Tal afirmación lleva a la creencia de que, de la misma manera, sólo hay un tipo de realidad, aquella a la que tienen acceso las ciencias de la naturaleza. Lo único verdadero sería lo que puede contrastarse experimentalmente, lo que es posible pesar, medir, ponderar y verificar.
¿Qué pasa entonces con la realidad humana? ¿Qué sería el hombre, un sujeto o un simple objeto?
La antropología estructural se opone a la existencialista y afirma que el ser humano es únicamente una realidad objetiva. El sujeto como ser trascendente, por tanto, no existiría.
Si no hay hombre no puede haber tampoco ciencia de lo humano. No tendría sentido hablar de historia ya que no habría sujeto de la historia; la antropología se transformaría así en pura biología y ésta se reduciría a física y química; la cultura deviene mera naturaleza; la historia de la humanidad sería, en fin, el resultado de múltiples reacciones hormonales inconscientes que acontecen en los organismos. El estructuralismo proclama la inexistencia del sujeto humano.
El hombre carecería de alma, de conciencia y de espiritualidad.
Si durante el siglo XIX algunos filósofos, como Nietzsche, pretendieron proclamar la muerte de Dios, el siglo XX vería el funeral del propio hombre. Al eliminar al Creador de la esfera cósmica, pronto desaparece también la criatura que es a su misma imagen.
La muerte del hombre equivale a su reducción a la pura animalidad, aunque a ésta se la califique de racional. No tendría sentido ya hablar de “culpa”, tal palabra habría que cambiarla por la de “error”.
No existiría el bien ni el mal, sino sólo estructuras que podrían funcionar mejor o peor. Y, por tanto, si las personas no existen ¿por qué intentar convertirlas? ¿No sería mejor cambiar la realidad que las rodea? ¿Por qué no sustituir la conversión personal por una ingeniería de la conducta en la que la estadística sustituyera a la ética? Lo que hiciera la mayoría sería lo éticamente correcto.
La antropología que propone el estructuralismo es más bien una desintegración del concepto de persona humana, un auténtico antihumanismo. Sería mejor hablar de “entropología” estructuralista, en el sentido físico de “entropía” o aumento del grado de desorden, porque con la muerte de Dios y la del hombre la realidad entera se degradaría y desintegraría.
Esta es la lóbrega perspectiva que nos presentan pensadores como Michel Foucault y Claude Lévi-Strauss, quienes consideran la inteligencia, la conciencia y la mente humana como insuficientes para justificar la singularidad del hombre.
Sin embargo, la cuestión sigue latente ¿es suficiente querer acabar con el hombre para conseguirlo? ¿Ha demostrado realmente la antropología estructural que el ser humano es un objeto más del universo y que no es persona? ¿A qué conclusiones prácticas llega esta ideología?
No es tan sencillo desembarazarse de la noción de hombre, como lo demuestra el hecho de que quien niega su existencia es también un ser humano. Para decir que no hay hombre hace falta otro hombre. Si no hubiera sujetos, es decir, personas capaces de dar respuestas, nadie respondería, nadie sería responsable de nada. No podría exigírsele al ser humano explicación de sus acciones. Este es, obviamente, un discurso muy peligroso desde el punto de vista ético.
La moda estructuralista que sustituyó al existencialismo fue aún más breve que aquél ya que sólo duró unos diez años. Según confesó el propio Lévi-Strauss, las revueltas de mayo del 68 en Paris acabaron con su esplendor. No obstante, algunos de sus planteamientos permanecen todavía latentes en el pensamiento postmoderno.
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