Pocos franceses han dejado una huella duradera, visible y reconocida sobre la faz de la tierra. No hablo de quienes han lanzado una moda intelectual o artística […] Tampoco de quienes forman parte ya de los clásicos, como Montaigne, Pascal, Balzac, Cézanne y muchos otros. Pienso sólo en los que han incitado a una parte de la humanidad europea y la han desviado de su camino histórico habitual, que no han tenido la fuerza de imprimirle otra dirección. No veo más que dos: Rousseau, sin duda, que remodeló el siglo xix y hasta el xx, y más aún Calvino.(5)La noticia de la aparición de este texto en la prensa oficial vaticana ha dado la vuelta al mundo, sobre todo porque algunos medios la han interpretado como una especie de “reivindicación” o rescate del antiguo hereje del siglo xvi, lo que no gustó a muchos católicos conservadores. Primero que nada, Besançon reconoce a Calvino como un cristiano, ortodoxo, que aceptó los principales credos antiguos:
Era un cristiano que creía en la Iglesia una, santa, católica, aunque prefería decir universal y apostólica. […] Creía en la Trinidad, el pecado original, la salvación a través de Jesucristo y aunque no le gustaba que se rezase a la Madre de Dios, creía firmemente en su virginidad perpetua. Contrariamente de lo que se dice, creía en la presencia real [de Cristo en la Eucaristía], aunque no admitía la concepción católica de la transustanciación.(6)Mucho tiempo antes que Besançon, Alexandre Ganoczy y Jesús Larriba advirtieron las enormes coincidencias de Calvino con el pensamiento católico, especialmente a raíz del Concilio Vaticano II.(7) No se debe olvidar que, en su exilio en Estrasburgo, Calvino participó en reuniones preparatorias del Concilio de Trento que hoy serían calificadas de “ecuménicas”.(8) Para Ganoczy, especialmente, el reformador y jurista fue “el más católico” de los dirigentes de la llamada “reforma magisterial”, por su énfasis institucional y su imagen de la Iglesia como “madre de los creyentes”, frase que para muchos oídos protestantes es irremisiblemente romanista y que, sin embargo, ha sido retomada recientemente por calvinólogos como el valdense italiano Emidio Campi.(9)
Calvino, en efecto, supo multiplicarse. […] Calvino inicia desde Ginebra la difusión de su credo con un éxito que retrospectivamente sólo cabe calificar de extraordinario. […] Aquí comienza la multiplicación del calvinismo: así como la doctrina de Calvino evolucionaba a la vista de las circunstancias que le tocó vivir en Ginebra, seguiría luego desarrollándose tras su muerte a medida que proliferaron las Iglesias que encontraron en ella su inspiración. […] Pero aquí comienza también el conflicto de exégetas: ¿quién fue verdaderamente Calvino multiplicado y cuál su doctrina?(13)Y es que, por efecto de tantas interpretaciones contradictorias, al hablar de Calvino, siempre es necesario preguntarse: ¿de quién hablamos? ¿Del Calvino “fundamentalista” de las iglesias más conservadoras o del “modernista” de las comunidades ligadas al movimiento ecuménico? ¿Del liberal (si es que lo hubo), estandarte de cambios sociales, ideológicos y culturales, o del conservador, bandera de algunos muchos grupos religiosos?
Como el movimiento de Calvino se diseminó y arraigó en los años posteriores a 1560, necesariamente se adaptó a una enorme variedad de circunstancias diversas en iglesias nacionales, ciudades-Estado, adonde el poder estatal cooperaba con la Iglesia como en Ginebra, o le era francamente hostil. En diferentes partes de Europa, algunos aspectos de la enseñanza calviniana parecían más o menos aplicables o apropiadas. Hubo iglesias que, no obstante su gran aprecio por Calvino, cuando la ocasión lo demandaba, hacían a un lado su pensamiento en cuestiones conflictivas.(14)De modo que, en vez de escandalizarse o rasgarse las vestiduras por el tipo de calvinismo recibido, hay que indagar en sus raíces y en las razones de sus modificaciones históricas e ideológicas.
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