Alguien le preguntó, digo, qué porcentaje de libros cristianos traducidos del inglés se publicaban en español. En su respuesta no dio una cifra exacta pero dijo que más del 90 por ciento. Aquel dato lo agarré al vuelo y harto que me ha servido para dar fundamento al trabajo de ALEC en estos diez años de vida.
En materia de producción literaria no solo somos subdesarrollados sino que pareciera que apenas estamos empezando a aprender a caminar.
Hay quienes rechazan la mayoría de las traducciones que publican nuestras casas editoriales en idioma español, aunque en realidad no se oponen a ellas por ser traducciones sino porque les parece que el contenido de los libros publicados es cuestionable. Nosotros en ALEC tenemos una posición diferente. Creemos que no hay libro que no deje una enseñanza a quien lo lee y que, como los amigos, siempre es bueno tenerlos de nuestro lado por feos o malhechos que parezcan.
Cuando ALEC empezó a adquirir un nombre en el ámbito de las publicaciones cristianas en español, el Rev. Esteban Fernández, por entonces presidente de SEPA (
Spanish Evangelical Publishers Association) nos invitó a que echáramos a caminar en EXPOLIT una escuela para escritores que funcionaría en forma paralela con la Escuela para Libreros. Y fue así como desde 2003 hemos venido ofreciendo nuestras clases como parte del programa oficial de la Feria.
En 2009, sospechando que la crisis económica mundial no solo se hará sentir en el desarrollo de EXPOLIT y, por ende, en los talleres, escuelas y áreas de exhibición sino que posiblemente marque el comienzo de una nueva etapa, hemos querido asumir una actitud de expectativa para ver lo que va a pasar. Esto, en términos concretos, significa que, a diferencia de años anteriores, tendremos solo un día dedicado a la Escuela con tres clases de una hora cada una.(*) Esto, sin embargo, de manera alguna puede entenderse como un relajamiento de la calidad de la Escuela. Al contrario, hemos concentrado en tres áreas específicas lo que en años anteriores hemos ofrecido en cinco o más. Y contaremos con profesores cuyos nombres hablan por sí solos.
Melvin Rivera, de origen puertorriqueño pero destacado líder trabajando por años desde los Estados Unidos mayormente en relación con las Sociedades Bíblicas tanto la Unida como la Americana, tendrá a su cargo la clase que hemos llamado “Avances tecnológicos y la Internet al servicio del escritor”. Melvin, que se auto califica como un «inmigrante digital» tiene mucho que enseñar en el campo en el que se ha especializado. Ya nos ha hablado antes y cada vez que lo ha hecho nos ha dejado perplejos a quienes, no tan jóvenes como él, pisamos el suelo cibernético como si anduviéramos descalzos caminando sobre espinas.
La categoría de «inmigrante digital» se la da en razón de la generación a la que pertenece. Dice: «A mí me costó mucho conseguir la tarjeta verde (
green card) de “inmigrante digital”, mis hijos la obtuvieron en la adolescencia y mis nietos no la necesitaron porque nacieron como ciudadanos del mundo digital. Con mi papá, la historia fue otra. Él nació en el mundo de la imprenta. Todos los días lo primero que hacía era buscar y leer el periódico. En cambio yo no recuerdo cuándo fue la última vez que compré un periódico, porque los leo en la Internet cuando quiero, sin la preocupación de que el papel se ponga amarillo o se llene el cesto de la basura con ediciones sin leer. En el caso de mi hijo digital, él nunca se ha suscrito a un periódico, ni creo que haya comprado uno en toda su vida».
El escribidor, por las mismas razones que Melvin anota en las frases que he citado, y mal que le pese, tiene que acomodarse en el grupo de los de «mi papá». Mis primeros atisbos en el mundo de la producción de libros los di en una imprenta donde la linotipia (linotipia: «Máquina de componer provista de matrices que funde los caracteres por líneas completas, formando cada una un solo bloque» era la reina del taller; y el linotipista, el rey. Me pasaba ratos largos mirando cómo volaban los dedos del señor Schulz sobre el teclado, cómo hervía el crisol con plomo derretido, cómo iban apareciendo pequeñas barritas de plomo endurecido que en uno de sus lomos llevaban hermosamente impreso el texto que tecleaba Don Ernesto, que era el nombre del señor Schulz. Mi primer trabajo, cuando era aun un adolescente, fue corrector de pruebas, lo que significa que tenía que leerme cientos de tiras de texto salido de la linotipia e impresas para corrección por el tipógrafo o cajista (tipógrafo o cajista: «Oficial de imprenta que juntando y ordenando las letras, compone lo que se ha de imprimir»), quien, en su chibalete (chibalete: «Armazón donde se colocan las cajas de caracteres») seguía haciendo realidad los milagros que comenzaban a surgir desde el rincón donde Don Ernesto Schulz era amor y señor. Si como muchacho me extasiaba admirando la velocidad con que el linotipista manejaba el teclado de aquel monstruo que se imponía por presencia y por sonido (el ruido que hacía en el taller lo interpreto hoy como una melodía destinada a exaltar el ingenio inventor del hombre), no dejaba de abrumarme la rapidez con que el cajista, Don Francisco Lara, hacía su trabajo. Los menciono a ambos por sus nombres aunque me temo que ya habrán abandonado este mundo o que, si aun vivieran, pocas posibilidades hay de que lean estas líneas. Los menciono, además, como un homenaje a ellos y a muchos de los otros trabajadores de la Imprenta y Editorial Alianza, de la Alianza Cristiana y Misionera de Temuco, Chile que, en su momento y con sus habilidades profesionales convertían cuartillas en libros y sueños en realidades. Porque el cajista no solo trabajaba con las líneas de plomo que le proveía el linotipista, sino que tenía su propia colección inagotable de letras, signos y espacios individuales. En silencio, y como si estuviera realizando un acto de magia de la que él era el mago y el espectador al mismo tiempo, con un componedor en una mano (componedor: «Tablilla en que el tipógrafo va colocando las letras para formar sus renglones») y unos dedos que parecían tener alas en la otra, iba armando líneas, páginas, libros.
Cuando hace algunos años, allá por 1988 con Juan Rojas cancelamos en Editorial Caribe las máquinas Composer de la IBM y entramos en el mundo de la computación no salíamos de nuestro asombro al ver lo maravilloso de este invento. ¡Qué rapidez! ¿Y los faxes? ¡Cuántas veces no nos quedamos esperando que la hoja de papel que estábamos faxeando terminara de irse físicamente rumbo al fax del destinatario!
El hombre, a través de la historia, ha ido brincando de asombro en asombro, de maravilla en maravilla.
Pero, tratemos de aterrizar con Melvin que todavía tengo que referirme a sus otros dos compañeros de fórmula en la Escuela para Escritores 2009.
Melvin meterá en aguas profundas a todos los que asistan a la Escuela este año. Pero no se asusten, que no es tan cruel como para dejar que nos aneguemos. Con la misma paciencia y sabiduría con que comparte lo que sabe, nos hará salir a tierra firme. Con esto quiero decir que si bien el mundo de la cibernética es intrincado y, para algunos, imposible de entender, se puede incursionar en él sin que se nos vaya la vida en el intento. La clase de Melvin resultará tremendamente reveladora de los recursos que los progresos de la ciencia ponen al alcance de nuestra mano para hacer más fácil el anhelo de llegar a ser escritores permanentes y reconocidos en el mundo de las letras cristianas en español.
Juan Rojas, cubano de nacimiento, ha trabajado con libros en su país, en Costa Rica y desde Miami en todo el mundo de habla hispana. Es mi maestro y creo que el maestro de muchos. Toda su vida la ha pasado leyendo manuscritos y manejando las luces verde, amarilla y roja para dar paso, retener o vetar la publicación de un libro. Hubo una época, larga, feliz aunque no exenta de sufrimientos y dolores en que fue presidente de Editorial Caribe. Como tal la vio crecer y la vio debilitarse hasta desaparecer. Su paciencia, su espíritu comprensivo y su oído atento para escuchar opiniones y consejos y aplicarlos cuando la situación lo ameritaba le dieron una categoría que aún conserva, pese a que su actividad en el mundo de los libros se nota ahora menos que antes. Siempre trató de inculcar en quienes escribían, en quienes traducían o en quienes corregían, una filosofía que podríamos encerrarla en la siguiente frase: «Un buen escritor, un buen traductor, un buen editor o un buen corrector no tienen por qué extenderse más allá de la longitud que tiene un manuscrito en inglés sobre el cual se está trabajando». Este poder de síntesis es el que ha venido inculcando en los seminarios y las escuelas de ALEC cada vez que le ha correspondido enseñar. Y será lo que constituya el núcleo de su clase en la Escuela para Escritores de ALEC 2009. Juan Rojas, en su calidad de líder en el campo de la producción del libro cristiano, ha tenido que postergar sus propios impulsos como escritor en aras de estimular a otros a que crezcan. Su clase versará sobre el tema «El arte de la concisión o cómo embellecer el estilo diciendo mucho con poco».
La tercera persona que estará enseñando este año en la Escuela es
Olinda Osuna Luna. Nacida en Monterrey, Nuevo León, México, la vida la sacó de su tierra cuando se enamoró de un guatemalteco que la hizo su esposa, Guillermo Luna, con quien llevan ya recorridos cuarenta y tres años. Será la primera vez que Olinda asuma la función de maestra en el ámbito de ALEC; no obstante, tiene mucho que compartir por la experiencia recogida al escribir su primera novela «Séfora» ya publicada y agotada; y su segunda, «La vendedora de púrpura» en proceso de afinamiento. La charla de Olinda, porque será una charla interactuada; es decir, dará oportunidad a los asistentes a que le formulen preguntas, se titula: «A escribir se aprende escribiendo». Olinda y su esposo son miembros de ALEC desde el año 2001, cuando la Asociación celebró su primer seminario en la ciudad de Miami (del 12 al 15 de septiembre de ese año). En aquella ocasión, y a raíz del derribamiento de las torres gemelas en Nueva York, ALEC publicó el libro «Las torres gemelas: su destrucción y su mensaje» con capítulos escritos por alumnos y profesores del seminario acabado de efectuarse. Olinda, conjuntamente con María Eugenia Pardo, escribió el capítulo «Mensaje al hombre del siglo 21».
Sí. Algo se aprende en las escuelas. Pero quizás más se aprende en el proceso de vivir la vida. La Escuela para Escritores este año, como en los anteriores y en los seminarios que ALEC realiza enseñará cosas. Pero vivimos en un mundo no estático sino que gira a veces a ritmo no solo acelerado sino que vertiginoso. Melvin nos lo detendrá por un momento y nos mostrará recursos no tan complicados de visualizar, aprender y explotar. Olinda nos advertirá sobre trampas que suelen haber en el camino del aprendiz de escritor y nos mostrará una ruta que, sin ser la única o la más completa, le ha permitido a ella ir dando pasos firmes en procura de la meta final: ser una escritora con muchas obras publicadas que no solo entretengan y eduquen sino que lleven en sus páginas la semilla del amor de Dios. Y Juan compartirá algo de lo que ha aprendido a lo largo de años de trabajo como editor, mostrándonos con trazos de diseñador experto cómo se le puede dar brillo al estilo.
¡Entonces, bienvenidos a la Escuela para Escritores de EXPOLIT 2009 en la ciudad de Miami!
(*) EXPOLIT se efectuará este año del 14 al 19 de mayo siempre en el Hotel Sheraton del Sudoeste de Miami. La Escuela para Escritores se efectuará el día viernes 15, de 3 a 6 de la tarde, en el Salón Banyan del Hotel. Podrán asistir, sin costo adicional, todos los visitantes de fuera de Miami que hayan adquirido el paquete ofrecido por los organizadores. Y los interesados de Miami, pagando una entrada que les permitirá no solo asistir a la Escuela sino a una serie de otras actividades a la vez que visitar el área de exhibición.
Si quieres comentar o