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Un hecho insólito

Los niños despojados de cariño aún desde antes de nacer son los más propensos a sufrir y ejercer violencia de mayores. Podemos agarrarnos a las verdades más filosóficas y trascendentales para entender el mundo que, al final, lo único que realmente necesitamos es el calor, el cariño. Es lo único que nos convence.
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 20 DE JUNIO DE 2009 22:00 h

Cuando el otro día no tuve más remedio que acudir a la biblioteca de mi facultad, esperaba encontrar más gente. Pero se han debido volver muy vagos los estudiantes en época de exámenes o de verdad que hay mucho espacio en esta biblioteca, porque incluso encontré un asiento (y amplio) en la sección donde estaban los libros que debía consultar. Un buen rato después de llegar y expandirme por allí, un señor vino y se sentó en la silla de mi derecha, y como soy una cotilla por naturaleza, y me cuesta deshacerme de ello (lo reconozco) eché un ojo por encima al libro que empezó a leer. Tenía dos: uno era una lectura devocional sobre el libro de Génesis, y el otro era una introducción al Antiguo Testamento. No resulta extraño ver a alguien leyendo un libro sobre Génesis en la sección de Biblias de la biblioteca, por eso mi curiosidad se disipó al instante y volví a mis tiempos verbales.

Al final nos echaron de allí: se hizo tarde. Los de la biblioteca tienen un sugerente modo de avisar a la gente de que es hora de marcharse: ni aún en esos momentos limítrofes al cierre desisten de sus principios. Aún cuando saben que todos van a dejar de leer y estudiar, allí dentro no se permite levantar la voz. Uno de los encargados de la biblioteca nos apagó y encendió las luces de la sala, y esa era la señal.

Empezamos a recoger nuestras cosas, y el hombre que estaba sentado a mi lado se puso en pie y sacó un fajo de fotocopias delicadamente recortadas de su maletín, y nos las entregó a los que estábamos en esa sala bastante estupefactos.
- Es un par de recomendaciones para leer en verano. Las tenéis aquí, en la biblioteca.

Miré al señor y le di las gracias (por educación). Después miré y remiré la fotocopia. Una sola cara, en blanco y negro, tamaño cuartilla, mal hecha. En la parte de arriba rezaba: DOS NOVELAS PARA UN VERANO FANTÁSTICO, y luego el dibujo de las dos portadas: Fahrenheit 451 (1953) de Ray Bradbury y Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley.

Un hecho insólito.

No sé si consigo transmitir toda la idea del shock que me causó, porque aquel señor había estado más de una hora sentado allí sin decir ni mu, y de repente nos dio eso, que no era propaganda, que no tenía ningún fin aparente más que el de hacer que unos chicos universitarios, unos chicos que se suponen cultos, leyeran aquellos dos clásicos de la literatura, sin saber el motivo ni el por qué, que ni siquiera quería que nos gastáramos el dinero, que nos proponía tomarlos prestados de la biblioteca.

Me dieron ganas de seguirle la conversación y decirle:
- ¿Sabe? Fahrenheit 451 es uno de mis libros favoritos. Y precisamente el semestre pasado hice un trabajo de investigación sobre él…

Pero el silencio obligado del lugar, incluso cuando el hombre ya lo había roto con cautela, me hizo desistir. Eso y un poco de vergüenza.

“¿Qué había sido eso?”, me pregunté cuando llegué a casa. Después de toda una vida con mi esmerada educación protestante conozco casi todos los métodos usuales en que se pretende evangelizar repartiendo folletos y tratados. Me han entregado cuartillas no muy diferentes a esa en la salida del metro, y me he encontrado con pequeñas hojas con un mensaje cristiano abandonadas en los asientos del autobús. Sé de gente que ha leído tratados dejados en el cenicero de un bar de mala muerte. Y en todos ellos hay algo en común: que llegado un momento de la lectura se revela el mensaje central, la verdad absoluta y desnuda que nos pone delante de Dios y que puede atraernos o repelernos repentinamente. Esa es la ventaja y la desventaja de los folletos evangelísticos: la concentración. Cuando el hombre sacó sus cuartillas del maletín, ese gesto y esa digna serenidad me resultaron familiares, pero después de leer el folleto me quedé perpleja.

¿Estaría este hombre proponiéndonos que nos acercáramos a una realidad espiritual desde la lectura de dos obras de literatura convencional? Si es así, ha resultado ser mi alter-ego. Aunque dudo que sea esto, porque al folleto le falta ese mensaje final, como la traca final de las fallas, esa concentración del mensaje final. A lo mejor no es evangélico. A lo mejor no es cristiano. A lo mejor pertenece a una liga de ateos, o es simpatizante budista. A lo mejor se aburre en casa y quiere que encontremos esos ejemplares porque nos ha dejado un mensaje cifrado dentro, entre palabras subrayadas, o un papel clandestino.

Al día siguiente fui a mirar los ejemplares que nos había recomendado, con la esperanza de
encontrar un mensaje cifrado entre las páginas, o una flecha, o una cruz que marcase el lugar. Pero no: dentro de aquellos ejemplares sólo había un par de novelas de ciencia-ficción.

¿Podría alguien llegar a plantearse una verdad espiritual leyendo estas dos novelas? A mí me parece que sí, pero de igual manera, tan sólo plantean las dudas, no ofrecen el camino de la respuesta. Sobre Fahrenheit 451 ya escribí en una ocasión. De Un mundo feliz recuerdo, como lectora, la zozobra y la ansiedad que rezumaban sus páginas. Meterte en el mundo de Huxley era tener que despojarte de todos tus principios y valores para poder hacer veraz lo que allí dentro te estaba contando. Era obvio en el hecho de que, por ejemplo, en la novela, en esa sociedad “feliz” las relaciones serias y monógamas estaban mal vistas, al contrario de lo que opina la fe cristiana. Pero recuerdo que lo que más me trastornaba era imaginarme aquella fábrica de niños, aquellas series interminables de úteros artificiales, donde seres humanos sin calor humano se creaban igual que las piezas de un coche en una cadena de montaje.

La tesis de Huxley, el lugar donde nos deja sin argumentos y nos enfrenta a una realidad irreal pero veraz, es que nos quieren despojar de todo lo que es nuestro, de todo lo que nos hace humanos. Hasta lo más sagrado de todo, la calidez de un vientre materno, de donde todos hemos venido, la calidez del abrazo de nuestros padres, hasta eso es reemplazable. También de esa relación de cariño sagrada quieren sacar un beneficio económico. Poniéndonos en ese punto, llevándonos a tener que creernos que eso puede pasar para poder continuar leyendo la novela y que tenga sentido, después de cerrar el libro y volver al mundo real nos sentimos fríos y acongojados, como si hubiéramos estado muy lejos de casa, con la necesidad de tener que regresar a un lugar cálido donde sepamos que nada de lo que hemos leído es cierto aún, que sigue existiendo el calor y la humanidad. Por eso creo que estos libros pueden señalarnos algo, porque todo el calor humano que podamos obtener nos defrauda en algún momento, y al final la única fuente original de calor y humanidad (en el mejor sentido de esa palabra) es Él.

Pero ni siquiera sé si aquel hombre pretendía decirnos esto veladamente cuando nos dio aquella fotocopia. Intentar llegar a Dios por medio de la literatura es un camino complicado, y no demasiado claro, pero nunca se sabe. Nunca hay que abandonar la idea de que siempre hay una oportunidad insospechada. Al fin y al cabo, la propia Biblia es literatura.

Me avergüenzo de mi vergüenza, de no haberme lanzado a una conversación. Si usted, señor, está leyendo este artículo (¿quién sabe?), si estaba el día 15 de junio a las 20.30h en la Biblioteca de Letras de la Universidad de Barcelona, y entregó unas fotocopias a unos chicos despistados en la sección de Hebreo, por favor, me encantaría charlar con usted, y le pido perdón por no hacerlo en aquel momento.

Creo que nos recomendó dos obras fantásticas, llenas de ideas y sentimientos muy profundos acerca de nosotros mismos y de nuestra espiritualidad. Aunque estén camufladas en dos novelas de ciencia-ficción y aunque estén pasadas de fecha y de moda: aún son útiles, aún desprenden calor.
 

 


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