La UPF es puro diseño, un esqueleto heredero de la tradición Bauhaus con un envolltorio de edificio antiguo en pleno casco antiguo de Barcelluna. El saber mediático, pues, paseando en medio de callejuelas con ropa tendida casi de un balcón a otro, con olor a meados de gato (o no. No de gato quiero decir) y con un abanico de sin techo, inmigrantes, pensiones baratas, alumnos de programas europeos y policías que hacen como que miran. La UPF no se está de nada, y entre el profesorado hay nombres importantes de la radio, la televisión y la prensa, un profesorado que en el día a día se saca un sobresueldo –un buen sobresueldo– a cambio de compartir sus conocimientos con unos pobres aspirantes a bustos parlantes o chupatintas que no saben que el verdadero periodismo se aprende en la calle y toda aquella demagogiaa de la escuela de la vida que alguno de esos docentes, con todo el morro, todavía utiliza.
Eso sí,
este profesorado del star system de las ondas hertzianas, los rayos catódicos o las primeras páginas con olor a tinta fresca sirve únicamente para dar prestigio a la universidad y para que los alumnos puedan decir eso de “yo tuve de profesor a…”, aunque los que de verdad curran son profesores de piel pálida y enfermiza, con algún grano post-púber todavía en el rostro, caminar encogido y con cara perpetua de carnet de biblioteca.
Estos profesores se mueven al amparo de las esquinas de los pasillos, nunca ven la luz del sol y redactan gruesos documentos sobre la comunicación no verbal en las corbatas de los presentadores de telediarios o sobre el tratamiento subjetivo del fútbol según sea desde un diario del monopolio del grupo Deprisa, de la Movidita reciclada estilo
ABCD o
La Ración, o de la derecha con tirantes de colores de
El Gobo. O sea,
no tienen ni idea de lo que es una notícia, pero hablan de ello a los alumnos, a los que se les ha vendido la idea que son una especie de élite, unos escogidos entre una masa amorfa de aspirantes a recibir las sabias doctrinas de la universidad.
Y para rizar el rizo, son una élite rodeada de élites, ya que el mismo edificio de Periodismo acoge los estudios de Comunicación Audiovisual y los de Traducción e Interpretación. Se los distingue, básicamente, porque los alumnos de Comunicación llevan gafas de pasta negra –sí, como las de los fundadores de
El Provinciano, pero treinta años después, en pleno revival–, visten entre hippy de diseño y technokid alternativo, caminan parándose a hacer encuadres con los dedos pulgar e índice formando dos ángulos, hablan de Greenaway o de la última película Dogma y odian todo eso que suene a comercial y a ese grupo de indeseables sin rostro que en el cine devoran envases maxi de palomitas, rompiendo cualquier norma del buen gusto en el séptimo arte.
Casi todos, no obstante, y de forma clandestina, forman parte de alguna sociedad secreta que crea clubs de fans de Jean Claude Van Damme, plataformas con nombres como
Oscar para Mariano Ozores o fórums para decidir si Richard Gere era más atractivo con el estilo Just for Men de
Oficial y Caballero o en el de maduro interesante de
Novia a la fuga, con ese toque canoso e indefinido que gusta tanto a las adolescentes como a sus madres. Una vez salen de estos encuentros vuelven a vestirse con camisetas que reproducen el cartel de un film de Wim Wenders o una enigmática frase, en versión original claro, extraída de un ingenioso diálogo entre dos actores suecos o iranís, tal como manda el tópico a la hora de parodiar el cine minoritario.
Los estudiantes de Traducción tambien se buscan entre sí, formando grupos estilo anuncio de Bennetton, con una chica rubia de capital nórdica, chico negro con trenzas jamaicanas y representante autóctona pero con estética de integrante de grupo de pop británico, con aire despreocupado y mirada perdida y reflexiva, como diciendo que este mundo tan simple no entiende la profundidad de mis pensamientos. Tienen un aire trágico, traducen del finlandés clásico al swahili central y aspiran a trabajar con unos cascos enganchados a las orejas y encasquetados en una cabina de un gran centro de convenciones
de la ONU, la UNESCO, la OTAN, UNICEF o, si hace falta, cualquier asociación con el único requisito que sea internacional y eso implique tener que viajar, da igual que sea con el Disney Channel o con el Parlamento Europeo.
La UPF tiene el mejor locutorio radiofónico, el mejor estudio de televisión y la mejor redacción virtual para adiestrar a los alumnos que en unos meses podrán ir a recoger teletipos, repicar textos de corresponsales o poner la voz en off a informativos de televisión cuando vayan a hacer, gratis claro, las prácticas.
El alumno 13042 –en la UPF los estudiantes no tienen nombre, son un número como en una cárcel de alta seguridad o en un campo de concentración–, conocido como Jan Torres fuera de los muros del paraíso del saber fardiano, tiene claro que quiere hacer prácticas como redactor.
A poder ser en un diario, aunque se resiste a los cantos de sirena de los más grandes (como
El Verídico de Catalluna o
La Guardia), ya que las traumáticas experiencias de antiguos becarios explican historias terroríficas, como la del becario que en
La Guardia tenía que tragarse tres partidos de futbol en un día, escribir la crónica y firmarla como
Servicio especial. O el de otro que fue obligado a preparar hasta doce tipos diferentes de cafés, con sus correspondientes combinaciones de azúcar, leche y temperatura, uno para cada uno de los doce subdirectores que
El Verídico –en el proceso de escritura de este capítulo ya son 14. Ahora ya 15…– tiene en Barcelluna.
La leyenda negra, pero real, se completaba con casos de sobredosis de teletipos de agencia, de ruedas de prensa de partidos políticos sin casi representación en ningún sitio (estilo Esquerda Unida) o de horas muertas en grandes e inhumanas redacciones por si acaso estallaba, después del cierre, alguna guerra o se hundía alguna bolsa oriental por una pelea en su Parlamento.
Jan tampoco quería ir a parar a publicaciones especializadas que, a menudo, rondan la UPF a la caza de carne fresca de becario barato, o gratis, para trasladarlo con impunidad a algún piso del Eixample de Barcelluna. Allí, se encuentran las típicas sedes de este centenar de revistas que funcionan con un director ausente todo el día, un coordinador sobresaturado y tres o cuatro redactores que llenan las páginas que cada mes consiguen hacer llegar, por los pelos, a los quioscos. Son revistas pseudogeográficas, como
Descobrir Catalluna; pseudoculturales, como
La litera; o especializadas en miles de temáticas varias, como
Mi husky siberiano,
35 milímetros parabellum,
Peinados de novia,
El derecho puede ser divertido,
Hortofruticarnicocultura o
La Voz del consumidor enojado.
(continuará…)
| Artículos anteriores de esta serie de El Provinciano: memorias de un periodista: | |
| | | | |
| 1 | | Memorias de un periodista | |
Si quieres comentar o