Es verdad que el estudio interdisciplinario de los problemas Éticos que se generan hoy entre la biología y la medicina, así como de sus posibles soluciones, no puede aspirar a tener el grado de precisión científica de las ciencias exactas, de la física o de las matemáticas. Sin embargo, esto no debe llevar a creer que la bioética no sea una verdadera ciencia. En efecto, lo es en el mismo grado que puedan serlo la sociología o la misma economía.
Admitido que la bioética es una ciencia, queda por determinar
cuáles son los principios básicos sobre los que se fundamenta. En el presente artículo se van a considerar solamente cuatro: el principio de autonomía, el de beneficencia, el de no maleficencia y el de justicia.
A) EL PRINCIPIO DE AUTONOMÍA
Es el que afirma que los individuos deben ser tratados como agentes libres e independientes. Se parte de la creencia en que cada persona tiene que ser considerada como un ser autónomo cuya libertad ha de ser respetada. Tal principio ha supuesto una verdadera revolución en el campo de la medicina. Aquella imagen del médico de cabecera paternalista, de principios del siglo XX, que siempre tenía razón y, por tanto, convenía obedecerle sin rechistar, se ha venido hoy abajo. Ha perdido su gloriosa omnipotencia ante la autonomía conseguida por el paciente.
En la actualidad los enfermos deben ser correctamente informados de su situación clínica y de las posibles opciones o tratamientos que se les pueden aplicar. La opinión de la persona que acude al médico se considera muy importante, de ahí que se valore tanto su consentimiento informado. El principio de autonomía reconoce la libertad de opinión, de creencia o de cultura y deja en manos de cada ciudadano el libre albedrío para decidir sobre su propia vida.
B) EL PRINCIPIO DE BENEFICENCIA
No es tan reciente como el de autonomía ya que hunde sus raíces en el mismísimo juramento hipocrático de la medicina tradicional. El más grande de los médicos de la antigüedad, Hipócrates, que vivió en el siglo V a. C. escribió unas reglas de conducta moral que han venido constituyendo un verdadero código de deontología médica. Durante siglos los facultativos, al iniciar el ejercicio de su profesión, juraban estos principios hipocráticos. Entre las promesas que se realizan en dicho texto destaca la siguiente: “Prescribiré el régimen de los enfermos atendiendo a su beneficio, según mi capacidad y juicio, y me abstendré de todo mal y de toda injusticia”. De manera que desde siempre la figura del médico se vio casi como un “sacerdocio” que obligaba a practicar la benevolencia y la caridad con los enfermos.
La bioética toma también como axioma prioritario este principio fundamental de hacer el bien siempre que se pueda. El peligro que acecha a tal planteamiento es el de caer en el paternalismo. El de decidir por el paciente en un exceso de celo protector, sin permitir que lo haga Él mismo. Entonces es cuando el principio de beneficencia entra en conflicto con el de autonomía. Este delicado equilibro es el que se pone de manifiesto, por ejemplo, en el respeto al rechazo de las transfusiones de sangre de los testigos de Jehová o en la inyección terapéutica que se asigna a los toxicómanos.
C) EL PRINCIPIO DE NO MALEFICENCIA
Es el que impide hacer sufrir a los enfermos innecesariamente en nombre del avance de la ciencia. Hoy la tecnología médica ha alcanzado un grado de sofisticación tal que en demasiadas ocasiones se impone a los pacientes una terapia intensiva que les aísla del ambiente familiar. A veces se abusa de medios extraordinarios o de un exceso de intervenciones quirúrgicas en enfermos claramente irrecuperables. Se corren riesgos inútiles o se realizan operaciones que reportan al que las sufre más mal que bien. Contra todos estos males de la medicina contemporánea se alza el principio de no maleficencia, intentando dar respuesta a cuestiones difíciles de resolver.
D) EL PRINCIPIO DE JUSTICIA
Entre todos los principios bioéticos quizás sea éste el más complejo de definir y sobre todo de llevar a la práctica.
Si la justicia es la inclinación por dar y reconocer a cada uno lo que le corresponde ¿cómo debe actuarse hoy al distribuir los recursos sanitarios, sabiendo que éstos no son suficientes para todos? ¿Quién debe tener prioridad a la hora de una costosa terapia o una compleja intervención quirúrgica? ¿Qué tipo de enfermedades deberían tener preferencia para ser investigadas, las que afectan a pocas personas del primer mundo o aquellas que constituyen auténticas epidemias en los países pobres?
Las relaciones entre lo económico y lo sanitario son las que con mayor frecuencia incumplen el principio de justicia, siempre que a personas iguales se las trata de manera diferente.
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