Cuando la ira de no tenerla a mano lo estaba llevando a transformarse en un energúmeno (que así se ponía cada vez que no encontraba su bicicleta cuando requería de ella), optó por una solución menos estridente. Cogió la de su hijo Sem, montó en ella y se dispuso a emprender la marcha. No contaba, sin embargo, con que Sem lo estaba observando y no le gustaba que nadie que no fuera él mismo usara su bicicleta.
- «¡Papá!», le gritó, en un tono entre irrespetuoso y furioso. «¡Deja por favor mi bicicleta en su sitio!»
Noé, que ya se aprestaba a dar los primeros pedaleos, puso un pie en el suelo, se volvió, miró a Sem y le dijo, casi gritándole:
- «¿Quién ha tomado la mía? ¡Que no la encuentro en el sitio donde debe estar!»
- «Yo no sé, viejo» le contestó Sem de mala manera. (A Noé le disgustaba que alguien lo tratara de viejo; para él, la forma en que sus hijos y los demás debían tratarlo era de «padre». Y Sem siempre lo hacía, bueno, siempre que estuviera de buen humor, porque cuando se le atragantaba algo relacionado con Noé o con la esposa de éste, los trataba simplemente de “viejo” y de “vieja”. Y pronunciaba la palabrita en un tono que a ellos les resultaba no solo incomoda sino ofensiva.) «Alguien la habrá tomado, o quizás te la robaron, pero yo no he tenido nada que ver, así que por favor déjala donde la encontraste ¿quieres?»
Noé no quiso. Tenía algo urgente que hacer de modo que le dijo a la carrera, mientras se equilibraba de nuevo en la bicicleta de su hijo y empezaba a pedalear:
- «Lo siento, muchacho, pero esta vez tendrás que soportar que la use tu padre (y remarcó la palabra “padre”). Tengo algo urgente que atender y no puedo esperar, así es que ¡chao!»
Había dado dos o tres pedaleos cuando se dio cuenta que en lugar de ir hacia adelante, iba hacia atrás. «Otra vez esta famosa ley del movimiento progresivo», se dijo, impaciente, refiriéndose a la ley de la física que determina que los cuerpos deben moverse en la dirección que lo indica el impulso de la fuerza que actúa sobre ellos. «Yo no sé qué está pasando últimamente con estas leyes» pensó, mientras daba vuelta la bicicleta, ponía las espaldas y su trasero en la dirección en la que quería ir y empezaba a pedalear «para atrás».
Al principio le costó mantenerse dentro de la línea blanca que las autoridades del tránsito habían impreso en el pavimento para el uso de los ciclistas pero pronto descubrió que podía hacerlo sin mayor dificultad si no quitaba los ojos de la línea marcada y que iba dejando detrás de él pero que ahora, por ir como iba, pedaleando de espaldas, iba dejando delante de él.
La gente que lo veía pasar, decía: «Ahí va ese loco de Noé, siempre pedaleando en sentido contrario». Se había ganado la fama de nadar contra la corriente. Mientras todos iban en una dirección, él iba en la opuesta; cuando todos decían que sí, él decía que no. O que tal vez. Cuando la gente, por el frío, usaba saco y abrigo, él andaba en mangas de camisa; y, al revés, cuando los demás andaban en mangas de camisa, él recorría el pueblo enfundado en un grueso y vistoso abrigo de piel de camello. Cada vez que los vecinos organizaban un baile con tragos, drogas y sexo al destajo, Noé se paraba a la entrada con la intención de detener la marejada de fiesteros; los resultados eran siempre calamitosos. Nadie le hacía caso y el pobre lloraba y así, llorando, volvía a su trabajo de carpintero mientras los sones de la orquesta lo seguían como queriendo ellos también burlarse de él.
Por supuesto, el gobernador lo recibió de mala gana y se echó a reír cuando Noé le salió con la historia que ya le había contado tantas veces.
- «No, Noé», le dijo. «Ándate tranquilo, que no va a pasar nada. Yo creo que tu Dios está exagerando».
- «No es mi Dios», contestó Noé, un poco molesto. «La verdad es que mi Dios no tiene nada que ver en esto. Son los partes meteorológicos los que me dicen que va a caer agua del cielo hasta que nos anegue a todos».
Riendo, el gobernador se echó para atrás en su sillón reclinable y poniendo las manos entrecruzadas en la nuca, respondió:
- «Así es que tu Dios ya no tiene nada que ver ¿eh? ¿Y que son los partes meteorológicos los que ahora te dicen lo que va a pasar? ¡Vaya, vaya! ¡Cómo nos cambian los tiempos!
Al principio era tu Dios; después fue tu intuición y ahora resulta que son los pronósticos del tiempo. ¿Qué será lo próximo?»
- «¡Mi bicicleta, señor gobernador. ¡Mi bicicleta!»
El gobernador se sorprendió al oír eso; volvió su sillón a la posición normal, se inclinó un poco hacia adelante e, intrigado, le preguntó:
- «¿Tu bicicleta? ¿Qué tiene que ver tu bicicleta con los cambios climáticos?»
- «No, nada. ¡No me refiero a eso sino a que parece que me la robaron!»
Mientras se ponía de pie dando así por terminada la entrevista, el gobernador pensaba: - «¡Pobre Noé! ¡Está más loco que una cabra de monte!»
¿A qué viene esta historia tan ridícula? Bueno, digamos mejor ¡tan extraña!? Antes de dar respuesta a la pregunta, mencionemos sólo unas cuántas barbaridades que se pueden detectar en este trozo de historia que bien puede devenir un cuento o, incluso, una novela si es que los censores de oficio de la literatura de ficción no me lo impiden.
Primero, lo de la bicicleta. ¡Ridículo! ¿Bicicletas en tiempos de Noé? ¡Tonterías!
Segundo, los partes meteorológicos. ¡Otra ridiculez! ¿Estaciones meteorológicas en aquellos días? ¡Vaya sonsera!
Tercero, la expresión ¡chao!, versión españolizada de la palabra italiana
ciao.
Cuarto, la ley de movimiento progresivo alterada. ¿Ley de movimiento progresivo? ¡Mejor estudia los principios de la mecánica de Isaac Newton, escribidor!
Quinto, el problema teológico. Ya Noé no se guía por lo que le dice su Dios sino por su intuición y por los partes meteorológicos. ¡Qué escándalo!
De nuevo, ¿a qué viene esta historia tan, digamos, extraña?
Me temo que la segunda parte de «La bicicleta de Noé» tendremos que dejarla para la semana que viene; sin embargo, a mi vez, pregunto: «¿Se me puede censurar y calificar de blasfemo, de antibíblico, de pisoteador de la historia por lo que he escrito? ¿Es violentar la historia hablar de la bicicleta de Noé? ¿O de los partes meteorológicos allá por los años en que ocurrió el diluvio universal, según algunos dos mil trescientos y tantos años antes de Cristo? ¿O poner en el vocabulario de Noé una palabra que habría de surgir miles años después? ¿O ajustar a mi propia ignorancia los términos a veces incomprensibles de las leyes de la física? ¿O poner a Noé como dudando de lo que Dios le dijo que ocurriría?
Ya vamos acercándonos al punto central que queremos tocar en este artículo.
Mucho se ha criticado a Dan Brown y a Paulo Coehlo por sus novelas El Código Da Vinci,
Ángeles y demonios,
La quinta montaña,
El demonio y la señorita Prym entre otros. Supongo
que algo se habrá dicho también, aunque en un tono cuidadosamente más suave, de Tim LaHaye y Jerry B. Jenkins por su serie
Dejados atrás. O de Frank Peretti por su
El juramento o
Esa patente oscuridad.
Me ha motivado a referirme a este asunto que posiblemente vea la luz pública en dos partes, unos artículos que aparecen en Protestante Digital número 285 y una entrevista por el sistema de audio
al teólogo José de Segovia. No conozco al hermano pero tiene el mayor de mis respetos. No estoy de acuerdo con él ni con la entrevistadora que le hace las preguntas que de Segovia contesta con la mayor libertad. (*)
No pretendo ni es mi intención causar las iras de este hermano teólogo, como las causé en una ocasión anterior con otro miembro de esta casta privilegiada dentro de la comunidad cristiana a la que, lamentablemente, no pertenezco. Soy apenas un periodista y un simple fundador y director de la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC. No obstante, siento que debo exponer mis ideas sobre este asunto por
dos razones:
La primera, es que en más de una oportunidad he escrito cosas sobre las cuales amigos míos y no tan amigos no han estado de acuerdo. De alguna manera me han expresado su disensión y les he dicho que expongan por escrito sus propias ideas sobre el asunto así como lo hago yo. Que no tengan miedo en decir lo que piensan. Que para eso son las ideas, para debatirlas y confrontarlas. Basado en este criterio es que estoy tratando de decir lo que pienso sobre el tema de las novelas y los novelistas mencionados aquí por mí y otros no mencionados. Es posible que en el intercambio de ideas se me saque de algún error en el que estoy; si tal cosa ocurriere, no me quedaría otro camino que aceptarlo y entrar por la vía correcta.
Y la segunda, es que en ALEC pretendemos trabajar con literatura de ficción, específicamente con novelas y considero no solo necesario sino imprescindible que tengamos claro hasta dónde podemos llegar como autores de este género literario. Yo tengo mis criterios bien definidos y basado en ellos estoy dirigiendo este movimiento. Pero si alguien me convence que yo y ALEC estamos equivocados nos estaría haciendo un gran favor porque la luz que surja de este intercambio de ideas nos ayudaría a encontrar el camino correcto.
(*) No resisto la tentación en este punto de hacer recuerdo de una entrevista que la televisora Globovisión de Venezuela le hizo hace un tiempo al actor y cantante José Luis Rodriguez. La intención de los entrevistadores era, evidentemente, que «el Puma» hablara contra el gobierno del presidente Chávez. Y en esa dirección iban las preguntas; sin embargo, se fueron poniendo más y más molestos cuando las respuestas que recibían no caían dentro de lo que ellos esperaban. A tal punto llegó su impaciencia que uno de ellos, irrumpió para decir: «Se nos acabó el tiempo». Y se acabó la entrevista.
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