Jermaine, uno de ellos, cerró el encuentro. O la fiesta. O el espectáculo. O el culto. O todo a la vez. Y lo hizo recordando que “El rey del pop se arrodilla ahora ante el Rey de Reyes”. Lo dijo compungido pero confiado. Triste pero sereno. Sus palabras cerraron una de las grandes manifestaciones televisivas de los últimos años. Se calcula que 2.500 millones de personas en todo el mundo siguieron el 7 de julio un
show (incluyan aquí la connotación que quieran a esta palabra) que 17.000 privilegiados pudieron seguir en directo desde el pabellón Staples Center de Los Ángeles, un espacio habituado a disfrutar de las hazañas baloncestistas de los Lakers (recordemos, de pasada, el reciente anillo de Pau Gasol, que le consagra en el Olimpo de la canasta) o de conciertos, digamos, tradicionales.
El siglo XX (y los primeros balbuceos del XXI) cuentan ya con varios acontecimientos seguidos de forma masiva por televisión más allá de los
habituales (o sea, acontecimientos deportivos como inauguraciones de Juegos Olímpicos, finales de campeonatos del mundo de fútbol, la Superbowl,…). Es la historia convertida en espectáculo, en una ventana global, escrita desde los distintos enfoques de una cámara y desde el poder del dedo de un regidor: desde los funerales de John Fitzgerald Kennedy, hasta los de Juan Pablo II, pasando por el de Lady Di o, para escabullirnos del tema sepelio, la llegada del hombre a la Luna, la primera Guerra de Irak (la primera en
prime time) o los atentados del 11-S, una verdadera obra de artesanía catódica, con toda la angustia, el terror, el suspense y los héroes, pero sin ningún cadáver a la vista.
Varias cadenas de todo el planeta conectaron en directo con el acontecimiento.
En España, el seguimiento no dejó de ser curioso. Antena 3 y Cuatro lo intentaron, pero metieron ahí las participaciones de algunos comentaristas de dudosa calaña (en el caso de Antena 3, los morbosos de
Tal cual) o se cebaron con la emisión de publicidad (es, al menos, la sensación que tuve en distintos zapeos a Cuatro. No es un estudio científico, la verdad) hasta romper el ritmo y el encanto de la emisión. Así, me atrevería a afirmar (a partir, repito, de los clásicos saltos con el mando a distancia, con lo que observé que ni TVE, ni Telecinco o La Sexta hacían un seguimiento del tema. Y que conste que no es una crítica, sólo una constatación) que las únicas cadenas que lo emitieron de forma íntegra fueron CNN+ y, en Catalunya, la cadena autonómica TV3 a través de su canal de noticias 3/24 (con buenos comentarios, por cierto, de uno de los mayores expertos sobre música en este país: Jordi Tardà).
Volvamos a la emisión en sí. Con un tono oscuro (no dejaba de ser un funeral), el acto se desarrolló durante casi tres horas sin resultar monótono o aburrido. Las emociones eran constantes, así como la capacidad de sorpresa, ya que no se había filtrado cuál era el programa definitivo: especulaciones no faltaban y, de hecho, algunos de los protagonistas esperados /deseados para esa noche no hicieron acto de presencia (hablo de nombres muy vinculados a Michael como Liz Taylor, Diana Ross, Aretha Franklin, Madonna o Paul McCartney).
El acto se convirtió, lógicamente, en un homenaje al personaje y a su obra, pero también en una reivindicación de su inocencia ante las acusaciones de pederastia (nunca demostradas e incluso desmentidas recientemente por el niño, ahora ya mayor, que las hizo); en una magnificación del black power más auténtico y del orgullo de ser afroamericano en un país donde ser negro equivalía, no hace mucho, a esclavitud y a negación de derechos y, de forma muy abierta y elocuente (¡qué envidia de país en aspectos como este!), en un verdadero culto de reivindicación de la figura de Jesús como ejemplo y como camino.
Abrió el fuego el
Coro Góspel de Los Ángeles (con “We´re going to see the king”), toda una declaración de principios, con una música y un espíritu que en casa de los Jackson reinó durante su infancia, a pesar del mal ejemplo y de la actitud indeseable del padre de familia (al que, por cierto, ningún participante quería saludar a pesar de estar presente en la ceremonia). Con la proyección de unos grafismos que imitaban las cristaleras de una iglesia y el tono cálido del góspel inundando el lugar, la primera reivindicación de homenajear a Jackson pero en su justo punto respecto a Jesús estaba servida.
A partir de ese momento se fueron sucediendo los parlamentos y las actuaciones musicales:
El histórico músico
Smokey Robinson, se mostró emocionado, mientras el pastor
Lucious Smith insistió en un mensaje de amor y bondad, para dar paso a la actuación de
Mariah Carey: no está entre mis favoritas, de acuerdo, pero su interpretación del “I´ll be there” de los Jackson 5 junto a Usher (del que dicen que es el gran heredero de Michael) fue más que digna. Apareció entonces el torbellino, la actriz y cantante
Queen Latifah, que en plan crítico musical revisó sus recuerdos vinculados a los discos de los hermanitos Jackson y al orgullo que eso permitió de sentirse afroamericana y “tener ganas de salir a conocer el mundo”. Sí, el acto-ceremonia-show-funeral seguía los parámetros adecuados para emocionar, para contagiar, para estallar en momentos de lagrimilla y en otros de grandilocuencia (como la propia música de Michael), para satisfacer al coloso de las audiencias. Sí, ¿Y qué? ¿Es eso criticable?
En todo momento se supo combinar el espectáculo (hablamos de televisión, no de una ceremonia privada que la familia había celebrado previamente) con el respeto. Con el féretro de Michael en primer término
(dorado y con fieltro azul como el de James Brown, uno de sus reconocidos maestros),
Lionel Ritchie (co-autor con Jackson del gran himno solidario del siglo XX, “We are the world”) sacó a relucir de nuevo al Rey de Reyes al cantar (bordar, mejor dicho) “Jesus is love” (escalofriante tema soul-góspel del antiguo grupo de Ritchie, los Commodores), para dar paso a una de las grandes figuras de la historia de la música:
Berry Gordy. Es un nombre que a muchos no les sonará, pero se trata del fundador del gran sello de la música negra: la
Motown. Gordy recordó los partidos de béisbol que se organizaban entre
Jacksons y
Gordies y comentó que Michael “cantaba con felicidad en el alma”. De Michael dijo que ante los fans era un “maestro”, pero que en realidad se trataba de una persona tímida y con un hilo de voz, aunque Gordy le regaló el título de mejor artista del siglo XX (aquí podríamos abrir un debate interminable: Sinatra, Elvis, Lennon, Dylan, Miles, Aretha, Jagger, Ray, Ella,…), y eso que Michael acabó abandonando la Motown para irse a la competencia (Epic) e incluso una hija suya, Hazel, se casó, para después divorciarse, con Jermaine Jackson.
Las imágenes de fondo en el Staples eran una constante: fotografías de infancia, vídeo-clips de sus temas históricos (“Thriller”, “Beat it”, “Billie Jean”,…)
y hasta una breve aparición de
Liz Taylor (gran amiga de Michael, declinó la invitación al acto). El siguiente fue uno de los grandes momentos de la noche, con
Stevie Wonder llenando con su presencia el escenario. Wonder lamentó encontrarse en esa situación, pero recordó que “Dios es bueno” (y, atención, aplausos multitudinarios en el pabellón) y que si se ha llevado a Michael es “porque quizá lo necesitaba más que nosotros”. Wonder, otro niño prodigio de la música, enlazó un par de temas sentado al piano: “Just good friends” (no es una de las canciones más conocidas de Jackson, pero es magnífica y, además, apareció en el álbum
Bad en forma de dueto entre ambos) y “Never dreamed you´d leave in summer” (una antigua balada de Wonder con un título muy adecuado para el momento).
Para americanizar más aún el show, los siguientes en subir al escenario fueron dos mitos del baloncesto angelino. Uno,
Kobe Bryant, actual, Otro,
Magic Johnson quizá sea el jugador más apreciado por los seguidores de los Lakers (lo siento, yo siempre he sido más de los Celtics de Bird, Parish y McHale, pero ese es otro tema) en toda su historia (con permiso de Kareem Abdul-Jabbar, claro). Bryant y Johnson demostraron un
savoir faire en un terreno que no es el suyo y que no imagino a ningún deportista español. Bryant destacó la lucha de Jackson por los más necesitados, y aunque vanagloriarse de las obras no es el camino, recordó que “es el artista que más dinero ha dado a beneficencia”.
Magic, en cambio, apostó a caballo ganador en su intervención, ya que recordó que puede presumir de haber participado en un vídeo-clip, “Remember the time” (del álbum
Dangerous), donde hacía el papel de una especie de maestro de ceremonias que presentaba diferentes actuaciones a un par de faraones aburridos en el antiguo Egipcio (ojo, eran Eddie Murphy e Iman, la señora de Bowie vaya).
Magic explicó como Michael le propuso el cameo (llamarlo actuación sería pretencioso) un día en su casa. En uno de los momentos más relajados y divertidos de la velada (o concierto, o memorial, o funeral, o bla, bla, bla…), el gran (¡en todos los sentidos!) ex jugador explicó como el
maître de Neverland (el rancho-parque de atracciones de Michael) le pidió qué quería comer. La respuesta: pollo a la brasa, pero su sorpresa fue mayúscula cuando comprobó como Michael atacaba sin piedad uno de esos cubos tamaño XXL empapado en aceite y lleno de ese extraño ¿pollo? de un Kentucky Fried Chicken. Al final, los dos en el suelo dando buena cuenta del
banquete. Pero
Magic pasó de la anécdota a la seriedad: “Aquí estamos celebrando su vida”, dijo antes de mojarse en un tema espinoso como la tutela de los tres hijos de Jackson: “Sus tres hijos tienen la mejor abuela del mundo, que se hará cargo de ellos” (hay que recordar que Debbie Row, ex enfermera, ex esposa de Michael –el artista se casó dos veces. La primera, con Lisa Marie Presley, hija de Elvis– y madre de dos de los niños, quiere pedir su tutela). Pero
Magic lo tiene claro: “Seguiremos orando por ello”.
La siguiente en aparecer en escena fue la actriz y cantante
Jennifer Hudson, que puso la piel de gallina a más de uno con una versión pasada
por un tamiz muy góspel de “Will you be there”, una canción de Jackson aparecida también en
Dangerous, pero que llegó a su máxima cota de popularidad al formar parte de la película
Liberad a Willy. Durante el tema se superpuso la propia voz de Jackson, en una canción que habla de los miedos del cantante, de sus deseos de sentirse protegido y de los efectos que generaba la fama en su vida. Pero, amigos, el festival del orgullo afroamericano tuvo otro plato fuerte con el reverendo
Al Sharpton (pastor bautista y activista, llegó a ser candidato para la nominación presidencial del Partido Demócrata en el 2004. O sea, un pre-Obama), un personaje enérgico y directo que recordó como conoció a Michael un ya lejano 1970 con el reverendo Jesse Jackson (un pre-pre-Obama). Sharpton, con un tono casi enojado, pidió que no se rebusque más en la vida de Michael (¿un mensaje subliminal para los carroñeros de Cuatro?), ya que él sólo quiso legar un mensaje de amor. “Caemos en montañas abruptas, pero no nos hemos de centrar en la caída. Él se volvía a levantar. No se detenía”, añadió con el puño en alto, como en una predicación que pretende ser un llamamiento a la redención, como en un sermón enérgico y reivindicativo por el que también aparecieron los nombres de Nelson Mandela y Barack Obama. Le sucedió en la tarima el guitarrista
John Mayer (¡uno de los pocos blancos de la noche!) con una versión peculiar del “Human nature” de Michael (del álbum
Thriller). Y digo peculiar porque el chico prefirió ofrecer una pieza instrumental (con un coro acompañando el estribillo, eso sí) para enfatizar la ausencia del músico fallecido.
Uno de los puntos más lacrimógenos de la velada (aparte de la aparición final de la hija de Michael, Paris) fue con la intervención de la actriz
Brooke Shields, que llegó a ser pareja sentimental (¿o pongo novia?) de Jackson. Shields, llorando, relató cómo hablaban de ellos como “una pareja extraña” y cómo ambos entendían qué significaba estar bajo los focos públicos desde la infancia (Brooke debutó en el cine a los 13 años). “Necesitamos ser adultos muy pronto”, dijo, aunque detalló que lo que más destacaba de Michael era “su risa, dulce y pura”. Y añadió: “Se habla de él como un Rey, pero siempre fue más como el Pequeño Príncipe”, para leer después un fragmento de la fabulosa obra de Saint-Exupéry y que habla, precisamente, de la fragilidad. “Mis oraciones están con vosotros”, dijo con los ojos clavados en la familia, y recordó que la canción favorita de Michael habla, precisamente, de sonreír: “Smile”, un tema de Charles Chaplin (aparece en su versión instrumental en el film
Tiempos modernos en 1936), versionada por medio mundo y, cómo no, por el propio Michael (en el álbum
History). Para rematar la faena, Jermaine Jackson volvió al escenario para interpretar, intentando contener una emoción en ese momento ya desbordada, precisamente “Smile”.
Sí amigos, este artículo es largo. Como lo fue la ceremonia. Así, entenderé que dejen ya de leer y dediquen su precioso tiempo a otros menesteres, pero para dar un toque todavía más televisivo al tema les recuerdo que
faltan por llegar los hijos de Martin Luther King, Smokey Robinson o la oración final de Lucious Smith. Yo, ¡no me lo perdería! Pues eso, el abogado y activista Martin Luther King III (¿hace falta volver a decir quién era su padre?) y su hermana Bernice A. King hicieron acto de presencia. Martin Luther King III: “Mi padre dijo que si te tocaba ser barrendero, tenías que barrer como Shakespeare escribía o como Raffaello pintaba. El 25 de junio, el cielo se paró para decir que Michael vivió como un artista, que era lo que le tocaba”. Bernice añadió (en un mensaje, de nuevo, con un tono evangelístico puro y duro): “Que nada nos separe del amor de Dios que se encuentra en Jesús. En la última instancia, sólo el amor de Dios nos trae paz y consuelo. La vida de Michael estuvo inspirada por Dios. Su don y su talento sirvió para mostrar el amor de Dios, para mostrar fraternidad”. Y Bernice, en uno de los pocos apuntes directos sobre la espiritualidad del cantante, recordó como Michael visitó a su madre, muy enferma, “y oró por ella”.
La siguiente intervención fue la más política (y polémica) de la noche: la congresista Sheila Jackson Lee (en un entorno favorable, ya que olía a demócrata por los cuatro costados) apuntó que la Constitución estadounidense dice que “todo el mundo es inocente hasta que no se demuestre lo contrario” e incluso comparó a Michael con el buen samaritano de la parábola. La congresista por Texas mostró una copia enmarcada de una resolución en la Cámara de Representantes de los EEUU que honre a Jackson por los actos de caridad realizados durante su vida y por ser una leyenda, un icono musical y humanitario para todo el mundo. A pesar de ese fervor, esa propuesta puede encontrarse con algún obstáculo, ya que un par de días después aparecieron unas declaraciones de un congresista republicano, Peter King, que llegó a tachar al cantante de “pervertido y pederasta”, además de afirmar que hará todo lo posible para que la resolución no prospere. Afortunadamente para la marcha del homenaje, King no se encontraba entre los presentes.
La política volvió a dar paso a la música, con
Usher interpretando “Gone too soon” (tema de Michael del disco
Dangerous) con toque al féretro incluido. Para seguir con la emoción ya a flor de piel, se emitieron imágenes de un jovencito Michael cantando “Who´s loving you” en el
Ed Sullivan Show en ¡1969!. Mucha gente relaciona esa canción con Michael, pero lo cierto es que esa maravilla (versionada también años después por Terence Trent d´Arby en su inigualable debut) la compuso un tal Smokey Robinson. ¡Pero si está en la sala! ¡Pues que suba de nuevo! Smokey remató la faena al afirmar: “Creo en Dios y Michael se encuentra ahora en un lugar donde vivirá para siempre. Así, vivirá en dos sitios, ya que el mundo nunca le olvidará”. Y no, tampoco nos olvidamos de ese “Who´s loving you”, que interpretó un niño de nombre imposible,
Shaheen Jafargholi, surgido del programa televisivo
Britain´s got talent. El joven intérprete participó en la ceremonia por deseo expreso de la familia Jackson, ya que Michael quedó encantado con él al verle actuar. Después de la promesa, otros jóvenes llenaron el escenario. Formaban parte de
This is it, el proyecto de Michael para una serie de 50 conciertos que debía iniciarse la semana que viene (el 19 de julio) y prolongarse hasta el año que viene en Londres. “We are the world” y “Heal the world” (baladón de
Dangerous) sonaron con fuerza. Dos temas típicos y tópicos en la carrera de Michael. Dos temas hasta con un toque de ñoñería encantador, y que ya dieron paso a algunos parlamentos finales. Jermaine, de nuevo, agradeciendo la presencia a los asistentes, pero el que se destapó fue otro hermano,
Marlon, que aseguró que Michael “seguirá siendo una voz angelical al lado de Dios mientras nos espera a nosotros. Dios tiene un propósito para todo; quizá no lo entendamos, pero Michael ya tiene su recompensa después de acabar su tarea en la Tierra”.
El único detalle innecesario, seguramente, fue poner a la hija de Jackson, Paris Katherine, ante el micrófono (Michael tuvo dos hijos más: Prince y Blanket). La niña rompió a llorar y recordó que Michael fue el mejor padre. Y como buen funeral que se precie,
el reverendo Lucious Jackson invitó a los asistentes a cogerse de la mano para una oración final, en la que pidió que no juzguemos a nadie, que miremos siempre el corazón y que los cristianos “podamos demostrar el amor de Dios en las escuelas, en los trabajos y en las casas”.
Casi tres horas después, Jermaine bajó el telón al hablar del rey del pop ante el Rey de Reyes. ¿Espectáculo? Sí, pero les recuerdo que hablamos de televisión. Pero también emoción, recogimiento, recuerdo y oración. Ojalá algunos programadores de nuestro país estuvieran tomando nota.
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