Un lugar inalcanzable

No soy una autoridad: de cómo yo diga o decida que se puede leer poesía, habrá muchos que tengan argumentos mejores que el mío para rebatirme. En cualquier caso, yo puedo hablar de cómo yo leo, y para explicaciones, mejor que yo, un señor de esos jubilados que se sientan en la Real Academia Española por las tardes, uno de esos tal vez pudiera explicar punto por punto conceptos metalingüísticos, amalgamas de metáforas y elementos estilísticos mejor que yo y que cualquiera: otra cosa es que pudiéramos entenderle, que es algo de lo que adolecen casi todos los filólogos, pero eso, supongo, nuestra falta de entendimiento, es problema nuestro.

La poesía necesita su propio tiempo, y como en música, su propio tempo, y para hablar de poesía, hay que ponerse poético. Así que hoy, desquitémonos, qué más da. Pongámonos poéticos, que la poesía no le importa a nadie. Sintámonos con libertad.

Empecemos desde el principio, desde cuando Dios creó (como solamente Dios tiene derecho a crear) los cielos y la tierra, y después todo lo demás, y después, a nosotros. Nuestro mundo se ha ido formando con los días casi infinitos, uno detrás de otro en que una noche siempre ha perseguido a un día. Incluso aún para los días de mil años de Dios, ha pasado mucho tiempo, y tiempo hecho de tareas cotidianas donde lo único importante fuera preparar la comida, jugar con los niños, sentarse a ver la televisión, o incluso antes, la radio, o incluso antes, sentarse a escuchar al abuelo en la mesa camilla, o incluso antes, frente al fuego de la tienda. Día tras día de lavar platos y poner lavadoras. Todos esos días han pasado irremediablemente y en medio de todos ellos existió el Arte, como la parte más incomprensible de nosotros mismos, tal y como Dios mismo es incomprensible y como forma de alcanzarle a Él o al menos, de alcanzar a entenderle, y después, existió la música y después de la música, la tablilla y el cincel, el pergamino y el cáñamo, el lápiz y el papel donde se pasó de escribir el número de ovejas y tinajas de aceite que hacían falta para el día al número de sílabas de un verso, a la cadencia de una rima asonante, al despilfarro de los versos libres.

Si empezamos desde el principio, debemos asombrarnos, abrir nuestra boca y soltar una exclamación en voz baja en honor a todos los días cotidianos que ya han pasado sobre nuestras cabezas y nos han formado como personas. Esto podría valer como explicación de lo que es la poesía, pero en realidad se nos queda corta. Tal vez solamente nos explica el cómo surgió (de la admiración, como todo), pero no dónde. Y no me refiero a un lugar geográfico, sino de qué rincón de nuestro cuerpo surgió la poesía por primera vez. De nuestras manos y de nuestras bocas que sabían pronunciar esas palabras, por supuesto. El verdadero misterio es saber por qué de esas palabras comunes de todos los días, y en medio del barullo de todos los días, ha surgido la poesía. Por qué la necesidad de poesía.

Ahora ya no se cantan cancioncillas ni villancicos populares, o se hace poco, pero se tararean sintonías publicitarias, y aún así, en un día a día cualquiera de cualquier persona que viva en este país y en estas ciudades, la poesía es el bien más despreciado de todos. Otro tipo de Arte (esculturas, música, cuadros) al menos sirve para decorar, para hacernos más cómodo el paseo rutinario y para hacer más acogedoras nuestras casas. Pero la poesía es exigente y caprichosa, y nos requiere un tiempo conciso, y nos requiere apartar la vista del mundo y concentrarla en el punto insignificante de un trozo de papel. En realidad, eso también lo hace la televisión, que también es exigente y caprichosa, pero ella nos saca hacia afuera de nosotros mismos, y la poesía nos hace viajar hacia adentro. Y en nuestras rutinas no queremos mirar hacia dentro de nosotros, no por nada: es que nos da pereza.

Pero yo necesito convenceros a todos vosotros de que la poesía nos es terriblemente imprescindible, y si no la tenemos, nuestra vida se diluye igual que una pastilla efervescente en el agua, hasta que ya no sabemos dónde quedamos nosotros, disueltos en la neblina de los días que nos pasan por encima. Sin poesía no tenemos esencia, no tenemos forma, no se nos puede mirar. O lo que es peor aún: sin poesía, ni tan siquiera nosotros mismos podemos mirarnos. Y llegará un día que, de tanto despreciarla, ya no nos veremos cuando nos miremos en los espejos.

Una imagen vale más que mil palabras, que dicen, pero dicen mal, porque la poesía, con forma de palabras, está hecha exclusivamente de imágenes, de reflejos de otras cosas en otras palabras. La poesía está hecha de sugerencias y de sutilezas, de nuestros recuerdos de la infancia, de nuestros olores y sabores familiares. La poesía se sirve de todos los sentidos posibles, y de algunos inventados, para dar forma a sentimientos e ideas inexplicables. Hay cosas que solamente son alcanzables por la poesía.

Y para muestra, y a modo de despedida, un botón. Leedlo en silencio. Dejad que las palabras resuenen en vuestras cabezas y, como en una inundación, lleguen a cualquier rincón de vosotros mismos donde puedan causar una catástrofe. Y dejad que ocurra. Dejaros convencer y huid a un lugar inalcanzable.

Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reló
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

[Primeros versos de La voz a ti debida de Pedro Salinas]