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Un escándalo desapercibido

Hapiness ™ (2001) de Will Ferguson, esa enorme y maravillosa parodia del sistema editorial norteamericano y, por extensión, de todo Occidente, debería ser lectura obligatoria, porque la tontería que narra entre sus páginas ocurre más que a menudo. Por cierto, desde estas líneas le recuerdo a mi hermana que prometió regalarme un ejemplar para mi cumpleaños.
EL ALMA DEL PAPEL AUTOR Noa Alarcón Melchor 23 DE MAYO DE 2009 22:00 h

El plagio es un invento moderno. No, mejor dicho, el plagio es un delito moderno. Cuando a Miguel de Cervantes le sacaron una segunda parte apócrifa de su Quijote (el llamado Quijote de Avellaneda, tras el que se escondía, casi con seguridad, Lope de Vega), no pudo denunciarlo ante nadie, ni defenderse de otra manera que no fuese escribiendo él mismo la verdadera segunda parte y matando a Don Quijote al final, para que a nadie le pareciera decente resucitarlo más tarde para más andanzas.

Si un caso como ese hubiera ocurrido hoy en día, con las benditamente malditas leyes de la propiedad intelectual y toda esa mandanga, el caso de plagio o de “apropiación indebida de material intelectual” habría llegado hasta el Tribunal Supremo. O, de abogado enchaquetado en abogado enchaquetado, hasta el mismísimo Tribunal Constitucional. Habrían denunciado al autor, al editor, al impresor, al que habría fabricado el papel donde se imprimió…

…Pero, ¿cómo es posible? Eso ya pasó hace unas semanas. La noticia era que el Tribunal Constitucional (ahí es nada) ha condenado a la Editorial Planeta por “ayudar” a plagiar la obra que al final resultó ganadora de su famoso Premio en 1994 (la noticia completa puede leerse aquí en El País y también aquí en El Mundo).

El ganador del premio de aquel año fue Camilo José Cela, el recién estrenado Premio Nobel, y la novela se llamó La cruz de San Andrés. La felicidad fue tremenda, porque aunque Cela nos parecía un señor detestable, su nombre le daba mucho brillo a nuestra cultura nacional. Pero el caso es que su novela se parecía mucho, muchísimo, a otra obra que la señora María del Carmen Formoso había presentado semanas antes al mismo
 
premio que se llamaba Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia) y claro, al final, todo saltó por los aires.

Y aquí es cuando entramos en el terreno de la estupefacción. Por un lado ocurre, y creo que es algo muy grave, que los filólogos de este país andan muy perdidos en su mundo. En el primer juicio, que se realizó en 2006, no pudieron asegurar que hubiera plagio. Los personajes se llamaban igual y ambas historias ocurrían en el mismo lugar y en el mismo momento. Era el mismo argumento (y ya es difícil que a dos personas diferentes se les ocurra a la vez una historia sobre sectas satánicas en la Galicia de los años 40); pero aún así, el tiempo narrativo y el narrador eran diferentes… en uno era primera persona y en la otra un narrador omnisciente… no podía ser un plagio… menos mal que los abogados recurrieron y se buscaron a otros peritos un poco más sensatos.

El plagio es obvio. Pero por otro lado, deberíamos entender los motivos de la Editorial Planeta. Aviso para los conspiranoicos: toda la información que yo manejo es pública, está en Internet. Me he leído enteritas las bases de su premio anual. Al Premio Planeta puede presentarse cualquiera, pero casualmente, año tras año, solamente vencen personajes muy, muy conocidos. ¿Por qué será? Tal vez, haciendo un poco de filología-ficción que decía un profesor mío, porque la publicación de la novela ganadora y de la finalista empieza a ser rentable a partir del medio millón de ejemplares vendidos. Y no va a vender ejemplares un desconocido, lo hará el señor ese o la señora esa que salen todos las mañanas / tarde/ noches en la tertulia de la televisión, o de la radio, lo que es obvio. El premio son 601.000 € (que no está mal), pero los escritores no cobran derechos de autor hasta que no se superan ese casi medio millón de ejemplares vendidos, exactamente, 425.000 ejemplares. Todo está más que calculado. Y es que sería una ingenuidad pensar que para la gente que controla la Editorial Planeta lo verdaderamente importante es el Arte.

Nadie, excepto los señores de la Editorial Planeta, saben cómo de buena o mala era la novela de la señora Formoso. En cualquier caso hay que reconocerles el mérito de saber reconocer que con un título tan malo (¿fluorescencia?¿qué es eso?) no iban a ninguna parte. Así que sigamos haciendo filología-ficción. Pensaron dos opciones. No tenían los derechos de autor, así que no podían cambiarle el título legalmente. Si hubieran pensado darle el premio, habrían tenido que avisarle con tiempo para que la Sra. Formoso pensara en otro título, y eso habría dado pistas de quién podía ser el ganador y le hubiera quitado toda la gracia mediática a su Gran Ceremonia de Entrega de Premios. Así que sí o sí debían vulnerar sus derechos de autora. Y ya puestos, ya que le iban a cambiar el título, ¿por qué no, en vez de ellos, alguien que supiera de literatura? Y allí tenían al último Premio Nobel español, a Camilo José Cela, dispuesto a hacer el trabajo sucio. Pero ya que iban a vulnerar sus derechos, que la retocara un poco por dentro, así, poca cosa, y la presentara bajo su nombre, para no levantar sospechas.

El auto del juzgado deja claro que solamente la Editorial Planeta tuvo acceso al manuscrito original antes de presentárselo, o cedérselo a Cela. La culpable es la Editorial, y no el Sr. Cela, por muy censurable que nos pareciera su solicitud para prestarse al engaño (aunque él, censor oficial de Franco, sabía mucho de actos censurables).

Y al final de todo este lío, este escándalo mayúsculo, que debería pesar como una losa de vergüenza sobre ese Premio Planeta que todos sabemos más que vendido, ha pasado desapercibido durante quince años.

Hoy me he hecho con la novela de Keith Gessen Todos los jóvenes tristes y literarios (2008), y es posible que nadie haya oído hablar de ella porque ni yo misma sabía que existía hasta hoy. Va de un grupo de escritores de mi generación, en Nueva York. Recién licenciados y carentes de ilusión (me siento identificadísima). El autor es uno de los fundadores de la revista literaria de moda en la Costa Este de EE.UU., n+1. Y preguntándole sobre su novela, a modo de aclaración, Gessen dijo: "Ser un hombre literario en una nación dedicada a los negocios es a priori una empresa que roza lo cómico y lo ridículo; algo quijotesco".

Y yo, después de eso, me quedo sin más comentarios que añadir.
 

 


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