Claro que no olvidamos que podemos equivocarnos dado que el Señor es poderoso para obrar y persuadir a estos jóvenes, y oramos por ellos, pero puede que prefieran no hacer caso del llamado de Dios, e ir en pos del mundo. Que vuelvan al redil como el hijo pródigo, o no vuelvan, es algo que no sabemos con certeza.
Ningún padre o madre estamos libres de que nuestros adolescentes decidan un día apostar por el mal camino. Personalmente y como padre de dos chavales de 14 y 17 años, albergo mis temores al respecto, pero aún así, pelearé para no ponérselo fácil al mundo y al diablo. No deseo experimentar la sensación de
“se veía venir.” Creo que los padres y responsables de iglesia podemos hacer algo más para evitar en lo posible esta penosa situación. ¿Cómo? No hay recetas mágicas, solo la gracia de Dios, mucha oración intercesora, el trabajo y el esfuerzo. Yo por mi parte, podría contribuir mencionando, a continuación, una serie de reflexiones basadas en mi propia experiencia y conocimiento:
Cada progenitor debe analizar el grado de compromiso que tiene con el Señor, y con la iglesia;
es difícil, aunque no imposible, esperar que nuestros hijos se interesen por el cristianismo cuando somos padres con una fe tibia, de domingos y cercana a los valores mundanos, o que sean santos cuando nos ven enemistados con otros, criticones, faltos de perdón, o carentes de comunión fraternal.
Los padres no podemos esperar que solamente la iglesia discipule a nuestros hijos, somos nosotros los que debemos ser modelos y maestros para ellos. Hemos de tomar conciencia de la importancia de realizar los devocionales familiares, sin excusas, ni dejadez, pero amenos y participativos; permitiendo que ellos también intervengan tocando instrumentos musicales, compartiendo la Palabra y expresando sus dudas, discrepancias e inquietudes. Enseñémosles a que por si mismos busquen al Señor, intercedan por otros y lean su Palabra aplicándola en su vida cotidiana.
Hay que entrenarles para que sean personas comprometidas con la iglesia y la obra. Animarles e incentivarles para que participen en la iglesia, orando, sirviendo e involucrándose en algún ministerio conforme a sus dones y madurez. Deben observar que nosotros damos ejemplo. Si no oramos o evangelizamos, ¿como lo van a hacer ellos? Debería ser más usual ver a jóvenes orar en los cultos, compartir un mensaje sencillo o participar como lo hacen los adultos. La iglesia debe darles más atención y hacerles sentir más útiles e importantes en las reuniones.
Mención especial merece el ministerio de la música en la iglesia. Es curioso ver la tendencia de los jóvenes a escoger la música como campo de trabajo. Podemos entender la atracción de la juventud hacia ella, pero los chic@s pueden ver en la música un mero entretenimiento dentro de la congregación, y no entender la misma como un medio para conocer al Señor y servirle mejor. Padres, pastores y líderes debemos orientarles hacia el conocimiento y la practica de otros dones y ministerios igualmente necesarios (escuela dominical, evangelismo, enseñanza, diaconía) y que vemos presentan carencias de jóvenes comprometidos.
De especial importancia es la reunión de jóvenes, donde no debe faltar un buen liderazgo, enseñanza práctica y profunda, ocio y actividades sanas. Los líderes deben ser personas que amen a los jóvenes, conozcan su problemática, empaticen con ellos, les sirvan, y se sacrifiquen por el bien del grupo. Personas santas (no perfectas), conocedoras de las Escrituras, de la sociedad actual con sus virtudes y pecados, y que presenten una apologética convincente frente a las ideas modernas y filosofías que van contra el evangelio y de la vida de los jóvenes en los ámbitos escolares y sociales. Si en nuestra iglesia local no hubiera personas capacitadas, bueno sería contar con la ayuda de líderes de otras iglesias. A veces se eligen personas que no son idóneas para alcanzar a los jóvenes, y acaban por confundir, aburrir o dar un mal ejemplo a nuestros hijos.
Los padres debemos esforzarnos, dejar la comodidad del sofá, la siesta y la TV y sacrificar algún día o sábado para pasar tiempo con nuestros hijos, jugar con ellos, o llevarles a encuentros juveniles en otros lugares: conciertos, charlas, conocer jóvenes de otras iglesias... No hay que escatimar esfuerzos para que participen en retiros, campamentos, y que la iglesia apoye económicamente si hubiese familias con pocos medios. Mejor cansarse ahora con nuestros hijos para descansar después. También merece la pena ser hospitalarios y dejar que los hijos de los demás acudan a nuestra casa para que fomenten la amistad con los nuestros.
Algunos padres son exigentes con sus hijos en las tareas escolares, esperan mucho de ellos y anhelan buenas carreras universitarias. Esto es bueno, pero lamentablemente no tienen el mismo interés para que sus hijos obtengan buenas carreras espirituales. Les obligan a ir al colegio, pero no les obligan con el mismo empeño a ir a la iglesia con la excusa de que es nocivo meterles a la fuerza el evangelio. Grave error, Dios puede hablar y tocar a nuestros hijos aunque vayan a disgusto. Acaso no van muchas veces desganados a la escuela, y tienen que escuchar al profesor y aún así aprenden cosas. Bueno es también ponerles tareas espirituales asequibles a su madurez y de fácil consecución (sin cargarles en exceso), como leer el evangelio de Juan en dos meses; leer tres salmos a la semana.... También es interesante hacer que lean libros cristianos que traten sobre temas que les atraigan: amistad, sexo, pruebas sobre la existencia de Dios, psicología, deporte, testimonios de cristianos famosos...
Es esencial proporcionarles una educación equilibrada; ni represiva para que no se desalienten y aborrezcan el cristianismo, ni permisiva, para que no acaben siendo unos pasotas e indiferentes ante los caminos del Señor. Asimismo, amor y disciplina deben ir de la mano. Debemos vigilar el tipo de películas que ven, el tipo de música que escuchan, con que compañías andan... por ejemplo, no es normal que los padres no sepan que a su hijo le gustan las películas de terror o violencia y suela ir al cine a verlas, o que se ande besando con chic@s del mundo y los padres no tengan noticia alguna. Es necesario explicarles, el por qué no les permitimos hacer estas cosas, y decirles que todo lo que les negamos es por su bien. Aunque no las entiendan, y se las prohibamos, si les amamos y les proporcionamos otras alternativas sanas, habrá muchas posibilidades de que nos respeten.
Tampoco ignoramos la rebeldía innata en el joven, ante ello debemos huir de autoritarismos, pero mantener firme nuestra posición de autoridad. Mientras estén bajo nuestra custodia y sean menores de edad, deberán asumir nuestras reglas y formas de regir el hogar cristiano.
No olvidemos que, antes que nuestros hijos, está el hacer la voluntad de Dios. A veces, y por miedo a perderlos, somos tentados a ceder ante sus exigencias en detrimento de las exigencias del Señor. Esto no debe ser así, nuestro gozo está en Dios y El estará con nosotros para siempre, no así nuestros hijos que un día partirán de nuestras casas en busca de su propia familia y futuro.
Si quieres comentar o