Cada generación de este país ha recurrido, de una u otra manera, a la evasión mediante aquello que tenían al alcance o estaba dentro de sus posibilidades. Y ha sido el alcohol el que más ha formado parte de la historia de esta nación.
En 1975 ya se consumían las denominadas “drogas blandas” (hachís y marihuana), pero no será hasta la afirmación de la democracia que nos invade toda una suerte de influjos ideológicos, de bibliografía y discografía, así como la determinante afluencia de personas extranjeras que traerán a este país, antaño cerrado y obsoleto, todas las opciones posibles y hasta ese momento prohibidas o sujetas al tamiz de la censura del régimen.
Junto a los movimientos de protesta o reivindicativos ya se escucha el eco de sustancias psicotrópicas, con el “despertar” social se duermen muchas conciencias y tenemos al alcance ya las duras “drogas duras”: cocaína, heroína, LSD, anfetaminas, etc.
El desconocimiento y la ausencia de casuística llevan a una gran parte de la juventud a caer en profundas dependencias (“enganche”) y a cometer delitos de toda índole con tal de acceder a la dosis necesaria. Las cárceles y los juzgados, los centros de rehabilitación y los cementerios padecen hacinamiento y sobrecarga. Somos superados por las devastadoras consecuencias del consumo de drogas.
En todo este devenir se van dando situaciones susceptibles de análisis. Por un lado, quienes aseveran de forma radical que son consumidores y consumidoras porque la vida y las propias vivencias personales no les estimulan a algo mejor (o bien porque el ambiente en que se han criado forma parte del amplio concepto de marginalidad); por otro, quienes de aparente forma sutil aseguran que no tienen dependencia y que sólo consumen de forma esporádica en eventos ocasionales.
Las dos posiciones analizadas superficialmente tienen un mismo final de trayecto: cárcel, enfermedad o muerte.
En esta contemporaneidad que nos sobrepasa las drogas de diseño, las más sofisticadas fórmulas elaboradas en laboratorios clandestinos, mezclan opiáceos con anfetaminas, LSD con cocaína, excitantes con relajantes y combinaciones de alto riesgo para el corazón y el cerebro. Bombas de relojería.
Así que empezamos experimentando, continuamos disfrutando y perseveramos ya dependiendo. Buscamos de forma alocada el dinero suficiente para calmar las ansias, una vez calmadas necesitamos más para obtener cierto “placer” y, una vez alcanzado éste, nos acordamos de que mañana sale de nuevo el sol y que vamos a precisar más: hemos caído.
Y para caer sólo fue necesario empezar.
Miles de personas han muerto y están muriendo hoy mismo por causa de las drogas y otras miles aún cumplen condena o están por ingresar en prisión. Muchas familias sufren de modo indirecto las consecuencias de seres queridos que cayeron en la trampa, miles de niños y de niñas se están criando sin sus progenitores o bien porque ya no están o porque la cárcel les retiene.
Algunos centros de rehabilitación, en su mayoría evangélicos y gratuitos (
Betel,
Remar y
Reto, principalmente),
acogen personas adictas para ayudarles a recuperar el sentido de sus vidas y a desechar el consumo. Porque la propia sociedad, a través de sus ciudadanos y ciudadanas, es la que más juzga a quienes caen; excepto cuando les toca en “sus propias carnes”, entonces sí recuerdan que deben apoyar y no juzgar.
Gracias que Jesús vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, si no este texto hoy no estaría ante tus ojos. Porque yo fui una persona drogadicta.
Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
(
Lucas 19:10)
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