Estamos rodeados.
Las tonterías nos asaltan a diario. En mi caso, son tonterías literarias, pero tonterías al fin y al cabo, ridículas, como salidas de un cuento satírico.
No se puede esperar mucho de la Humanidad por sí misma, eso está claro. Eso es el
leitmotiv de la Biblia: que no se puede esperar nada bueno de nosotros por nosotros mismos, somos heraldos de calamidades. A veces hay gente buena: a veces. Y en ese caso, sólo son un poco mejores que la media.
No debería ser posible que dentro de un mismo mundo habite lo bueno con lo grotesco, lo hortera y lo cutre. La vanidad, llevada a su más alto exponente, tal vez sea el narcisismo, o tal vez nos quedemos cortos llamándolo así. Hay gente que de verdad se cree sus propias tonterías. Esa misma gente que dirá que lo que yo digo aquí son tonterías.
Pasaron un documental en televisión que hablaba de un festival de “polipoesía”. Antes de gritar horrorizados, debería explicarlo. La “polipoesía”, esa cosa que suena a enfermedad, es el nombre que le han dado a unas personas que se ponen delante de su ordenador y combinan
performances con poesía, sonidos y video. Así dicho, incluso podría tener su justificación. Pero lo que vi en el reportaje fue a una señora haciendo soniditos guturales frente a un micrófono mientras hacía ruido con un papel arrugado frente a una pantalla que ponía imágenes de rayas y colores abstractos y soltando de repente frases “poéticas” como:
- Abstracción. Muerte. Mi perro se ha comido una araña.
En una exposición de arte moderno había una obra cuya descripción rezaba que era un intento de aunar las artes plásticas y el lenguaje con el tema de “reivindicar la personalidad femenina”. Y al asomarnos se veía un enorme crucigrama en la pared cuyas definiciones eran todas sinónimos de la palabra
lesbiana, y como se quedaron cortos, su autora usó palabrotas y tacos en todos los dialectos posibles del español.
De un escritor cuyo nombre no debo reproducir aquí se publicaba una entrevista hace unos días por su nueva novela. Hablaba en primera persona y decía de sí mismo: "No busco tanto la realidad para constatar si es verídico o no lo que escribo como bañarme en ella para podérmela reinventar; necesito notar el polvo en los dedos para poder volver a imaginar luego esa sensación". (¡¿Pero de qué está hablando?!) Y otra perla: "es mejor hacer una novela frustrada pero que vaya por ahí que no limitarse a contar historias, que es lo que muchos dicen ahora que hacen". Soberana tontería, con permiso. Cervantes, que no se limitó a contar una, sino cientos de historias diferentes en el Quijote, parece ser que no estaba a la altura de nuestro escritor. Ni tampoco Dickens, Shakespeare, Pérez-Reverte, Bradbury, Flannery O´Connor, Borges o Henry James.
Todos ellos deben ser autores insignificantes comparados con él, porque sólo pretendían contar historias entretenidas. Para nuestro autor, buscar el entretenimiento es un fin estúpido, muy por debajo de sus prosa mefistofélica, metafísica y sublimada. Si luego la gente no quiere leer su obra no es porque su literatura sea fea y aburrida, sino porque la Humanidad es superficial y estúpida. Ray Bradbury decía de esta gente: “Si uno escribe sin garra, sin entusiasmo, sin amor, sin divertirse, únicamente es escritor a medias. Significa que tiene un ojo tan ocupado en el mercado comercial, o una oreja tan puesta en los círculos de vanguardia (¡pero qué sabio este Bradbury!), que no está siendo uno mismo… Sin ese vigor, lo mismo daría que cosechase melocotones o cavara zanjas; Dios sabe que viviría más sano.”
Dios sabe que todos viviríamos más sanos sin toda esta cantidad de morralla moral que nos invade, de telebasura cotidiana, de literatura mercantilista y pobre, de arte egocéntrico y desnortado.
A veces dan ganas de perder la fe en el poder restaurador del Arte, ganas de verdad de abandonarse al asco. No se pueden poner en el mismo periódico, una junto a la otra, la estúpida entrevista a ese escritor y la noticia de la muerte de Vicente Ferrer, porque no se puede evitar sentir vergüenza ajena. ¿No deberíamos sentir vergüenza de alentar esta especie elitista y despreocupada de Arte Occidental?
¿Cómo se puede compaginar este tipo de arte ocioso y efímero con el hecho de que hay cientos de personas que, por amor a su prójimo, abandonan sus cómodas vidas occidentales para irse a las zonas más castigadas de África como médicos, enfermeros o profesores? ¿Qué hay de la cantidad de personas que diariamente colaboran en los albergues para sin-techos, en los comedores, en las iglesias y centros donde reparten comida y apoyo a los más desamparados de este país? ¿No se queda este Arte desnudo y ridículo, sin motivaciones, sin propósitos, sin sentido? No me refiero a que el Arte sea una cuestión prescindible frente a los desastres del mundo, porque eso no es verdad. Me refiero a que, comparando los dos polos, se crea una paradoja. Ya no es siquiera una cuestión de solidaridad o buenas intenciones… sino de aspiraciones.
No intento defender ninguna clase de “arte cristiano” porque esa idea no existe y se caería por su propio peso si intentara echar a volar. Defiendo a una generación de artistas que alcancen aspiraciones más superiores, al menos, aspiraciones que sean superiores a ellos mismos.
Esta gente que abandera nuestra vanguardia intelectual se creen el sumun de la perfección estética, que no hay metas ni aspiraciones por encima de ellos mismos y de sus mensajes personales. Pero podríamos luchar para que autores menos narcisistas pelearan para poder hablar de cosas que son más importantes que ellos mismos, para hablar de elementos trascendentales de nuestra vida. Entonces el Arte volvería a retomar su elemento redentor y espiritual, algo que parece que se perdió hace tiempo en pos de lo publicitario y lo siempre sorprendente y estridente. Si no, mientras tanto, seguiremos a merced de gente que cree que su narcisismo es Arte, cuando no son más que tonterías.
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