Cuando la historia de Peter Pan llegó a la pantalla chica, se dijo a los niños que no intentaran volar como el personaje de Disney. Aun así hubo algunos que, ignorando la advertencia, saltaron por las ventanas de sus cuartos con las consecuencias trágicas que es fácil imaginar.
El mundo del entretenimiento audiovisual está lleno de ficción. Leones que hablan, monos que cantan, cebras que lloran, niños que vuelan, conejos que forman ejércitos para luchar contra las hienas que, entre mordisco y mordisco se van muriendo… de la risa. Es cuestión de detenerse a mirar las películas para niños y también para personas mayores para comprobar cómo la creatividad humana transforma lo que sea en lo que una mente racional y encuadrada dentro de conceptos rígidos jamás imaginaría. El cine es quizás la más grande y prolífica fuente de ficción. ¡Y cómo nos gusta el cine! (*)
Este artículo y el anterior han sido motivados por las críticas hechas a dos novelas del autor estadounidense Dan Brown, críticas que a nuestro juicio persisten en un error no atribuible a dichas obras sino quizás a que muchas veces consideramos a una novela algo que no es.
En esto de críticas y denuncias los cristianos conformamos un mundo muy curioso. Obviamente, no pretendemos aquí generalizar ni menos censurar a nadie. Nos anima únicamente tratar de aclarar, por lo que apuntamos más adelante, algunos conceptos que tienen que ver con las novelas u otra literatura de ficción. Como decíamos en nuestro artículo anterior, es posible que nosotros mismos estemos equivocados por lo que sería beneficioso si alguien nos saca de nuestro error. Ya lo dijo Westinghouse, el hombre nunca deja de aprender.
Con no poca frecuencia los cristianos nos encontramos sumando nuestras voces a las de grupos políticos que usan para su beneficio ciertos temas sociales (el aborto, por ejemplo) y miramos para otro lado cuando en la Internet se nos muestra imágenes de niños que comienzan el día cada mañana sin un mendrugo de pan o una taza de agua caliente. No abrimos la boca para protestar porque en algunos países ricos la comida se echa a la basura por toneladas y que eso mismo que nosotros no nos alcanzamos a comer al desayuno podría alimentar por un día a una docena de niños hambrientos, desnutridos y condenados a morir de inanición antes de superar las primeras etapas de sus vidas. Se les deja nacer, pero luego se les deja morir. Se defiende su derecho a vivir cuando están en el vientre de la madre, pero una vez nacidos, no nos importa mucho si sobreviven o no. Y si se levanta un gobierno que intenta preocuparse por darles un medio litro de leche diario, hay que derrocarlo y, de ser inevitable, matar al presidente. Es un mal gobierno y un peor jefe de estado. Un atentado contra la democracia. (**)
Alzamos nuestras voces ante cierta literatura que nos parece una amenaza a nuestra fe pero no lo hicimos para que a lo menos nuestra gente dé más valor a la Biblia no solo leyéndola sino estudiándola y aplicándola a su diario vivir. (Ya lo hemos dicho antes: la Biblia se ha quedado con la fama de ser el libro más leído del mundo. Si alguna vez lo fue, ya no lo es. Harry Potter o las telenovelas la han destronado.) En mi clase de Biblia suelo hacer a veces algunas preguntas complicadas, como por ejemplo cómo se llamaba el que escribió el Evangelio de Lucas. Y no falta quien me responda que fue Moisés. Risa general. Y cuando el pastor va a comenzar su predicación e invita a sus feligreses a abrir sus Biblias, tiene que darles pistas y señales para que busquen Jeremías en el Antiguo Testamento y no entre las cartas de Pablo.
Hace un tiempo mencioné en uno de mis artículos el llamado que ciertos líderes cristianos de la ciudad de Miami, donde resido, hicieron al pueblo evangélico para que fuéramos a protestar, en las afueras de cierto canal de televisión. La idea era hacerles ver a las autoridades del canal la necesidad de que censuraran a una presentadora que había efectuado un matrimonio de homosexuales ante las cámaras. Hubo algunos que acataron la sugerencia y fueron… el hazmerreír de todos. Señalamos con el índice a la presentadora, a los homosexuales, a las autoridades del canal y hasta al pastor que los casó, pero nos desentendemos de los otros tres dedos de la mano que están apuntando hacia nosotros. Si nuestro testimonio tuviera la fuerza que debería tener en la sociedad, las cosas serían muy diferentes a como son ahora. Habría maldad, sin duda, pero la voz de la iglesia resonaría potente y alguien por aquí y alguien por allá nos haría caso y lo pensaría dos veces antes de cometer el delito que planea. Seguiría habiendo Bernard Madoff y Robert Stanford pero no tantos como hay ahora.
Reconozcámoslo de una vez por todas. Los primeros responsables del estado de la sociedad hoy día no son los políticos ni los estafadores ni los sinvergüenzas que roban millones, ni los ejecutivos de las grandes transnacionales que están transformando el planeta en un gran caldero al rojo vivo sino que somos nosotros, los llamados a establecer un balance entre lo que quiere ser una sociedad sin Dios y lo que el Señor quiere que esta sociedad sea, con Él. El aumento de la maldad en la tierra debería hacernos reflexionar sobre cómo estamos viviendo nosotros, tú y yo, la fe en el Cristo transformador y no prestarnos para que quienes nos han traído al punto en el que nos encontramos sigan estrujando al mundo y amasando riquezas cuyos montos nunca lograrán saciar su sed de más.
La ética situacional nos dice dónde y cuándo protestar y dónde y cuándo callarnos la boca. Somos éticosituacionalistas sometiendo nuestra fe a valores temporales que muchas veces no compaginan con los eternos, expuestos tan rotundamente por Jesús en su Sermón de la Montaña.
Para ir entrando en materia, digamos que desde que Dan Brown saltó a la popularidad con su producción literaria se le ha disparado con balas de todos los calibres. Y muchos de los francotiradores han estado apostados en las trincheras cristianas. Lo que se ha intentado ha sido descalificar sus novelas El código da Vinci y Ángeles y demonios. ¿Se ha conseguido lo que se buscaba? Como dice Plutarco Bonilla («confieso que no he leído la obra, pero acabo de ver la segunda película, Ángeles y demonios, y me encantó»), el éxito de estas obras y sus correspondientes películas se ha debido, en buena medida, a la propaganda que le han hecho quienes las han atacado.
Se alega que Dan Brown usa la historia arbitrariamente. Y con esa acusación se le quiere restar credibilidad a él como novelista y a sus novelas. Aceptando que sea como se afirma, preguntamos dónde está el delito. Plutarco nos ofrece la siguiente experiencia a modo de respuesta: «A una señora católica que participaba en un taller en California hace unos pocos años, y quien dijo que la novela El código da Vinci la había sacudido en su fe, le contesté lo siguiente: “Señora, si usted lee en un periódico importante, como el N. Y. Times las listas de los libros más leídos, encontrará allí este libro en el primer lugar. Pero ¿en cuál lista lo encuentra? Pues en la de ´Ficción´, y un escritor de ficción tiene todo el derecho de decir lo que le dé la gana”» (el destacado es mío). Quién sabe si la señora habrá entendido lo que se le quiso decir, pero me temo que hoy día no entendemos que quien escribe ficción tiene todo el derecho de decir lo que le dé la gana. Y que para él no hay límites ni cortapisas salvo los que le podría imponer su propio criterio y su ética personal. Si quiere, el autor puede volver la historia al revés, reírse de la ley de gravedad, bajar el sol, la luna y las estrellas y hacerlas pasearse por nuestras calles en un inusitado mano a mano con miles de ángeles buenos que inundan la tierra solo porque al autor se le ocurrió. A Noé se le puede hacer montar en bicicleta y a Miriam bailar la danza del vientre ante el becerro de oro construido por su hermano.
Una obra de ficción no puede ser condenada por lo que el autor dice o deja de decir. Se le puede considerar mala como obra literaria pero aun en esto, generalmente las opiniones son solo personales y nadie puede arrogarse el derecho de representar el parecer de todo el mundo. Alguien podría decir que La Milla Verde de Stephen King es mala porque está en contra de la pena de muerte, pero otro la podría encontrar excelente. Y, según este ejemplo, ni el que la encontró mala puede generalizar y poner a todo el mundo a compartir su opinión ni el que la encontró buena puede pretender que todos piensen como él.
Mi amigo Plutarco ha agregado algo más a lo que ya hemos mencionado. Dice: «Hay muchos que han escrito sobre la relación de Jesús y la Magdalena (o sobre las relaciones entre David y Jonatán o sobre el incidente en Sodoma o sobre la curación del siervo del centurión) que no hacen novela sino labor de interpretación bíblica e histórica. Podemos o no estar de acuerdo con los resultados de esas investigaciones, pero no podemos calificarlas de novelísticas ni, mucho menos, de calenturientas. Pueden, incluso, aducirse, para las interpretaciones con las que no estemos de acuerdo, nombres de los más ilustres y respetados investigadores bíblicos. Para mí, eso significa que la puerta está abierta para continuar la labor exegética, porque no son cosas de charlatanes o de quienes quieran llevar agua a sus propios molinos».
Mario Vargas Llosa escribió por allá por 1990 un estudio sobre la novela que tituló La verdad de las mentiras que, por cierto, recomiendo leer a todos los que se sientan tentados a acusar a los novelistas de arbitrarios en el uso de la historia o a los personajes de su obra de irrespetuosos. Dice: «Si una novela pretende ser fiel a los hechos históricos, entonces no es novela». De ahí el nombre La verdad de las mentiras.
Jorge Coahuila, comunicador y escritor peruano, trae a colación lo que ha dicho Vargas Llosa en relación con la novela: «Los hombres no están contentos con su suerte o casi todos, ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros, quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar, tramposamente, ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un deseo». Podemos o no estar de acuerdo con estas afirmaciones, pero nadie puede quitarle al escritor peruano el derecho que tiene de decir lo que piensa.
En nuestra Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos trabajamos para producir literatura de ficción, mayormente novelas y cuentos; por lo tanto, necesitamos tener bien claro hasta donde puede llegar alguien que quiera escribir una obra de este género. Y sin modificar los criterios que siempre hemos sustentado, nos identificamos en un cien por ciento con las opiniones de Plutarco y Vargas Llosa afirmando que el que escribe ficción puede decir lo que le dé la gana y que una novela no tiene ninguna obligación de ser fiel a la historia; más bien, si lo es, entonces deja de ser novela.
En el caso de ALEC animamos a nuestros alumnos a que se atrevan a ponerle alas a la imaginación y que la máxima preocupación que deben tener es no ir a contrapelo de la sana doctrina; aunque, por cierto, puede salir por ahí un personaje díscolo que tenga sus ideas sobre los valores que para nosotros son sagrados y, por lo tanto, intocables. El tal, como personaje de ficción, puede decir lo que le venga en gana, como dice Plutarco, y nadie intentaría llevar a los tribunales eclesiásticos al autor por culpa de ese personaje mal hablado.
Hace algún tiempo, después de haber leído La quinta montaña, de Paulo Coelho sentimos que sería útil que todos en ALEC la leyeran pues contenía ciertos elementos muy afines con nuestros propósitos. Coelho había hecho lo que nosotros nos hemos propuesto hacer en ALEC: crear literatura de ficción sobre la base de historias y/o personajes bíblicos. En La quinta montaña, Coelho toma al profeta Elías, a la viuda de Sarepta y a su hijo, a los ejércitos israelita y sirio y los pone a vivir historias que, partiendo de los relatos bíblicos, ascienden a alturas ficticias que le dan una categoría especial a la novela. Impresionados de ver lo que nosotros mismos hemos querido hacer una realidad (y lo hemos ido logrando con novelas como La llave, Potifar, Séfora, Los hijos del cautiverio) dimos a leer La quinta montaña a la gente de ALEC. Hubo quienes aceptaron la sugerencia, la leyeron y disfrutaron de ella; otros, sin embargo, curiosamente, se negaron, aduciendo que no podían leer algo relacionado con la Biblia escrito por un no creyente, y que no era ético que alguien como Coelho se llenara los bolsillos de dinero con historias tomadas de la Sagrada Escritura. Incluso entre estos hubo quienes condenaron a Coelho por hacer que Elías y la viuda se enamoraran con algo que no pasó de ser una especie de amor platónico que la viuda se llevó con ella a la tumba y Elías, a su vez, a las nebulosas históricas a las que Coelho decidió relegarlo.
En conclusión, dos cosas. La primera: Si vamos a criticar una novela porque la encontramos mala, que sea a título personal y porque según las reglas convencionales, nos parece deficiente. No cedamos a la tentación de pontificar en este sentido porque corremos el riesgo de ser injustos con quienes se merecen respeto, como es el caso de Dan Brown. Y la segunda, es una cita que copiamos de la contracubierta de la novela Mi Siglo, de Günter Grass y que nos parece adecuada para cerrar estas reflexiones:
«Como de costumbre, Grass confía en sus lectores y no cree necesario explicarles cada personaje ni decirles en qué contexto han de situar cada frase, sabiendo que su libro podrá leerse a distintos niveles de conocimientos históricos y experiencia política. Una joven auditora de empresas puede no saber hoy quién fue Puskas; un estudiante de medicina, no estar muy seguro de lo que pasó en Berlín la noche de los cristales rotos; a otros solo vagamente les sonarán los nombres de Jünger o Remarque… No importa».
(*) Esta afirmación no podría haberla hecho en mis tiempos de muchacho sin exponerme a una disciplina segura por parte de mi pastor y los oficiales de la iglesia. Ir al cine era equivalente a renegar de la fe y traicionar el cristianismo.
(**) Copio de la Internet. Quizás las cifras sean exageradas. Quizás no. Según la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo cada segundo mueren de hambre 3 niños. Cada minuto, mueren 20. Cada hora, mueren 1.200. Cada día, mueren 28.800. Cada semana, mueren 201.600. Cada mes, mueren 864.000. Y cada año mueren de hambre en el mundo 10 millones 510 mil niños.
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