El año pasado presentaban
Third, el primer disco desde 1997. Como ya hemos comentado alguna vez en esta columna, el conjunto inglés es de los que no se deja estresar, es de las formaciones que solo saca un disco cuando considera que tiene material de calidad para hacerlo. Así que la espera ha durado 11 años, pero… vaya resultado.
´Rockdelux´, una de las revistas españolas de referencia en la escena pop-rock, coloca a
Third en el número uno de los discos internacionales del 2008. ´Pitchfork´, un tipo de ´Rockdelux´ a la americana, rebaja el disco de Portishead solo un puesto, al número 2, por detrás de Fleet Foxes. Destaca el
magazine de Chicago que después de que “todo el mundo coincidiera en el escepticismo sobre la posibilidad de que su antigua fórmula fuera transportable al 2008”, la sorpresa fue mayúscula al ver el resultado, algo en lo que están de acuerdo la mayoría de críticos. Después de los lejanos
Dummy (1994) y
Portishead (1997), las reticencias acumuladas se han convertido en aplausos para la mayoría de los que confeccionan listas de éxitos, y si en tu revista preferida no aparece
Third en el Top 5, estará en el Top 10, y si no, como mínimo, formará parte del Top 50 de 2008.
Si los primeros 30 segundos de un disco impactan, ya se ha ganado el mérito de ser escuchado. Y los primeros compases de
Third (de hecho, ni son compases, porque no hay ritmo) destacan, y lo hacen por todo lo que en el resto del disco desaparece: suavidad y optimismo. Una voz en portugués recita filosóficamente:
Esteja alerta para as regras dos três
O que você dá, retornará para você
Essa lição, você tem que aprender
Você só ganha o que você merece
A partir de aquí, los siguientes 49 minutos de álbum (es decir, hasta el final), se montan sobre una increíble orquesta de percusión. La mayoría suena electrónico (y lo es), pero hay también timbales demasiado ricos para ser de ordenador, y alguna guitarra acústica con progresiones entre acordes tan naturales que no hay duda que han sido tocados humanamente (“The Rip”).
La producción del disco es espectacular. Y encima, en lugar de sonar sobrecargado, como muchos trabajos puestos en manos de productores demasiado protagonistas (Bryan Eno, por ejemplo), el álbum de Portishead destaca por crear ambientes monumentales sin necesidad de saturar todos los espacios. A lo largo de
Third aparecen y desaparecen construcciones graves y opacas que hacen de duro contrapeso a la frágil voz de Beth Gibbons, esa chica de Exeter que prefería leer poesía y escuchar música en lugar de salir a jugar con los amigos.
Third no es ideal para ser escuchado en momentos bajos.
El ritmo de “We carry on” produce ansiedad después del primer minuto de escucha, y el taladro de “Machine Gun” da la sensación de no dejar salir a la superficie la melodía subyacente. Todo duele, todo está pintado de un verde o azul… muy marino. Todo excepto “Deep Water”, que es como un pequeño, muy pequeño oasis folk, un sensacional descanso entre tanto maquinismo industrial.
Si es complicado interpretar lo musical, descifrar el contenido temático de las canciones de
Third parece aún más difícil. Las letras se pueden interpretar de una forma y de la forma contraria a la vez.
El único hilo claro es una constante expresión de desesperación, una oscuridad que transporta al oyente a algún lugar negro del corazón. Pero escuchando una canción tras otra, uno se acaba acostumbrando a melodías y letras rotas, que al principio parecían difíciles de digerir durante demasiado tiempo.
Poco a poco uno se acostumbra a la desesperación como quien se adapta a una habitación oscura. Es más, conforme
Third va sumando minutos, uno deja de sentirse perdido y empieza a apreciar la luz que se puede encontrar (aunque sea poca), y los increíbles matices de todo lo que envuelve la voz de Beth Gibbons.
Como decía, es difícil sacar algo en claro del mensaje de las canciones.
Eso sí, hay algo profundamente espiritual en muchas de sus líneas. “Silence” abre el disco con una estrofa final que suena a desarraigo existencial:
Vacíos en nuestro corazón
Gritando en silencio
Caminado hasta quedar fuera de alcance
Demasiado lejos para [poder] hablar
Más adelante, en “We Carry on”, Gibbons repite una secuencia musical sobre un ritmo maquinal, en la que parece reafirmar la superioridad de la razón sobre la fe:
El sabor de la vida
No lo puedo describir
Está bloqueándome la mente
Extendiéndome no puedo creer
La fe no puede decidir
Pero el grupo de Bristol da tumbos sobre sí mismo, todo cambia, ningún sentimiento es definitivo. Y así, ya en el siguiente tema, “Deep Water”, vuelve la inseguridad, vuelve la sensación de estar completamente perdido en un océano de ideas:
Estoy siendo arrastrada por agua profunda
Sola con mis dudas en mí misma, otra vez…
Y finalmente acaba por aparecer
Machine Gun, el single y track más contundente. Un manifiesto doloroso, un tipo de confesión o proclamación, una vez más, difícil de descifrar. Eso sí, varias frases sueltas suenan a Biblia pura:
Vi a un salvador
Un salvador que venía hacia mí
…
Me haces volverme a mí misma
Para reconocer el veneno que hay en mi corazón
…
¿Qué más puedo decir,
A parte de que soy culpable?
Es fácil, a veces, ponerse a buscar declaraciones de fe en la música de una banda, sobre todo si tiene una repercusión social importante. En el caso de Portishead, sin embargo, es difícil obviar que tanto musical como líricamente hay algo inmaterial que busca ser comunicado.
Podría ser simple misticismo artístico. Pero también podría tratarse de la descripción encriptada de una búsqueda espiritual que sigue sin resolverse.
Escrito por:
Joel Forster
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