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El mensaje urgente de Wilkerson

Enseñó en un prestigioso seminario teológico de los Estados Unidos. Y, si es que aun no se ha acogido a retiro, supongo que seguirá impartiendo lecciones allí. Nos encontramos una vez en Nueva York y, conversando, me dio su opinión sobre este país. «Este país», me dijo, «es para venir, conseguir lo que nos interesa y salir huyendo». Tan oscuro era para él el panorama. Pues, pasaron los años, entiendo que obtuvo lo que vino a buscar y nunca se fue. Lo que demuestra que a veces nos cuesta hacer co
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 04 DE ABRIL DE 2009 22:00 h

Es arquitecta graduada en su país. Vivió muchos años en los Estados Unidos. Un día nos sorprendió con la noticia: «Nos volvemos». ¿Salen huyendo? Más o menos. ¿La razón? Se habían encontrado con Apocalipsis 18 y para ellos, aquella Babilonia descrita con trazos tan catastróficos no representaba a nadie más que a los Estados Unidos. Y preferían ser de aquellos que, como dice el v. 10a: mirarían la destrucción «parándose lejos por el temor de su tormento».
«Y oí otra voz del cielo, que decía: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades» (18:4-5).

En ambos casos se trata de latinoamericanos; personas con una sólida formación académica, conocedores de las Escrituras y temerosos de Dios. Creyentes comprometidos. Ambos vieron a este país en peligro inminente de sufrir terribles castigos bajo la mano de Dios. Uno de ellos, el primero de los citados, superó sus temores y decidió quedarse y permitir que su familia creciera y se desarrollara aquí. (¿No fue este el dilema en el que se encontró Lot y su familia cuando los ángeles los quisieron sacar de Sodoma antes que Yahvé destruyera la ciudad? Génesis 19). Los otros, vendieron casa, autos y enseres y con lo poco o mucho que lograron reunir, se fueron a vivir a su país. Dejaron las comodidades que ofrece el primer mundo y se insertaron en las incomodidades del tercer mundo pero están felices. Cada vez es más débil el sonido de la flauta de Hamelín que intenta hacerlos retornar aquí.

Siempre me ha costado compaginar racionalmente al Dios del Antiguo Testamento con el Dios del Nuevo. Obviamente, se trata del mismo Dios aunque actuando en contextos diferentes; digo, contextos humanos diferentes porque todo tiene lugar en nuestro Planeta Tierra. En el Antiguo Testamento Dios se proyecta como un Dios guerrero y castigador implacable. Y en el Nuevo, como un Dios paciente, amoroso, perdonador, cariñoso.
«Y Acán respondió a Josué, diciendo: “… vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos, lo cual codicié y tomé; y he aquí que está escondido bajo tierra en medio de mi tienda, y el dinero debajo de ello”. Josué entonces envió mensajeros, los cuales fueron corriendo a la tienda; y he aquí estaba escondido en su tienda, y el dinero debajo de ello. Y tomándolo de en medio de la tienda, lo trajeron a Josué y a todos los hijos de Israel, y lo pusieron delante de Jehová. Entonces Josué, y todo Israel con él, tomaron a Acán hijo de Zera, el dinero, el manto, el lingote de oro, sus hijos, sus hijas, sus bueyes, sus asnos, sus ovejas, su tienda y todo cuanto tenía… Y todos los israelitas los apedrearon, y los quemaron después de apedrearlos. Y levantaron sobre él un gran montón de piedras que permanece hasta hoy. Y Jehová se volvió del ardor de su ira» (Josué 7:21-26).

Hay un tema polémico que divide a los creyentes a lo menos en dos grandes grupos. Uno, formado por los que creen que el Dios castigador y vengativo del Antiguo Testamento sigue actuando de la misma manera en la historia a partir del establecimiento de la Era de la Gracia; es decir, la del Nuevo Testamento. Y los que creen que aquel Dios castigador cambió sus procedimientos en la era actual sobre la base del sacrificio expiatorio de Cristo. Y que cualquiera calamidad o desgracia con visos de origen divino que venga sobre el hombre y sobre el Planeta no es castigo de Dios sino consecuencia de los abusos que el hombre comete contra su entorno, contra su prójimo y contra si mismo.

Al comienzo de la invasión a Irak, se usó como argumento justificatorio la convicción de que entrar en aquella nación como se entró no era otra cosa que obedecer las órdenes de Dios. Y, para muchos, esta fue una razón más que convincente para apoyar a las autoridades y orar por los muchachos-soldados estadounidenses que iban a la guerra a pelear contra los muchachos-soldados irakíes.

Hoy, el predicador David Wilkerson nos ha sorprendido con un «mensaje urgente». La versión traducida al español trae como título: «Una calamidad que sacudirá al mundo entero está pronta a suceder».

Seguramente que las reacciones ante este mensaje serán tan variadas como personas hay para opinar.

David Wilkerson no es un desconocido ni alguien a quien se le haya tenido alguna vez por loco o excéntrico en materia de fe. Su padre y su abuelo fueron predicadores. Se crió, pues, en un ambiente donde Dios tenía un lugar central. Ha sido pastor toda su vida y gran parte de su ministerio lo ha llevado a cabo en beneficio de jóvenes drogadictos, pandilleros y delincuentes; jóvenes que, sin tener un hogar mínimamente acogedor, han hecho de la calle y de las pandillas sus lugares de refugio. En 1966 se hizo internacionalmente conocido con La cruz y el puñal libro en el que relata la conversión de Nicky Cruz, un pandillero que hasta ahora ha dedicado su vida a servir a Cristo en la misma línea trazada por Wilkerson.

Protestante Digital ha venido realizando una encuesta en torno al mensaje urgente de Wilkerson. Las opiniones que se han registrado hasta el momento reflejan en forma bastante clara el criterio de que el Dios del Antiguo Testamento sigue utilizando los mismos métodos en la era del Nuevo Testamento. Así, un 7% opina que Dios no actúa mandando castigos como los que señala Wilkerson; un 2% estima que el mensaje es una exageración infundada; un 18% apoya la idea que se trata de un alarmismo más ante la crisis que vive el mundo hoy; un 42% cree que podría ser cierto; un 27% de los que opinan dicen que están seguros que lo que anuncia Wilkerson va a ocurrir; y finalmente, un 5% dice no saber qué responder.

Cuando acudimos a las urnas a emitir nuestro voto, a veces insistimos en mantener nuestra preferencia en el más hermético secreto. Que nadie sepa por quién voté. Es, me imagino, la actitud de la mayoría de los votantes. Yo no estoy en esta mayoría. A mí no me importa que los demás sepan por quién voté. Más bien me importa, porque si voto de tal o cual manera es respondiendo a mis convicciones. Y si creo en mis convicciones, quiero que los demás las conozcan. En esta encuesta, también voté. Y mi voto fue a la primera preferencia; es decir, creo que Dios no actúa de esta forma en la Era de la Gracia bajo la cual vivimos. Esto significa que tampoco creo que la invasión a Irak haya sido una orden de Dios.

Aparte de las consideraciones teológicas, tres cosas a lo menos me llaman la atención en el mensaje urgente del reverendo Wilkerson. La primera es que el fundamento bíblico expuesto se obtiene exclusivamente del Antiguo Testamento. No del Nuevo. Cuando según Lucas (9:54) Jacobo y Juan sugirieron a Jesús que les permitiera dar órdenes al cielo para que mandara una descarga de fuego y destruyera aquel pueblo de samaritanos como había ocurrido con Elias según 2 Reyes 1:10, 12 Jesús los reprendió, pareciera por el tono que usó, bastante molesto, diciéndoles: «Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; porque el Hijo del hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea». Yo pregunto a mis lectores: ¿Qué quiso decir Jesús con aquello de que «vosotros no sabéis de qué espíritu sois?» Yo tengo mi opinión. Me gustaría tener la suya.

El mensaje de Wilkerson sugiere que Dios ha perdido la paciencia antes del tiempo del fin y ya no le importa lo que era fundamental para Jesús: la salvación de las almas de los hombres.

Segundo, es que, en mi opinión, todas las profecías, buenas o malas, catastróficas o no, están contenidas en las Sagradas Escrituras. El que quiera saber lo que va a ocurrir con el mundo, con las naciones o con las personas, que lea la Biblia. Ahora bien, no todos tenemos la capacidad de descifrar muchos de los mensajes complicados que nos presenta la Escritura. ¿Qué hacemos, entonces? Acudimos a los que saben más que nosotros; es decir, a los eruditos, a los biblistas, a los teólogos, a los exegetas. Ellos nos ayudan a entender lo que de otra manera quizás no nos sea posible. Pero ninguno de estos expertos, por más que sepa interpretar los misterios de la Palabra puede abrogarse la calidad de oráculo y tomar el lugar de la Escritura.

En el Antiguo Testamento Dios se valía de profetas para, entre otras cosas, anunciar lo que habría de ocurrir. El último profeta al estilo de aquéllos fue Juan el Bautista, quien al mismo tiempo fue el primer profeta del nuevo estilo, el del Nuevo Testamento, de la Era de la Gracia. La misión del profeta hoy es dual: denunciar y anunciar. Denunciar el pecado y anunciar que en Cristo hay salvación. Nada ni nadie puede reemplazar a la Biblia.

Y tercero, anteponiendo la pregunta ¿Qué harán los justos? ¿Qué pasará con el pueblo de Dios? Wilkerson dice, textualmente, lo siguiente: «Primero, yo le daré una palabra práctica que recibí yo mismo, Si le es posible, abastézcase de suministros de alimentos y cosas esenciales que puedan durar por treinta días…» Pero al final, hay una nota donde afirma: «Yo no sé cuándo sucederán estas cosas, pero sé que no está distante…». Me dice el hermano Wilkerson que genere una estampida. Que yo, y muchos que como yo lean este mensaje y decidan seguir las instrucciones, tomemos por asalto los supermercados y compremos alimentos por un mes. Vamos a suponer que yo comienzo esta estrategia el primero de mayo y compro alimentos para todo el mes. Aparte que me he gastado una suma de dinero mucho más elevada que lo que habitualmente uso para abastecer mi despensa en tiempos normales, le estoy haciendo un favor tremendo al sistema económico actualmente en crisis. Porque estoy haciendo lo que se nos dice que no hagamos: comprar, comprar y comprar. Que fue la razón por la que el gobierno nos dio el incentivo de varios cientos de dólares el año pasado: que usáramos ese dinero para ir a las tiendas a comprar cosas. Cosas necesarias y cosas innecesarias. La idea era activar la economía en recesión. Malicioso uno. ¿No será eso lo que yace en el fondo del mensaje urgente del hermano Wilkerson? Pero bueno, digamos que voy al supermercado y que en lugar de gastar ciento sesenta dólares gasto trescientos veinte y lleno mi despensa de alimentos para un mes. ¿Qué pasa si el castigo divino no ocurre en mayo? Recuerde que el hermano Wilkerson dice que no sabe cuándo sucederán estas cosas. ¿Hago, entonces, en junio, lo mismo que hice en mayo? ¿Y en julio lo que hice en junio, y así sucesivamente? De pronto me voy a encontrar con que para dejar vacía la despensa para el mes siguiente, voy a tener que consumir todo lo que compré el mes presente. Y así, mi familia y yo estaríamos transformándonos en unos comelones y unos consumidores casi compulsivos. Engordaríamos, pondríamos en peligro nuestra salud, tendríamos que visitar a los médicos y a consumir más y más medicinas. Y todo, mientras la economía, gracias a nuestro aporte y sacrificio, va saliendo poco a poco de la recesión en la que se encuentra.

Que me perdone el hermano Wilkerson, pero creo que en este consejo no lo seguiré. No porque no quiera que la economía mundial recupere su salud sino porque no tengo los recursos económicos para transformarme en un factor determinante para que esto suceda.

En lo que sí lo puedo seguir es en aquello que describe así: «Le diré a mi alma, no hay necesidad de que corra. En el Señor he confiado». Pero esta actitud debe ser la de siempre. Y no solo teniendo sobre la cabeza la amenaza de una conflagración como la que se nos describe.
 

 


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