De otras y otros más de los firmantes tengo referencias y algo de conocimiento sobre sus tareas y actividades.
A los cuarenta que manifestaron su acuerdo con el contenido de la misiva, otra vez, gracias. Ignoro de quién fue la iniciativa para dar a luz la carta, pero agradezco de corazón su trabajo de coordinar los esfuerzos y voluntades que resultaron en la publicación conjunta de la misiva en
Lupa Protestante y
Protestante Digital.
Mi entrada a la prensa llamada “secular” fue providencial. De súbito, hace más de veinte años, tuve frente a mí la posibilidad de escribir artículos de opinión para un diario cuya principal población lectora era el del estudiantado universitario y profesionistas jóvenes.
Comenzar a escribir semanalmente, dar mi punto de vista sobre el asunto elegido, fue para mí casi como sufrir dolores de parto, ¡pero cada semana! Primero luchaba con seleccionar el tópico que analizaría. Entonces me parecía que escaseaban los temas, que era muy difícil hallar uno para desarrollarlo, intentar diseccionarlo y ofrecer el resultado de mi análisis.
No tardé mucho en percatarme que asuntos por comentar abundaban, que a quien le faltaba formación (reservas analíticas, cimientos informativos) amplia y profunda era a mí. Así que debí acelerar mis lecturas, diversificarlas, y emprender la formación continua –inacabable- que requiere el oficio periodístico.
Descubrí que entre las primeras generaciones de cristianos evangélicos en América Latina (¿también en España?), hubo quienes le dieron especial importancia al periodismo interno y externo (el “secular”). El libro de un muy querido amigo, Carlos Mondragón, titulado
Leudar la masa: el pensamiento social de los protestantes en América Latina, 1920-1950 (Ediciones Kairós, Buenos Aires, 2005), demuestra en una de sus líneas de investigación cómo un grupo pequeño, pero muy activo, de la intelectualidad evangélica por todo el Continente ejerció el periodismo más allá de su círculo confesional. Resaltan en esa tarea los nombres de Alberto Rembao y Gonzalo Báez-Camargo, pero en las trincheras de los distintos países hubo personajes de raigambre protestante/evangélica que participaron en el ágora de la prensa escrita.
He usado antes, y lo hago de nueva cuenta ahora, la imagen del ágora para referirme al periodismo que se ejerce en la prensa “secular”. Es una plaza pública, a la que concurren diversos y múltiples actores sociales y culturales. Quienes desarrollamos una vertiente del género opinativo, los
artículos de opinión, debiéramos tener presente que la herramienta cotidiana al expresar nuestro punto de vista acerca de un tópico es la persuasión. Hay que presentar datos duros (evidencias verificables), argumentar sobre o en torno a ellos, y dar nuestra conclusión. Las descalificaciones, los improperios, la reiterada adjetivación no son parte del ejercicio argumentativo, más bien lo demeritan y enflaquecen.
Hacen falta más plumas (o en términos de hoy, teclados) que expresen la identidad evangélica y protestante en la prensa escrita “secular”. Y digo prensa escrita porque es el medio en el que me he desarrollado y mejor conozco; no porque piense en que ésta es mejor que las otras expresiones periodísticas.
Creo que los medios están abiertos a nuestra participación, sobre todo cuando por todas partes se proclama el valor de la diversidad. Hay que tomarles la palabra y buscar los resquicios por dónde adentrarse a expresar lo que es la sensibilidad protestante. Esto no significa que hagamos de nuestro espacio un reducto seudo doctrinario, sino que compartamos nuestras convicciones a sabiendas que los demás tienen derecho a cambiar o conservar las suyas en confrontación con las nuestras.
El episodio intimidatorio referido en la “Carta de los 40” me ha reafirmado que esa labor solitaria que es el escribir, también tiene una dimensión comunitaria. Pero la tiene cuando se hace con la conciencia de que es un ministerio que buscar servir al Señor y los valores de su Reino; cuando se ejerce con la convicción de que otros y otras en la familia cristiana también contribuyen con sus dones al fortalecimiento de los creyentes (hay que evitar la tentación del intelectualismo que se auto ensalza); y cuando externa a “los de afuera” un punto de vista que tiene implícitas las enseñanzas del Evangelio.
Nada más he querido compartir algo de mi aprendizaje en el tema de escribir artículos de opinión en la prensa escrita. La ocasión me la ha dado la carta que conforme iba leyendo sus líneas, y ellas se adentraban en mi mente, pero sobre todo en mi corazón, provocó en mí el dar las gracias mediante papel y tinta, por decirlo a la antigua, porque en realidad redacté el escrito con un teclado y una pantalla de ordenador (o de computadora, como decimos en México).
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