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¿Habrá un juicio en el más allá?

Las iglesias cristianas, más en el pasado que ahora, se han especializado en asustar a la gente con eso del juicio final. Se nos decía que todos habríamos de vernos sometidos a un escrutinio divino por lo bueno o lo malo que hicimos en la tierra. Todos, sin excepción. No se escapaba nadie. De capitán a paje, como se decía en mis tiempos de niño. Pero luego venía una noticia que al principio parecía buena pero que una vez explicada, perdía un poco su brillo. Que aquellos que partieran de este mun
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 28 DE MARZO DE 2009 23:00 h

El pasillo de los redimidos, sin embargo, no terminaba en los amplios espacios del disfrute eterno sino en otro salón, más chiquito que el anterior («No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino», Lucas 12:32) donde tendría lugar un juicio exclusivo para ellos. Es decir que, de todos modos, no se escapaba nadie.

Hoy muy poco se habla de estas cosas. ¿Aggiornamento? ¿La necesidad de preservar los diezmos y las ofrendas para lo cual no hay que espantar a los ofrendadores? ¿Es de mal gusto hablar de cosas tan desagradables? ¿O será que porque la gente se está yendo de las iglesias tocarles este tema los ahuyentaría aun más? Lo que sea, pero es evidente que la Iglesia Cristiana se ha olvidado casi por completo del asunto en tanto que la Iglesia Católica nunca le ha dado una connotación tan de tragedia. El Catolicismo se ha evitado muchos problemas mandando a todo el mundo al cielo. Los más malos, a lo mucho, tendrán que pasar una temporada en el purgatorio pero de ahí, derecho a la gloria. ¡Qué tanto alboroto con juicios y condenas! ¡Todos a la gloria y ya está! Para eso están las limosnas y los rezos, para sacar las almas de los seres queridos de esa «estación de paso» y mandárselos de una buena vez a San Pedro quien verá dónde los ubica.

La reticencia a insistir en esto ha creado un tipo de sociedad, a lo menos en el mundo occidental que, feliz de la vida, se apresura a identificarse con la idea expresada por Pablo en su primera carta a los corintios (15:32): «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos». O, como diría algún desvergonzado compatriota nuestro parafraseando al apóstol: «Lo tomao y lo bailao ¡no me lo quita nadie!»

Dos noticias que en estos días han llegado a mi conocimiento me han inducido a escribir el presente artículo: una a través de la Internet y la otra a través de un medio escrito. No lo hago de muy buen grado porque algunos de mis lectores prefieren temas más inocuos o que no creen polémica. He tratado de complacerlos; sin embargo, de vez en cuando, la cabra sigue tirando al monte. Pero, a quienes no les gusten estos tópicos siempre les queda una salida: No leerme y asunto arreglado.

Pues, volviendo a las noticias de marras, la primera da cuenta que a un ex general del ejército chileno, de nombre Manuel Contreras Sepúlveda, acaban de añadirle otra condena a la colección que ya tiene acumulada. Este general, que fue el casi omnipotente director de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), así como su jefe, el omnipotente Pinochet ya fallecido y una gran cantidad de oficiales de alta, mediana y baja graduación se dieron, a partir del 11 de septiembre de 1973, un macabro festín mandando gente a la cárcel, al exilio o a la muerte. Probablemente nunca pensaron que algún día tendrían que dar cuenta de sus acciones si no en la tierra, en el cielo. O que la conciencia no los dejaría vivir tranquilos el resto de sus días. A Contreras, que según dicen se encuentra encarcelado desde 1995 en un sitio al que nadie tiene acceso salvo aquellos a quienes los militares que controlan el presidio se lo permiten, con esta sentencia suma, de acuerdo con la nota de prensa, nada menos que 360 años de cárcel. Y como si eso no fuera suficiente, además, dos presidios perpetuos. ¿Le alcanzarán las hojas de su calendario personal para tantas penas? (Escuche, al final, a Lola Flores cantando «Pena, penita».)

El concepto de que algún día tendremos que dar ante Dios cuenta de nuestros actos, si se propalara desde nuestros púlpitos con mayor seriedad, convicción y autoridad, quizás obraría la virtud de refrenar aunque sea un poco los impulsos torcidos de aquellos que están a punto de hacerle daño al prójimo. Aquellos torturadores que cayeron como mala sombra sobre hombres, mujeres, niños y ancianos indefensos quizás, a lo menos algunos de ellos habrían podido reflexionar sobre la eventualidad de tener que responder algún día por lo que estaban a punto de llevar a cabo. Pero como no se ha hecho adecuadamente, los personajes como los que mencionamos aquí y muchos otros, como Bernard Madoff, o los altos ejecutivos de AIG que se han echado a la bolsa millones de dólares de los contribuyentes, muchos de los cuales están sin trabajo y perdiendo sus casas, sus seguros médicos y hasta con peligro de perder sus derechos previsionales a lo mejor lo habrían pensado dos veces antes de hacer lo que hicieron.

Muchos de los militares implicados en esta violación sistemática de los derechos humanos han concentrado todos sus esfuerzos en salir bien parados ante los tribunales terrenales donde frecuentemente puede más el poder de las influencias que el imperio de la justicia. Para lograrlo han echado mano de cuanto recurso, amistad o influencia han podido. (La cárcel-hotel de Punta Peuco donde se supone que “reside” Contreras es un claro ejemplo de ello.) Y a algunos no les ha ido tan mal. Han muerto sin que la justicia haya podido echarles el guante como se lo echaron a Contreras Sepúlveda. Si es verdad que habrá un juicio en el más allá será grande la sorpresa cuando se encuentren con el Juez Justo ante el cual no valdrán artimañas como «no me acuerdo», «se me olvidó», «yo no fui», «a mí me mandaron», «tenía que obedecer órdenes», «era broma cuando dije que sin mi autorización ni una hoja se movía».

La otra noticia tiene que ver con el deambular incesante de jóvenes argentinos a cuyos padres los desaparecieron hace más de treinta años y de los cuales poco a poco se va sabiendo dónde están... sus huesos. Tomando como ejemplo el caso de un joven cuyos padres fueron eliminados en la época de la represión llevada a cabo a partir de 1976 se describe un cuadro que, pese al tiempo transcurrido no pierde su connotación horripilante. Al joven le mataron a sus padres cuando tenía un año. ¿Los padres? Quizás menos de treinta; es decir, jóvenes en la flor de la vida. Fue recogido por sus tíos quienes lo criaron como si fuera un hijo legítimo ocultándole la verdad.

La historia, publicada en el Nuevo Herald de Miami bajo el título «Hijos de los desaparecidos en Argentina no hallan paz» con un epígrafe que dice: «A 33 años del golpe militar, persisten en su dolorosa búsqueda» aporta datos que intentan reproducir los hechos ocurridos hace ya tanto tiempo.

A propósito, y abundando en la idea de un párrafo de más arriba, si es verdad lo que dice la Biblia sobre juicios después de la muerte, y nosotros lo creemos, no solo tendrán que responder por estos crímenes los que los ordenaron y los que los cometieron sino también aquellos que de alguna manera los justifican o simpatizan con ellos. O con los ejecutores. O con los generales que fueron y son, en última instancia, los responsables. Si a mí el Señor me va a juzgar por algo no va a ser por haber simpatizado con ellos sino quizás porque no fui lo suficientemente agresivo para denunciarlos. (No olvidemos que hay pecados de comisión como de omisión.)

«¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! Los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho» (Isaías 5:20,22). Volviendo a la historia del periódico, todo habría quedado en el olvido a no ser que una persona, amiga de su padre, le dijo un día al joven que si estuviera vivo, su papá estaría orgulloso de él. En un ambiente como el argentino, donde ha quedado en evidencia la gran cantidad de niños a los que, con sus padres asesinados, se les asignó, con procedimientos diversos a padres sustitutos, lo dicho despertó en el joven una inmediata sospecha. Seguramente se dijo: «¡Cómo si mi padre estuviera vivo! ¿Entonces mis padres no son mis padres?» Por eso, a quienes primero confrontó fue a sus tíos. Estos, presionados por las circunstancias no pudieron seguir ocultándole la verdad. «Mis tíos», dice el joven, «nunca me hablaron de mis padres. Tampoco lo hizo mi abuela paterna. Hicieron como si nunca hubiesen existido e incluso me dijeron que habían quemado todo, las fotos, hasta los muebles». Sin embargo, en la búsqueda incesante por llegar a saber la verdad, logró dar con alguien que tenía una foto de sus padres. Allí los conoció. Una pareja de jóvenes sonrientes y llenos de vida. En sucesivos hechos que fue recogiendo, supo que su madre había dado a luz días antes que la mataran. Ahora, busca a su hermano o hermana. Hoy, ya sabe quiénes fueron sus padres, sabe que existe un hermano o una hermana a quien procura encontrar y sabe también dónde se cometieron los asesinatos. Dice: «A mi papá lo encontramos en una fosa con 144 cadáveres en el cementerio de Avellaneda y creemos que fue asesinado en la ESMA. Mi madre fue torturada y asesinada en Campo de Mayo».

Cuando se conocen y comentan hechos como estos pocas veces se logra captar el horror y el ensañamiento que caracterizó a torturado y torturador antes del aliento final del primero. Hematomas por todo el cuerpo, huesos rotos, uñas arrancadas, vaginas destrozadas, dientes extraídos a sangre fría, quemaduras en las partes más sensibles. Sin duda que hablar de estas cosas es desagradable y doloroso aunque no tanto como lo fue para quienes las sufrieron.

Cerramos con la sinpar Lola Flores cantando «Pena, penita», una canción que de alguna manera pareciera identificarse con las penas del condenado a 360 años y dos presidios perpetuos: Pena, penita

Pena, penita
Si en el firmamento poder yo tuviera,
Esta noche negra lo mismo que un pozo,
Con un cuchillito de luna lunera
Cortaría los hierros de tu calabozo.
Si yo fuera reina de la luz del día,
Del viento y del mar,
Cordeles de esclava yo me ceñiría
Por tu libertad.

¡Ah pena, penita, pena, pena,
Pena de mi corazón,
Que me corre por las venas, pena
Con la fuerza de un ciclón.
Es lo mismo que un nublado
De tiniebla y pedernal
Es un potro desbocado
Que no sabe dónde va.
Es un desierto de arena, pena,
Es mi gloria en un penal.
¡Ay, penal! ¡Ay, penal!
¡Ay pena, penita, pena!

Yo no quiero flores, dinero ni palmas,
Quiero que me dejen llorar tus pesares
Y estar a tu vera, cariño del alma,
Bebiéndome el llanto de tus soleares.
Me duelen los ojos de mirar sin verte,
Reniego de mí,
Que tienen la culpa de tu mala suerte
Mis rosas de abril.

 

 


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