Cuando las zapatillas se alejan, y las voces se pierden tras los recodos montañosos, el narrador me invita a pasar a su casa, mejor dicho, a su cocina.
Mudo, le observo ir de un lado a otro de la estancia, abriendo armarios pequeños con la permanente amenaza de descolgarse, enjuagando tazas desconchadas, arrojando posos de café por el desagüe, cambiando objetos de posición, y apartando frascos que dejan a la vista curiosos círculos decorativos de polvo, hablando para sí en voz inaudita, celebrando tímidamente cada movimiento, cada trayectoria de su brazo que se ha vuelto más delgado de repente, extrayendo el azúcar como de una mina de talco, un material que se ha vuelto precioso de repente, y rellenando el filtro metálico de café, impregnando la casa de un aroma a tierra mojada y oscura, y parándose a descansar del esfuerzo junto a una silla que rato después descubro como la misma que empleó para dirigirse a su público, seguramente ya enfrascado en la tarea de olvidar esas historias sobre el mar, pues es posible que así deba ser.
- Bien – dice el viejo, apoyado por el lento ronroneo de la cafetera – ¿qué le ha traído hasta aquí, amigo? – me pregunta, nada amenazante, como pudiera parecer por las palabras, sino con una sincera curiosidad maltrecha por mil decepciones a lo largo de su vida.
- ¿Cómo dice?
- Verá… normalmente la gente aparece en grupos desde la ciudad, donde seguramente han pagado una suma nada desdeñable por decirles el lugar en el mapa en que se encuentra este tipo que tiene delante, yo mismo… pasen y vean el genuino hombre de las historias – empieza a declamar como en un circo, mientras el ébano líquido se derrama sin remedio y cae al fondo de la cafetera – es un individuo que les sorprenderá por la cantidad de narraciones extraordinarias sobre el mar de Chile… pero vayan a verlo rápido, porque el hombre tiene una avanzada edad, y es posible que si acudan mañana, ya no esté allí… o algo parecido… pero lo cierto es que, ni yo soy tan viejo, ni hay mar en Chile… ¿entiende por dónde voy?
- Creo que sí…
- De vez en cuando, cada vez con menor frecuencia, veo a alguien como usted. Solitario, algo cansado, con una mirada más atenta… son detalles que uno aprende a distinguir en las personas con la experiencia, después de mucha observación, porque yo no sólo recito cuentos… también miro en los ojos de la gente… esto que ve aquí es un actor… espero no haberle decepcionado…
- No, no se preocupe – digo, agitando las manos negándolo, pero lo cierto es que sí, aunque sólo sea un poco.
- Sí, si que le decepciono, pero no me preocupo – y dicho esto va a la cafetera, la retira, y sirve el café con precisión de cirujano, sin temblor alguno, sobre ambas tazas –… usted, como le decía, es auténtico. Un auténtico no sé qué… pero auténtico. Vea, deja enfriarse un poco el café… es un gesto simple, algo poco importante para los observadores inexpertos, pero para mi es una pista más de que presta una atención especial, que conserva una sana perplejidad, distinta de la del extranjero habitual, a todo lo que le rodea. Se fija usted en el reflejo del café, en ese tono verdoso… ¿Verdad?
- Y en las paredes…
- Se pregunta si la cal que las recubre es de verdad…
- ¿Y cómo lo hace?
- Los relatos se hacen en una cocina. Los judíos no se limitaban a cocinar, contaban historias de su pasado junto a la cena y el vino. ¿Por qué? Porque Dios se comunica con el hombre por medio de la escritura… Luego está la vida alrededor de la cocina, las madres nos echaban la bronca desde la cocina. Y con el estómago lleno, se piensa de otra manera… - y para corroborarlo, mi estómago me pide comida – éste es el lugar de las confidencias y las discusiones importantes, ¿lo sabía? Tiene toda la tensión y las armas blancas, el fuego, el hielo, el agua, la sal, la mantequilla y el aceite… el té y el café… el vinagre y la pasta rellena… las especias… con todo eso se hacen las historias… cebolla por un lado, tomate por el otro… eso es, sonríe porque lo entiende… añade de una parte, de otra… lo va probando hasta dar con el punto exacto… y por supuesto, uno espera aprobación de los demás…
- Pero yo… verá, yo busco otras cosas cuando viajo, no sólo historias…
- Es posible, pero vaya donde vaya, eso es lo que encontrará… no dejarán de ofrecerle cuentos en cada puerto… y a todos nos gustan los cuentos… ¿usted es americano?
- Inglés.
- Inglés… Shakespeare debió ser un buen cocinero, ¿no lo cree así?
- ¿Quién sabe?
- Ajá, quién lo sabe… yo lo sé… estoy convencido… como de que ya ha visto muchas cosas de este mundo que le han sorprendido, que han cambiado su parecer de formas insospechadas. La cocina, amigo mío, es nuestro lugar común, antes que la política, o el colegio, o los museos… yo cocino las historias… ésa es la verdad, y puede ser digerida cruda o con mil aliños y recetas, pero ahí está. Y sirve para hablar de mi profesión, tanto como para su viaje.
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