- La cuestión no está en qué es verdad, y qué no lo es. Sino en quién puede señalarlo. Para mí, usted es sincero. Yo sé desde aquí el estado en que se encuentran las olas. No me pregunte cómo, pero lo sé. Y me teoría es que a veces el agua no nos tolera. Cuando las olas son grandes y revueltas, e intentamos meternos en su interior, es como si nos escupieran, como si fuésemos una mala digestión tal vez. A veces el océano no nos quiere, así de fácil. Pero yo estoy seguro de que personas como usted son las que la naturaleza en general siga tolerando nuestra especie. Es como si reconciliara al mar con el hombre, aunque parezca raro de entender.
- El ermitaño de su historia… ¿es usted?
- Ya le dije que no soy tan viejo… pero dejemos eso a la imaginación, ¿no le parece? Prefiero conocer antes la suya. La que le ha traído hasta aquí. Ahora es su turno, me gustaría mucho oírla… me gustaría conocer la verdad, lo que le ha traído aquí.
- ¿Para qué?
- Vuelvo a decirle que yo cocino mis historias con cantidad de ingredientes. ¿Quién puede adueñarse de lo que sucede hasta que no es contado? ¿Quién quiere conocer la verdad, si no se presenta ésta como un plato apetecible? Eso es lo que hago…
- ¿Quiere contar mi historia?
- Pero a mi manera, por supuesto.
- ¿Y si me negara?
- Bien… ahí tiene el camino de regreso. Ahora escuche: yo jamás olvido una cara, y no será bienvenido otra vez. Me gustan las cosas claras.
- Verá, primero me dice que la verdad puede ser cruda y difícil de digerir… luego que lo mejor es cocinarla, y me suelta esa historia sobre cómo cocinar un relato… estoy seguro de que a muchos les convencerá su forma de ver las cosas, pero lo que para usted se convertirá en una anécdota graciosa, para mí será recordar una experiencia dolorosa, empleada para hacer reír a otros…
- Seré respetuoso… he perdido mil oportunidades, he fracasado muchas veces, y sé entender…
- Lo siento… siento que esta conversación no llegue a ningún sitio.
- Entonces ya sabe su alternativa.
- No siempre se está preparado para asimilar…
- ¿Y prefiere que su historia, que intuyo es especial, se quede sin ser escuchada?
- Eso no ocurrirá…
Me levanto. Doy las gracias por el café, lo único no adulterado que existe en su cocina, y abro la puerta. Él no intenta detenerme, se limita a ver desde la ventana cómo camino cuesta abajo hasta la ciudad. Sabe que no regresaré, y yo que mañana se olvidará de lo ocurrido, cuando conozca a otro turista distinto a los demás, y le invite junto a una taza a que colabore en renovar su biblioteca de fábulas. El secreto no está en la casa, sino en lo que hay dentro, dice un refrán árabe que escuché hace tiempo.
Mi historia no tiene nada de particular. Viví durante años en una ciudad bañada en el Severn, donde no hay gran cosa que hacer. Es un lugar de cielo de carbón, del que sus habitantes piensan que nunca lo abandonarán, pues siempre dicen que como en Casnewydd no se está en ningún sitio. Y hasta cierto punto es verdad, pues tiene prácticamente de todo. Yo soñé desde muy pequeño en ver otras cosas, en pisar sitios insospechados, incluso imposibles de inventar. Mi padre me traía de la biblioteca montones de revistas y libros sobre viajeros que me llevaban a otros mundos, entonces inalcanzables. Me prometía en las tardes más lluviosas que algún día viajaría lejos… poco después enfermó, y desapareció. Más o menos un año después de que le diagnosticaran su enfermedad incurable y en fase última, decidió ahorrarnos el disgusto, y no volvió a casa, dejándonos unos ahorros. Hicimos lo que pudimos, hasta instalarnos en una normalidad inofensiva. Yo dejé la casa que no cambió jamás de aspecto exterior (quizá una ligera degradación en los tonos de la fachada) y me trasladé al otro lado del río, en un estudio diminuto donde daba el sol todo el día, hasta hacer daño, yendo del trabajo a casa, de casa al trabajo, y alguna visita esporádica a Londres y a Liverpool. Amontoné libros y vinilos como se espera de un chico de mi complexión, y miraba mucho las estrellas, y me decepcionaba activamente con cada chica con la que hablaba más de dos frases, como también se espera de un muchacho de mi carácter. Hasta el día que apareció el maletín en la puerta. Aunque no fuera para mi, ahora ya nada puedo hacer sino seguir la estela que el maletín me ha ido señalando, con algunas desviaciones de la ruta, pero siempre con un horizonte señalado: un Nedham de espejismo, y un pozo indeterminado de Argentina. Y eso es todo lo que hubiera podido contar al viejo, esa es la verdad única que podría abarcar para su repertorio. No entendería la poesía encontrada en el camino, poesía auténtica, de la que te arranca el corazón para arrojarlo al volcán; no imaginaría la aventura extraordinaria que se ha abierto de repente para alguien que la deseaba en secreto y aún no la cree en su plenitud. ¿Para qué contar que sé con certeza que siguen mis pasos, desde el comienzo del viaje, que me han intentado atrapar en varias ocasiones, seguramente por el asunto del dinero, que enterré una parte de él, y que estas situaciones son parte importante de aquella voluntad de moverme hacia adelante, de no volver a mirar lo que he caminado, aunque en mi interior no pare de hacerlo? “Qué doloroso nacer de nuevo”, decía un poema de Ginsberg.
Sencillamente, no quiero que mis pocas aventuras sirvan para añadir falsedad a falsedades. En las palabras del narrador de cuentos, habían algunas verdades… pero nada hay peor que una verdad a medias. Y eso es lo que más me decepciona de esta larga noche pegajosa. Ahora veo que la razón por la que no puedo contar a la ligera mis andanzas es que éstas no pueden comprenderse hasta haber dado ciertos pasos, sin haberse librado de prejuicios (muchos de ellos míos y sólo míos), sin haber nadado contra las olas. Es por eso que mi viaje tiene un sentido, sea yo consciente de ello, o no. Sentido al lado mío, caminando, o por encima de mí, sobrevolando quizás, pero existiendo antes y después de mis senderos retorcidos.
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