Los actuales buscadores de fósiles han descubierto microbios petrificados en rocas anteriores al Cámbrico. Este hallazgo hubiera alegrado mucho a Darwin pero, desde luego, no habría solucionado el problema de las lagunas en el registro fósil. La más profunda y enorme de estas lagunas es sin duda la primera, la que existe entre estos microorganismos hallados en estratos del Precámbrico y casi todos los planes generales de diseño animal que se conocen en este planeta y que aparecen ya como una explosión de vida a principios del Cámbrico, primer período de la era Primaria según la geología actualista o evolucionista.
Para tener una ligera idea de la rapidez con que se produjo esta aparición, baste recordar que sólo habría durado un 0,2% de la historia de la vida en la Tierra. Tres mil millones de años bajo el dominio de las bacterias invisibles y de repente, en sólo diez millones de años, (un pestañeo fugaz en el tiempo de la evolución) los océanos se llenan de moluscos, gusanos, medusas, crustáceos, estrellas, esponjas, cordados y otras clases de animales que ya no viven en la actualidad. ¿Por qué tanta prisa? ¿No parece gritar este descubrimiento:
creación en vez de
evolución? Tal es el desconcertante enigma que hoy viene preocupando al evolucionismo.
Los fósiles del Cámbrico ponen de manifiesto que la pretendida transformación gradual y lenta, desde la célula al hombre, que proponía Darwin con su método de la selección natural, no puede explicar de ninguna manera el origen de los seres vivos. Los famosos árboles de la evolución que pretenden mostrar la descendencia de todos los organismos a partir de antepasados comunes y, en última instancia, de una primitiva y única especie, se han vuelto del revés para dar la razón a los últimos fósiles descubiertos.
El darwinismo dio por supuesto que una primitiva especie viva fue el tronco del árbol evolutivo que a lo largo de las eras se fue diversificando en ramas, brotes y hojas nuevas. Las especies que existen en la actualidad serían los descendientes de aquel hipotético tronco ancestral cuyos fósiles jamás han sido encontrados. Esta idea se ha venido aceptando como si se tratara de una religión científica durante más de cien años. Sin embargo hoy, después del descubrimiento de yacimientos fósiles sumamente significativos, como los del Burguess Shale en Canadá, donde aparece una veintena de especies nuevas que no pertenecen a ningún
phylum conocido, el árbol de la evolución se ha convertido en un montón de ramas sueltas sin conexión entre sí.
La principal sorpresa que ha provocado este hallazgo es que tales organismos del Cámbrico poseen una disparidad de diseños anatómicos que sobrepasan, con mucho, la gama moderna que hay en todo el mundo. De los 120 géneros estudiados, unos veinte corresponden a artrópodos únicos y además de contener los principales grupos animales que hoy existen, se han descubierto varios diseños que no encajan con ningún otro grupo animal conocido.
Esto hace que el único árbol de la evolución darwinista se transforme de repente en un sotobosque repleto de pequeños arbustos sin conexión entre sí. En lugar de un solo tronco inicial hay muchos distintos y sin relaciones evolutivas entre sí. Después de la explosión cámbrica se fueron produciendo extinciones de especies, variaciones, mutaciones, hibridaciones, etc., hasta llegar al tiempo presente. No cabe duda de que tal modelo encaja mucho mejor con la idea de una creación inicial en la que aparecen de repente muchos tipos de vida, más de los que existen en la actualidad, y a lo largo del tiempo aquella riqueza inicial fue disminuyendo y se empobreció paulatinamente.
Tres de los paleontólogos evolucionistas que más han estudiado el fenómeno de la explosión cámbrica, James Valentine, David Jablonsky y Douglas Erwin han manifestado lo siguiente: “Tanto el registro fósil como las filogenias moleculares (genealogías basadas en comparaciones de ADN) son coherentes con la idea de que todos los
phyla animales vivos en la actualidad habían aparecido ya antes del final del intervalo de 10 millones de años que constituye la explosión cámbrica.” (Valentine, Jablonsky & Edwin, 1999, Fossils, molecules and embryos: new perspectivas on the Cambrian explosion,
Development 126, pp. 851-859).
Cuando se busca en estratos del Precámbrico, anteriores a esta riqueza de formas, sólo se encuentra unos pequeños discos que se atribuyen a seres de simetría radial como las medusas (en las montañas MacKenzie, al noroeste de Canadá); ciertos rastros desconocidos (al oeste de Escocia); unos embriones enigmáticos de pocas células en la plataforma del Yangtsé, al sur de China y unas minúsculas impresiones fósiles de menos de un milímetro, llamadas fauna de Ediacara, que se hallan distribuidas por todo el mundo. Muchos paleontólogos están convencidos de que estos fósiles precámbricos no representan verdaderos precursores de la explosión Cámbrica, sino sólo tentativas fracasadas sin continuidad con dicha radiación. Sin embargo, quienes continúan defendiendo el evolucionismo, prefieren seguir creyendo que todos los animales de Cámbrico descienden de una primitiva especie que debió aparecer mucho antes y que, desde luego todavía no se ha encontrado.
Este hipotético animal ancestral, aunque siga siendo un perfecto desconocido, tiene ya un nombre, Urbilateria. Se trata de la invención de un perfecto fantasma. Nunca se ha encontrado su fósil. No se sabe de dónde salió, qué forma tenía, si existió o no, pero se le ha puesto nombre porque la teoría de la evolución necesita de su existencia. Todo menos admitir que quizá lo que ocurrió fue una creación sobrenatural de todos los tipos básicos. Algo a lo que la ciencia ya no tendría acceso. En nuestra opinión lo que el estudio de los fósiles demuestra es que la vida hizo su misteriosa aparición sobre la Tierra súbitamente, tal y como requiere un acto creador original.
En cuanto a la datación de todos estos fósiles hay que decir que las técnicas empleadas son muy poco fiables. Esto lo reconocen los propios evolucionistas: “Las comparaciones de ADN no han conseguido de momento calcular fiablemente la época en que aparecieron los primeros animales. Varios laboratorios lo han intentado, pero las fechas que han calculado discrepan de manera espantosa (nada menos que entre los 600 millones de años atrás y los 1.500 millones de años atrás). Es obvio que una metodología que produce unas estimaciones tan absurdamente discrepantes sirve de muy poca cosa en este problema concreto”. (Sampedro,
Deconstruyendo a Darwin, 2002: 84)
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