La ciencia no ha podido conseguir explicar la mente en términos de cerebro y los investigadores no se explican por qué.
Hoy sabemos que sin cerebro no hay conciencia, pero la conciencia no puede reducirse al cerebro. ¿Qué es entonces ese “algo más” que se nos escapa? ¿en qué consiste la espiritualidad humana? ¿estamos predispuestos genéticamente para creer en Dios o acaso es el Creador un mero producto de la mente humana?
El neurofisiólogo norteamericano de la Universidad de Pennsylvania, Andrew B. Newberg, se ha hecho recientemente famoso en todo el mundo por sus estudios que intentan relacionar el cerebro con la experiencia religiosa. Incluso se ha inventado el término “neuroteología” para referirse a una nueva especialidad dentro de la neurofisiología que estaría dedicada precisamente a comprender la relación entre biología del cerebro y religión. Newberg se interesó por los cambios fisiológicos que ocurrían en el cerebro de monjes budistas tibetanos y de monjas franciscanas cuando estaban concentrados meditando o en actitud de oración. Su objetivo era identificar el llamado “circuito de la espiritualidad”.
Para ello realizó los siguientes experimentos. A la persona religiosa que se prestaba voluntariamente a la experiencia, se la aislaba en una habitación después de haberle colocado en uno de sus brazos una larga cánula. Dicha cánula terminaba en otra habitación en la que un equipo médico estaba preparado para inyectarle una sustancia radiactiva, en el momento en que recibiera la señal del religioso. Cuando el orante creía que empezaba el trance, tiraba ligeramente de la cánula, y el equipo médico le introducía la sustancia por vía intravenosa. Ésta llegaba así a las neuronas cerebrales permitiendo que los investigadores obtuvieran una tomografía computarizada en la que se apreciaba un mapa cerebral con la localización de dicha sustancia. Unas manchas rojas y amarillas evidenciaban las zonas en las que había mayor concentración de radiactividad, lo que indicaba que las neuronas trabajaban con más intensidad, mientras que las regiones verdes y azules eran las que poseían menos radiación y, por tanto, menor actividad neuronal.
Lo que más sorprendió a Newberg es lo que ocurría en una zona de baja intensidad, llamada Área de Asociación de la Orientación (AAO), que está situada en el lóbulo parietal y es responsable del sentido de la orientación en el espacio. Normalmente esta área AAO presenta una alta actividad, sin embargo los experimentos demostraron que las personas que meditan intensamente poseen, en esos momentos, una actividad muy baja. Estos individuos logran concentrarse con tanta intensidad que ya no perciben los estímulos sensoriales externos. Y al no percibirlos, el AAO se vuelve incapaz de determinar los límites del individuo. Esto sería, en opinión de Newberg y colaboradores, lo que provoca que el meditador perciba sensaciones relacionadas con el infinito o que se sienta uno con el resto del cosmos, como ocurre por ejemplo en la meditación trascendental propia de ciertas religiones orientales.
Las principales conclusiones de tales investigaciones son que el cerebro humano parece especialmente calibrado para la espiritualidad, o al menos para la meditación profunda; que tales experiencias místicas influyen sobre el funcionamiento de las neuronas cerebrales y esto puede ser analizado por la neurobiología; y, quizás la más significativa, que el ser humano necesita el concepto de Dios y la creencia religiosa para sobrevivir. No obstante, lo que no pueden decir estos estudios es si las experiencias religiosas o la espiritualidad en general son creadas por el propio cerebro o, por el contrario, se trata de una realidad exterior a la mente humana que es percibida por ésta bajo determinadas circunstancias. Newberg no cree que esta cuestión pueda ser respondida por la ciencia. En este sentido manifestó:
“Así como la naturaleza del electrón sólo puede ser comprendida si se lo considera al mismo tiempo una partícula y una onda, tal vez necesitemos tanto de la ciencia como de la espiritualidad para terminar de comprender qué cosa es la realidad” (Newberg, A. 1988,
A Neuropsychological Analysis of Religion: Discovering Why God Won´t Go Away, en ponencia presentada en el Germantown Jewish Centre in Mt. Airy, Philadelphia, 10 de febrero de 1998).
La existencia de Dios es algo que está fuera del alcance de la neurobiología. El hecho de que la actividad neuronal varíe en los lóbulos temporales cuando la persona ora o medita, nada dice acerca de la realidad sobrenatural, ya que ésta no puede ser medida mediante los sentidos humanos. La neuroteología, o el estudio de la neurobiología de la religión, busca las bases biológicas de la espiritualidad humana. Se trata de una nueva disciplina que analiza la manera en que las prácticas religiosas pueden actuar sobre los lóbulos frontales del cerebro, conmoviendo a los creyentes e inspirándoles optimismo y creatividad. Su objeto de estudio es descubrir las bases neurológicas de las experiencias espirituales, es decir, de aquello que ocurre en el cerebro cuando se siente que se ha descubierto una realidad diferente, en una forma trascendente más elevada que las experiencias cotidianas. Los neurólogos y psicólogos tratan de averiguar qué regiones cerebrales se activan o desactivan cuando el creyente ora, canta o participa de un culto estimulante.
Al parecer, las experiencias espirituales en las diferentes culturas y religiones son tan parecidas y uniformes que conducen a la conclusión de que existe una esencia común, que probablemente sea una manifestación de estructuras y procesos concretos en el cerebro humano. ¿Crean las conexiones cerebrales la idea de Dios o fue Dios quien creó dichas conexiones para que pudiéramos comunicarnos con él? ¿quiere esto decir que Dios puede ser sólo una ilusión del cerebro?
El hecho de que una experiencia religiosa, como la oración personal o la meditación, tenga una correlación neuronal no significa que tal experiencia exista solamente en el cerebro, o que se trate de pura ficción de la actividad cerebral sin una realidad independiente. Por ejemplo, el simple olor de una tarta de manzana que llegara a la pituitaria de nuestra nariz y al cerebro, podría despertar en el
área olfativa el olor de la fruta y la canela. En la
corteza somatosensorial se apreciaría incluso la suavidad de la masa en la lengua. La
corteza visual observaría una tarta imaginaria y las
cortezas de asociación recordarían momentos agradables de la infancia asociados a este postre. Si un neurólogo analizara nuestro cerebro en esos momentos, descubriría todas esas sensaciones neuronales. Sin embargo, tal análisis no negaría la realidad de la tarta. Pues, de la misma manera, el hecho de que ciertas experiencias espirituales como la oración, puedan ser relacionadas con una determinada actividad cerebral, no significa necesariamente que esas experiencias sean simples ilusiones del cerebro.
No obstante, por mucha investigación que se realice en este sentido, nunca se podrá determinar si los cambios asociados a experiencias espirituales significan que el cerebro es el causante de tales experiencias o si, por el contrario, está percibiendo una realidad trascendente espiritual. La ciencia humana no puede demostrar la existencia de Dios. Sin embargo, una cosa está clara: el cerebro de las personas, a diferencia del de los animales, está dotado de propiedades neuronales singulares que le permiten la espiritualidad y el desarrollo de su fe en Dios.
La ciencia no puede ocuparse de lo inmaterial. Como mucho es capaz de relacionar determinadas conductas con cierta actividad del cerebro. Por eso cuando se afirma, como hacen ciertos neurobiólogos, que dicho órgano encefálico es la única fuente de nuestras experiencias, o que las neuronas han creado a Dios, se practica un reduccionismo equivocado que nada tiene que ver con el verdadero espíritu de la ciencia.
Sea como sea, no parece que la neuroteología tenga algo que ver con la teología. En realidad, es una nueva disciplina que habla de los últimos descubrimientos en los circuitos neuronales del cerebro, pero que nos dice muy poco acerca de Dios.
Uno de sus principales errores es la confusión entre las experiencias espirituales o sensaciones concretas y la fe en el Dios Creador
. Al confundir espiritualidad con religión se pierde de vista que hacer la voluntad de Dios significa mucho más que orar, meditar o tener una experiencia mística. Para descubrir a Jesucristo en el pobre, el enfermo o el menospreciado por la sociedad, no hace falta acudir a los circuitos del cerebro. La verdadera religión no es la del éxtasis místico sino la del amor al prójimo. En la fe cristiana, la práctica de este amor tiene siempre prioridad sobre las experiencias individuales de carácter espiritual.
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