Lo mío no es el comic, sinceramente. Es más,
nunca me apasionaron los cuentos con ilustraciones, porque los dibujos del papel no solían coincidir con los dibujos que se formaban en mi cabeza mientras leía. Las pocas veces que me acercado a una librería especializada ha sido, o bien para hacer un regalo, o bien en compañía de mi hermana, para hacer un regalo. Creo que, aunque lo he intentado, lo más parecido a un comic que he leído ha sido
Calvin y Hobbes. Hace unos años me llevaron al Salón del Comic de Madrid, y lo único que recuerdo fue a unos chavales, ya creciditos, disfrazados de personajes manga, subidos a una tarima cantando apasionados canciones en japonés. Si alguien me pide que defina lo que es el
friquismo, he ahí su interpretación.
Creo que el ejemplo extremo de cómo me aburren los comics es que nunca he sido capaz de pasar de la segunda o tercera página de
Las asombrosas aventuras de Kavalier y Clay (2000), de Michael Chabon, y eso que la novela va de artistas judíos en Nueva York, tema con el que espero ganarme la vida algún día.
Pero hoy, pululando por Internet, vagueando antes de sentarme a trabajar, he visto la carátula del último comic de Batman, en el que se viene a proteger Barcelona. Está él y detrás, entre brumas (típicas de Gotham City) está la Sagrada Familia, que con su gótico modernista recuerda mucho al otro gótico, el americano ideado para Gotham, y cuyo nombre conserva. Lo mejor del mundo del comic, tal vez, es su propia mitología interna. Yéndome totalmente del tiesto de mi temática habitual, recuerdo la película de Shyamalan
El protegido (2000), donde se presentaba a un coleccionista de comics obsesionado por demostrar que, en realidad, los comics no son más que las idealizaciones de las dimensiones míticas del mundo real.
Los superhéroes del comic son mitos. Y yo sé un poco (tan solo un poco) acerca de los mitos, porque llevan existiendo desde antes de que el ser humano aprendiera a escribir, y la literatura está llena de ellos. Es más, la Biblia misma está llena de mitología.
Si pensamos en
mitología se nos viene a la cabeza las imágenes de la lista de dioses griegos que nos obligaron a aprendernos en el colegio, con Zeus vestido de blanco y un rayo en la mano, y a Baco tirado en algún lado con resaca. Y es gracioso, pero eso no es mitología: no son más que símbolos artísticos. La mitología no es una lista de divinidades paganas.
Tuve un fantástico profesor en la universidad, D. Luis Vegas, que también nos habló de las dimensiones míticas de la literatura bíblica. Nos explicó que nuestro concepto de la conciencia y la mentalidad humanas nos parece invariable a través de los siglos, pero no es cierto que los seres humanos hayamos razonado siempre igual que ahora. Hay modas, evoluciones, y siempre aprendemos dando un paso más sobre lo que ya sabemos. Y si pensamos en miles de años, esos cambios, que se dan de generación en generación, son asombrosos. Nos dijo que nos teníamos que desprender de muchos prejuicios para poder entender la literatura bíblica, y que uno de ellos era pensar que los mitos son falsos.
Ahora, con nuestra sociedad “hiper-científica”, todo lo que no es historiografía es una falsedad.
Por eso la Biblia trae tanto quebraderos de cabeza a los que creen que con ella se puede hacer una Historia detallada de los tiempos y acontecimientos antiguos, porque la Biblia no sigue las reglas de nuestra moderna historiografía, sigue sus propias reglas míticas. Las narraciones de la Biblia no siguen los preceptos que ahora, en este siglo, a nosotros nos resultarían “convenientes” para contarnos una verdad. Pero están escritas siguiendo sus propias reglas de coherencia,
y eso hemos de respetarlo porque nos están contando la misma verdad, pero de otra manera.
El Mito y la Historiografía, a nuestros ojos occidentales heredados del siglo XX, son dos verdades indisolubles, cuando no son más dos representaciones distintas del mundo exterior. La Historiografía, el modo en que escribimos nuestra Historia pasada, también es una ciencia falible, y nuestros descendientes, que habrán aprendido de nuestros conocimientos añadiendo los suyos propios, tendrán las herramientas para demostrarlo. Así que deberíamos ganarle un poco de respeto al Mito.
Por si no ha quedado claro, un ejemplo.
Batman, Superman, y todos sus amigos, son la moderna mitología estadounidense. Todas las sociedad necesitan un pasado mítico para tener una identidad común, y de eso ya se percató J.R.R. Tolkien cuando escribió El Señor de los Anillos (1955). Estados Unidos creó la suya con sus propias características, en vez de poemas épicos, en vez de
Iliadas y
Odiseas, narraciones gráficas, porque en EE.UU. lo que siempre ha prevalecido es el estado visual de las cosas. Batman y Superman, y sus amigos con super-poderes, son los que defienden al hombre común de los ataques de un mal que les supera en fuerza y en número, y aunque los superhéroes no son perfectos, porque nada en este mundo lo es, son capaces de ponerse de lado del Bien para garantizar la prosperidad de su nación.
Las historias clásicas de los comics son “otra forma de contar” la verdadera Historia que hay detrás, que se vive día a día y que nos resulta inabarcable: la corrupción de la moral, la existencia del dolor y de la muerte, la injusticia, la falta de perdón. De todo eso no suelen hablar los libros de Historia (preocupados solamente de las altas clases dirigentes y de los movimientos macro-económicos), pero, a la hora de la verdad, es lo que más nos preocupa.
Ni ahora, ni en los siglos pasados, ni en los siglos venideros, nos sentiremos plenamente seguros, porque el mal siempre se esconderá en los rincones de la vida cotidiana, como los super-villanos se esconden en fábricas abandonadas a las afueras de Gotham City, o en l´Hospitalet de Llobregat. Que Batman nos asista.
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