De manera que cuando se investigan tales huesos petrificados, se hace siempre con la idea previa de que la transformación gradual entre la célula y el hombre, realmente ha tenido lugar. Jamás se acude a los estratos rocosos con la intención de verificar si el ser humano ha evolucionado a partir de los simios o no. Esto ya se da por supuesto. El propósito no suele ser nunca demostrar esa posible transformación, sino averiguar cómo habría podido suceder. A partir de qué homínidos extintos sería factible construir el hipotético árbol evolutivo humano y qué fósiles conviene descartar del mismo.
Así, el trabajo del paleontólogo consiste en desenterrar huesos, medir tamaños, calcular capacidades craneales, poner fechas a los fósiles y, en definitiva, intentar reconstruir el puzzle filogenético y el modo de vida que supuestamente podrían haber llevado los hombres primigenios. Pero todo esto se hace siempre en base a la aceptación de la teoría evolucionista.
Esto es, por ejemplo, lo que ha hecho el equipo de Atapuerca. Uno de los más recientes yacimientos de fósiles humanos encontrado en España. ¿Qué es lo que se ha descubierto? ¿Se han hallado, por fin, los famosos "eslabones perdidos" entre monos y hombres que demanda tradicionalmente el evolucionismo?
Según los investigadores del Proyecto Atapuerca, habría que cambiar el árbol evolutivo del hombre que hasta ahora se venía aceptando. Se les ha galardonado con el Premio Príncipe de Asturias por el descubrimiento de una nueva especie de hombre fósil, el Homo antecesor, que sería antepasado común, según se afirma, de nuestra especie y de los neandertales. Pero el árbol genealógico que proponen para la familia humana empezaría mucho antes. En su opinión, el patriarca de la saga homínida habría sido un mono que habitaba la selva lluviosa africana hace casi cuatro millones y medio de años, el llamado Ardipithecus ramidus. De él habrían surgido los famosos Australopithecus que evolucionarían lentamente hasta dar lugar por una parte a las diversas especies extintas de Paranthropus, sin relación con la línea que conduciría al hombre, y también a los primeros representantes del género Homo. Bien es verdad que entre las especies de Australopithecus y Homo colocan un significativo interrogante que denota la inexistencia de fósiles fiables.
De este posible primer Homo, al que se le atribuye una antigüedad de 2.3 millones de años, podrían haber aparecido dos nuevas especies que habrían vivido durante los inicios del Pleistoceno inferior, Homo habilis y Homo ergaster. La primera, con una capacidad craneal que oscilaba entre 600 y 700 centímetros cúbicos, no se sitúa en la línea que conduce al hombre; mientras que la segunda, con 900 c. c., es la elegida para hacer de ella el antepasado común de otras dos especies, Homo erectus y la recién descubierta en Atapuerca, Homo antecessor. Se asume que H. erectus se extinguió también sin tener nada que ver con la evolución del Homo sapiens.
El auténtico antecesor del hombre habría sido, ni más ni menos, que el nuevo hallazgo de la Sierra de Atapuerca. De allí el nombre científico que se le ha dado. De él evolucionarían por un lado los individuos que conducirían al Homo neanderthalensis, especie contemporánea del hombre que se extinguiría durante el Pleistoceno superior, y el hombre moderno, Homo sapiens, la única especie humana que habría logrado llegar viva a la actualidad. Tal es, en síntesis, la nueva filogenia humana recomendada por los paleoantropólogos españoles. De momento, tal como honestamente reconocen, no es asumida por todos los investigadores evolucionistas a escala mundial, pero parece que poco a poco va ganando mayor número de adeptos.
Es verdad que casi todo en este mundo depende del color del cristal a través del cual se mira. Lo mismo ocurre con el tema del origen del hombre. El que está convencido de la evolución humana a partir de los simios, es lógico que procure ordenar los fósiles existentes en un hipotético rompecabezas ascendente. Sin embargo, el que no lo cree así seguramente verá en todo esto un intento vano y unas pruebas fósiles muy endebles.
Tal es la posición creacionista. Quien está persuadido de que el hombre siempre ha sido hombre, puede interpretar todos estos fósiles como restos pertenecientes a dos grandes grupos cualitativamente diferentes: monos y seres humanos.
Por una parte, diversas especies de simios del pasado que se extinguieron sin dejar rastro y por la otra, variedades o grupos raciales de seres humanos adaptados a sus particulares condiciones de vida, que desaparecieron también de la faz de la tierra. Pero no "eslabones intermedios" que hicieran de puente entre unos y otros. En este sentido, en el grupo de los simios cabrían los géneros mencionados: Ardipthecus, Australopithecus, Paranthropus e incluso la especie Homo habilis. Todos estos animales extinguidos serían organismos comparables a los actuales primates, formas como el chimpancé, gorila u orangután. No obstante, los fósiles descritos como especies pertenecientes al género Homo (H. ergaster, H. erectus, H. antecessor, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis y H. sapiens) podrían haber pertenecido a diversos grupos raciales formados por auténticos seres humanos.
Existe evidencia fósil de hombres y de monos, pero no de hombres-mono. Tal sería de forma simplificada el planteamiento del creacionismo. Pero, ¿es que acaso la verdadera ciencia no impone un criterio concreto? ¿Los fósiles descubiertos en Atapuerca y en tanto otros lugares del mundo no representan eslabones perdidos? Y, si ellos no lo son, ¿no es posible que tales fósiles intermedios se descubran algún día y no haya más remedio entonces que rechazar las posturas creacionistas? O, al revés, ¿no es probable que se descubra algún fósil humano en estratos tan profundos que haya que abandonar las hipótesis evolucionistas? Estas preguntas conducen inevitablemente a la cuestión acerca de qué es ciencia. ¿Es científica la teoría de la evolución? ¿Lo es el creacionismo?
El origen del hombre es un asunto tan escurridizo que resulta prácticamente imposible de asir con los limitados guantes de la ciencia. Lo que ocurrió en el remoto pasado, cuando todavía no había observadores humanos que pudieran dar fe de ello, resulta y resultará siempre altamente especulativo. De ahí el elevado grado de incertidumbre que abrigan aquellas disciplinas que pretenden descubrir los orígenes del mundo, la vida y el propio hombre. Por eso cada nuevo hallazgo puede obligar a replantear o modificar radicalmente las antiguas hipótesis. Los fósiles descubiertos en Atapuerca, tanto los del Homo antecessor como los anteriores al Homo neanderthalensis, pueden ser interpretados como auténticos seres humanos. No obstante, el supuesto antecesor común a simios y hombres, si es que alguna vez existió, no se ha encontrado todavía. Los hallazgos de la sierra burgalesa son de otro período y permanecen, por tanto, mudos ante semejante incógnita.
De todas formas, no parece probable que el profundo abismo existente entre partidarios de la evolución del hombre y partidarios de su creación directa pueda ser salvado mediante el descubrimiento de nuevos fósiles. En realidad, ni uno ni otro postulado pueden ser considerados como auténticas teorías científicas, ya que no admiten la verificación definitiva. Cualquier nuevo descubrimiento podrá ser siempre interpretado de manera que encaje o se adapte a la teoría que se prefiera. Por tanto, evolucionistas y creacionistas están condenados a llevar vidas paralelas de desavenencia mutua, basadas más en la propia fe que en los hechos observables.
A pesar de todo, ¿no sería posible aceptar la hipótesis de un Dios que crea mediante evolución? ¿Por qué no asumir el evolucionismo teísta de Teilhard de Chardin y tantos otros? Desde la perspectiva teológica de un Dios que crea por amor y que se complace en la bondad original de su creación, parece difícil hacer encajar los requerimientos de la selección natural y la lucha por la supervivencia. ¿Qué tipo de justicia divina sería aquella que permitiera el sufrimiento, la muerte y la extinción de tantas especies vivas, sólo para que al final aparecieran el Homo sapiens y los demás organismos del presente? ¿No sería tal creador culpable del dolor de sus criaturas? ¿No habría seguido un proceso cruel de tanteo al eliminar a tantos seres inocentes? ¿En qué medida podría ser moralmente responsable de sus actos una criatura humana que a lo largo de su evolución habría progresado eliminando sistemáticamente a sus competidores? ¿Cómo podría el Dios de la Biblia afirmar impasible que todo esto era "bueno en gran manera"?
Son objeciones importantes que no pueden ser pasadas por alto. La Biblia afirma que el hombre y la mujer fueron creados a imagen de Dios, distinguiéndolos así claramente del resto de la creación. La fe en tal postulado no tiene por qué sucumbir ante la fe en los supuestos hombres-mono. Se trata de dos creencias que no parecen compatibles.
Si quieres comentar o