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Intrusa que se cruza en tu camino

33 canciones (capítulo 6/12)

La música es intrusiva. Lo escuché decir recientemente a un psicólogo que utiliza la música como terapia en su trabajo con drogodependientes. Y creo que tiene razón.
33RPM AUTOR e-Luthiers 21 DE MARZO DE 2009 23:00 h

Vas por la calle, un coche pasa, reconoces (o no) la música que viene de su interior, y pueden pasar cosas, desde el rechazo a la aprobación.

En la tele, ya sea la tuya o la del vecino, tratan de venderte un coche con una canción que te gustaba y ya casi no recordabas; así que primero te echas la culpa de no poder comprarte un coche con la vida de artista que has ido forjando, luego criticas a todo el mundo que tiene coche por su bajo sentido ecológico, te sientes mejor porque nunca tendrás ese vehículo que mata a muchísimas personas, te enorgulleces porque vas en bici a todas partes (olvidando, claro, que los ciclistas son víctimas potenciales en los accidentes), y finalmente te pasas el día tarareando esa estrofa de Pretenders, de Dandy Warhols, de The Rolling Stones, de Master Cylinder, hasta de Leonard Cohen.
Compras en el super y, pasado un tiempo, te preguntas por qué has ido tan rápido, estás enfadado con el mundo, y casi no has valorado los precios, ni la calidad de lo que compras, y respondes que Las supremas de Móstoles, seguidas de Los chunguitos y Jarabe de Palo a todo trapo pueden haber tenido algo que ver en la merma de tu capacidad de juicio.

Los niños no pueden crecer con seguridad si no se saben la canción de Pocoyo, Doraemon, el ninja Hatori, Caillou, o Naruto… ni yo mismo puedo separar mi infancia de las sintonías de Mazinger Z, David el Gnomo o Los Picapiedra… por cierto, una obra maestra en las cabeceras de los dibujos animados es Bob Esponja, una serie que veo a menudo y me ha convertido en mejor persona.
Vas a la escuela de arte dramático a ver la muestra que organizan los estudiantes de interpretación, nuestro futuro cultural, y puedo asegurar que en un noventa por ciento de las veces verás un monólogo de Otelo para ellos, Ofelia para ellas y la música de Braveheart o El último mohicano.

Es muy difícil sustraerse de estas experiencias que a todos nos son comunes... quizá salvo esta última, que no deseo ni a mi peor enemigo.

La música es intrusiva. Está ahí, y no dejará de estarlo, así que si te cruzas en su camino puede ocurrir cualquier cosa. Lo ideal es que puedas decidir lo que oyes, y de hecho es lo que dicen la mayoría de las emisoras musicales, que tú decides escuchar lo que te ponen… y puede ser cierto que decidas escucharles, pero seamos serios: son las canciones, y las emociones que te producen, quienes te buscan a ti. Puedes moverte en un espacio musical, siempre abarrotado, y obviamente encontrarás en él más posibilidades de hallar un sitio y rodearte de buenos amigos. Pero igual que los amigos aparecen y no los escogemos, las canciones vienen, nos invaden un tiempo, y luego desaparecen o se quedan un poco más dentro de nosotros. Puedes ser más o menos consciente de tus gustos, y de los momentos musicales que te definen, pero hay una prueba infalible de que no eres tan poderoso: coge lápiz y papel, divide el papel en varias casillas y haz una lista de tus cinco canciones favoritas. Repite cada día esta lista, una casilla por día, planteándote de verdad si éstas son tus favoritas, y sobre todo por qué lo son. Al final, en el último cuadrante, verás que la lista es diferente, aunque sólo sea en un par de canciones. Porque la música no es conocimiento. Poco importa que sepas de dónde viene Kevin Johansen para disfrutar de sus canciones; da igual que Dylan y tú tengáis décadas de diferencia en edad; puedes saber o no hasta qué punto fueron influyentes Kevin Ayers o Daniel Johnston, o la fecha en que se compuso Yesterday o cuando fue aquél memorable concierto de U2 junto al castillo de Slane. La música es una afición, un negocio, un juego, o un arte que viene de las entrañas de la tierra, o una forma de comunicación común entre las personas antes de la torre de Babel. O mil cosas más. La NASA tiene a disposición de quien quiera el sonido de la Tierra, de Saturno, del Sol, de púlsares inalcanzables…ahí hay música. Una ciudad cualquiera, tu ciudad por la que caminas y por la que te cruzas con otros seres humanos, está llena de música. Pero en su naturaleza, puede que la música no sea más que silencios y sonidos. Lo que cuenta de todo esto es que tú no eres tan fuerte como para elegir en cada momento lo que oyes o ves. Las emociones influyen en nuestra capacidad para decidir. Las emociones son
 
muchas, y no siempre eres dueño de esas emociones. Cada día se nos dice en nuestra sociedad, desde un montón de ámbitos, que somos nuestros propios dioses, que controlamos lo que comemos, lo que hacemos y lo que pensamos… pero pronto dejamos de ser dioses si nos vamos con la compañía, convicción, partido político, equipo o supermercado rival. No es que seamos indefensos e inútiles… tampoco somos los reyes del cotarro. Y somos conscientes de esto sólo hasta cierto punto.

Esta afirmación no es tan negativa como parece. No elegir al cien por cien la cultura te permite tropezarte con maravillas insospechadas. Como me ocurrió con la canción de Morcheeba, Run Honey Run, adaptación libre de la canción folk de John Martyn, donde después de reconocerse las mentiras y las promesas incumplidas, aparece uno de esos estribillos imposibles de olvidar:
So run honey run, and hide in the wind
And never stop to look inside your mind
(Corre cariño, corre y escóndete en el viento
y nunca dejes de mirar en tu mente)

Una frase que me recuerda a Romanos: “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento”, otro estribillo que no se olvida. La canción de Morcheeba dice hacia el final que
And I wish I could fly like a bat from a cave
Through the darkness of my ignorance to light
(Y desaría poder volar como murciélago en la cueva
a través de la oscuridad de mi ignorancia hacia la luz.)

Un vuelo zigzagueante de la oscuridad a la luz, sólo posible por medio de la renovación
de nuestro entendimiento, de un cambio en nuestra manera de pensar y de vivir. Una obra de teatro de Maeterlinck, llamada La intrusa, hablaba de cómo los ciegos eran los que mejor podían ver; en una de las historias de Night on Earth, una increíble película de Jim Jarmusch, una invidente da una lección a un taxista de cómo a pesar de su ceguera puede sentir la música que suena en el vehículo de un modo que él no podrá jamás; los ciegos que aparecen en el Nuevo Testamento tienen muy claro a quién tienen que acudir. La ceguera física no es un impedimento; la que nos da serios problemas es la ceguera espiritual. Por eso Fausto acaba con esa desgarrada petición de luz. En la oscuridad, no es nuestro vuelo caótico de gritos inaudibles como el del murciélago quien nos salva; es nuestra necesidad de luz.

Todos tememos a la oscuridad, aunque a veces nos causa fascinación. Como dice una canción de Pauline en la Playa, formado por Mar y Alicia Álvarez, componentes de otro mito del pop español (Undershakers), con enorme precisión, la oscuridad es una gran artista que moldea siluetas engañosas, gracias a los abrigos y a las bufandas. Es ese permanecer despierto, esa fuerza de la imaginación, el aferrarse a lo que no se conforma a este mundo, llevado en manos de un viento fresco y envolvente, quien remedia el miedo en las noches de invierno.

 
Beck es uno de mis músicos favoritos. Tiene discos muy bailables (aunque yo detesto bailar), otros en los que mezcla una gama amplísima de instrumentos y géneros musicales, otros que combinan el hip-hop con el rock y el blues; tiene las baladas más hermosas, y muchas de las canciones más raras que he oído. Es el máximo exponente en la música del “examinadlo todo, retened lo bueno”. Quizá se deba a la mezcla de herencias de su abuelo paterno (pastor presbiteriano), de su abuelo materno (el artista Al Hansen), y de su padre (músico hillbilly callejero). Y también habla de cambiar la mente, aunque en este caso se centra en un tema como el amor. Everybody´s Gotta Learn Sometimes (Todos consiguen aprender a veces) es una preciosa canción (otra adaptación libre, en este caso de The Korgis) que pertenece a la banda sonora de la película Eternal Sunshine of the Spotless Mind, de Michel Gondry (cineasta inclasificable y personal como pocos), y también aparece en un disco/estudio musical de Jon Brion, Cinematic Treatment. Allí, Beck canta una y otra vez:
Change your heart
Look around you
Change your heart
It will astound you
I need your lovin´
Like the sunshine

(Cambia tu corazón.
Mira a tu alrededor.
Cambia tu corazón.
Te asombrará.
Necesito tu amor
como al brillo del sol)

(continuará)

Artículo escrito por Daniel Jándula



- 14, Morcheeba – Run honey run
- 15, Pauline en la Playa – Cuento quitamiedos
- 16, Beck – Everybody´s gotta learn sometimes
 

 


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