la doctrina de Calvino evolucionaba a la vista de las circunstancias que le tocó vivir en Ginebra, seguiría luego desarrollándose tras su muerte a medida que proliferaron las Iglesias que encontraron en ella su inspiración. […] Pero aquí comienza también el conflicto de exégetas: ¿quién fue verdaderamente Calvino multiplicado y cuál su doctrina?(13)
Y es que, por efecto de tantas interpretaciones contradictorias, al hablar de Calvino, siempre es necesario preguntarse: ¿de quién hablamos? ¿Del Calvino “fundamentalista” de las iglesias más conservadoras o del “modernista” de las comunidades ligadas al movimiento ecuménico? ¿Del liberal (si es que lo hubo), estandarte de cambios sociales, ideológicos y culturales, o del conservador, bandera de algunos muchos grupos religiosos?

Pero, todavía más, para responder adecuadamente la pregunta, hay que enfocar suficientemente los diversos “filtros” por los que ha pasado su enseñanza, y responder otro interrogante fundamental: ¿a qué nos referimos: a Calvino, como figura fundadora, o a los calvinismos históricos? Porque siempre han existido “filtros” para acercarse a él y a su legado, es decir, intermediarios de diversos tipos que han dejado su huella en la transmisión de la doctrina calviniana. Es verdad que ésta no puede definirse como algo puro o intocable, sin embargo, algunas de las mediaciones que se asumen a sí mismas como “calvinistas” se presentan, a veces, como las depositarias genuinas (e incluso únicas) del verdadero legado de Calvino.

Una derivación obligada de esta temática lo constituye el interesantísimo tópico de los intérpretes de Calvino, de tal forma que, parafraseando a San Pablo, algunos casi podrían decir: “mi Calvino es el de Spurgeon, el de Kuyper, el de Barth, el de Moltmann, el de Lukas Vischer, o incluso el de Gerardo Nyenhuis…”. Esta variedad hermenéutica debe revisarse necesariamente para descubrir (y exhibir, de ser preciso) los sesgos ideológicos que “empañan”, por decirlo así, la comprensión y aplicación del legado calviniano a las diferentes circunstancias. Un ejemplo es la imposibilidad fáctica de basarse en textos de Calvino para promover la ordenación de las mujeres, pasando por alto, obviamente, la tragicómica posibilidad de que si Calvino viviera hoy entre nosotros, sería un pastor y teólogo marcado por el estigma de la liberación y la reivindicación de las minorías en la Iglesia; por decir lo menos, estaría luchando contra la intolerancia en Chiapas o Oaxaca (como lo hizo en su país) y, por supuesto, con la escasa simpatía de buena parte de los representantes de su tradición.

Lo cierto es que, para decirlo con claridad, cada quien tiene el Calvino que se merece… o el que le conviene, en la medida en que, como sucede con los nombres influyentes en todos los campos, las diferentes zonas de influencia se apropian de aquello que mejor les sirve o se adapta a sus necesidades. El profesor Andrew Pettegree ha descrito este proceso normal de apropiación, adaptación e incluso saqueo:
Como el movimiento de Calvino se diseminó y arraigó en los años posteriores a 1560, necesariamente se adaptó a una enorme variedad de circunstancias diversas en iglesias nacionales, ciudades-Estado, adonde el poder estatal cooperaba con la Iglesia como en Ginebra, o le era francamente hostil. En diferentes partes de Europa, algunos aspectos de la enseñanza calviniana parecían más o menos aplicables o apropiadas. Hubo iglesias que, no obstante su gran aprecio por Calvino, cuando la ocasión lo demandaba, hacían a un lado su pensamiento en cuestiones conflictivas.(14)
De modo que, en vez de escandalizarse o rasgarse las vestiduras por el tipo de calvinismo recibido, hay que indagar en sus raíces y en las razones de sus modificaciones históricas e ideológicas.



(*) Ciclo de conferencias: “El pensamiento reformado en el contexto cultural actual”, Presbiterio del Estado de México (INPM), Iglesia Toluca, 5 de septiembre, 2009

1) J. Calvino, Réponse… aux injures de Balduin. Opuscules (1562), cit. por B. Cottret, Calvino: la fuerza y la fragilidad. Trad. de M.T. Garín Sanz de Bremond. Madrid, Universidad Complutense, 2001, p. 174.
2) Revolutionary theology in the making. Barth-Thurneysen correspondence. Trad. de J.D. Smart. Richmond, John Knox Press, 1964, p. 101.
3) Cit. por B. Cottret, op. cit., p. 113.
4) B. Cottret, op. cit., p. 177. Énfasis agregado. La cita de Jacques Benigne Bossuet procede de Histoire des variations des Églises protestantes. París, Garnier, 1688.
5) A. Besançon, “Il riformatore che disincarnò l´Incarnazione”, en L´Osservatore Romano, 3 de julio de 2009, www.vatican.va/news_services/or/or_quo/cultura/150q05a1.html. Versión de LC-O.
6) Cit. por “El Vaticano destaca la figura de Calvino”, en El Universal, 2 de julio de 2009, www.eluniversal.com.mx/notas/609063.html
7) A. Ganoczy, “Calvino y la opinión de los católicos de hoy”, en Concilium, núm. 14, abril de 1966, pp. 512: “El pensamiento eminente y sistemáticamente ´eclesial´ del reformador de Ginebra es ciertamente afín a la eclesiología católica actual. Varios puntos esenciales de la colegialidad promulgada en el Concilio Vaticano II, por ejemplo, parecen estar contenidos en la doctrina calvinista de la Iglesia”. Cf. J. Larriba, Eclesiología y antropología en Calvino. Madrid, Cristiandad, 1975.
8) Cf. L. Vischer, Pia conspiratio. Calvin on the unity of Christ´s Church. Ginebra, Centro Reformado Internacional John Knox, 2000 (Serie John Knox, 12), p. 38: “En sus años iniciales de acción, Calvino aceptó participar en conversaciones en donde se negociaban los ´dos frentes´: en Frankfurt (1539), Hagenau (1540), Worms (1541) y, como delegado de la ciudad de Estrasburgo, en Regensburg (1541). Aun cuando no se hacía ilusiones de alcanzar un acuerdo, la impaciencia que se advierte en sus cartas es suficiente evidencia de que aprovechó cada oportunidad para trabajar mediante la controversia en busca de la verdad”.
9) Cf. E. Campi, “Calvin´s understanding of the Church and its relevance for the ecumenical movement”, ponencia presentada en la Consulta Internacional de preparación del Jubileo de Calvino, Ginebra, Suiza, 16 de abril de 2007, www.calvin09.org/media/pdf/theo/070905_Campi_Calvin-Ecclesiology.pdf
10) B. Cottret, op. cit.
11) D. Crouzet, Calvino. Trad. de I. Hierro. Barcelona, Ariel, 2001.
12) M. García Alonso, “¿Quién fue Calvino?”, en Revista de Libros, 90, 2004; Universidad Nacional de Educación a Distancia, http://e-spacio.uned.es.
13) Idem.
14) A. Pettegree, “The spread of Calvin´s thought” [La expansión del pensamiento de Calvino], en D. McKim, ed., The Cambridge Companion to John Calvin. Cambridge University Press, 2004, p. 208.
 

 


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