De este y otro lado

Estos días duros y prolongados he bordeado Bolivia, guiado por una determinación poderosa de delimitar nuevas fronteras con mis pasos, hasta detenerme en este lugar. Árbol de piedra y desierto de sal no me han parado hasta este instante, de ahí mi sorpresa por este movimiento de peón.

Un poste oxidado hasta un tono de madera de caoba muy convincente, marca LXXXI y el fin de Bolivia. Tras la carretera hecha como de masa para una tarta de posguerra, está la bienvenida a la República de Chile. Atrás se han dejado llamas pastando aire, y soledad, mascando una luz plana y melindrosa. La laguna verde, la blanca, donde están los minerales que me componen, y ya en Chile el Licancabur, éste sí estratosférica frontera de diminutas lagrimitas ocasionales en su falda. Miro hacia el suelo, y mi sombra hoy ha decidido no seguirme.

Tanto un lado como el otro de la barrara invisible de estos mundos, cada uno con su estación tardía y su sonido particular, ambos lados digo, poseen la misma baja tranquilidad. Ya sé de antemano, mientras los torbellinos de arena mudan el terreno esquivando bolas de mata seca cobriza, y poco se distingue de especial salvo la cumbre nevada del enésimo volcán (otro viejo ermitaño y taciturno que no comprende nuestros pasos, ni tampoco nuestra forma de irrumpir en su casa) con sombrero de nubes de mentira, al menos mentira desde donde me encuentro.

Algo impide que pase al otro lado en paz. Agudizo, espeso, todos mis sentidos, y pongo cara de atención. No me llega sonido de respiración que no sea la mía, ni la digestión del caminar que encuentro en otros lugares, ni puedo oír con mis pobre audición el quehacer diario de los flamencos andinos violetas y de pico negro, por mucho que intente imitar a Quanah Parker, o a Nube Roja, o a cualquiera de los grandes jefes indios, poniendo mi frente y mi oreja contra el suelo para sentir las vibraciones cambiantes de caballos triunfales aproximándose. De todos modos, de rodillas se perciben a veces mejor las cosas. Nunca se es tan mezquino, ni nuestro incienso parece suficiente y oloroso, al apoyar la mejilla en el lugar donde antes estuvieron los pies. No digo con esto que haya que estar continuamente arrodillado, ni que la humillación sea la posición ideal. Pero sí que de vez en cuando se perciben detalles inéditos de uno mismo y del entorno por la sola lucha de vencer el ego. A veces, adoptando una postura que en principio nos parece incómoda, hallamos descanso.

De hecho, se me pasa el latido molesto de la altitud, el resuello y el calor mezclado con viento frío y seco por un rato. Sentado en el suelo, dibujo espirales con los dedos. En ambos lados de la frontera hallaré una tierra parecida durante un tiempo, y luego, pienso, volveré a ver mundos que no pertenecen a nadie en el fondo, como ya hace mucho que yo no me pertenezco.