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El año agradable del Señor

Circula por ahí una historia que los predicadores usan con alguna regularidad para ilustrar sus sermones. Se dice que en cierta ocasión alguien puso un aviso en el periódico de un pequeño pueblo anunciando que tal día, de tal hora a tal hora y en tal lugar, estaría regalando cien dólares a todos los que se presentaran a reclamarlos.
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 14 DE MARZO DE 2009 23:00 h

Ese día, la persona del anuncio se sentó a la puerta de su casa y se dispuso a esperar. Pasaron los minutos y nadie se acercaba aunque sí algunos circulaban con sospechosa lentitud mientras otros se paraban a una prudente distancia a observar. Era evidente el inusual comportamiento de la gente, pero el tiempo transcurría y nadie se acercaba.

Cuando faltaba un minuto para que se cumpliera el plazo, una anciana salió del grupo y a pasos lentos se dirigió hasta donde estaba el donador. Todos la seguían con mirada ansiosa. Al llegar frente a él, la anciana se inclinó en un silencioso saludo y dijo: «Vengo, señor, por el dinero del anuncio». «Bien, buena señora», le contestó el hombre, sacando un billete de un fajo que conservaba en la mano. «Aquí tiene sus cien dólares». Extendió la mano, la anciana extendió la suya, tomó los cien dólares y agradeció con una sonrisa cándida.

En ese momento, como movidos por un resorte, decenas de incrédulos echaron a correr hacia donde estaban el dinero. Pero llegaron tarde porque el plazo se había vencido justo en el momento en que la anciana guardaba su billete en un viejo bolso y echaba a caminar.

¿Apatía, incredulidad, desconfianza, temor a hacer el ridículo, abundancia de engaño, prurito de actuar sobre seguro? Lo que sea, pero actitudes como la de aquella gente que no creyó las vemos todos los días y manifestadas en las más diversas formas. Preferimos observar, desde prudente distancia, a ver qué pasa y, si no pasa nada, irnos tranquilamente; o si pasa algo, correr a involucrarnos cuando ya no hay riesgos que correr.

Hace unos meses, exactamente el 9 de diciembre de 2008 escribimos un primer artículo que podría considerarse la «salva inaugural» de una campaña destinada a ayudar a que Bolivia recobre, por fin, su salida al mar. Desde aquella fecha para acá se han producido algunas reacciones que están dentro de lo que esperábamos y que nos han animado a volver sobre el tema.

De entre lo que se esperaba, están la apatía e insensibilidad de muchos, la adhesión entusiasta de unos pocos y la oposición hasta violenta de otros.

De entre los que hipotéticamente han seguido la campaña a través de www.protestantedigital.com o www.escritorescristianos.org ha habido muy pocas respuestas. ¿Apatía, incredulidad, desconfianza, temor a hacer el ridículo, abundancia de engaño, prurito de actuar sobre seguro? Lo que sea.

En su momento, el sitio de Ricardo Estevez, www.forocristiano.com estuvo más concurrido.

Como hemos querido seguir adelante con esta campaña no obstante que en el camino han surgido algunas voces que, sin tener ninguna relación con nosotros abogan por lo mismo, hemos querido citar algunas reacciones de nuestros lectores quizás con la esperanza de animar a otros a reflexionar sobre el fondo de este intento. Y decidirse a acuerparlo.

Como dice Ricardo en una respuesta que escribe a alguien, no nos mueve sino un espíritu cristiano y bíblico que nos manda a compartir de lo mucho o de lo poco que tengamos. Juan el Bautista, interpretando con exactitud el pensamiento de su Maestro, dijo a las gentes que lo escuchaban junto al Jordán: «El que tenga dos trajes, dele uno al que no tiene ninguno; y el que tenga comida, compártala con el que no la tiene» (Lucas 3:11, DHH). Podríamos parafrasear esta cita bíblica para que quedara así: «El que tiene miles de kilómetros de costas, comparta un poco con el que no tiene y transfiérale 170 kilómetros de largo por un kilómetro de ancho y así tendrá tesoro en el cielo».

Una reacción breve pero maciza, nos dice: «Jordania tiene una salida al mar muy pequeña, pero más vale eso que nada. Avísame cuando empecéis a recoger firmas». Aún no hemos implementado una fórmula para recoger firmas pero de alguna manera iremos recogiendo nombres de quienes apoyan la iniciativa.

A propósito de Jordania, alguien escribía: «¿Qué me dices de Paraguay y de Suiza? No le lloran a nadie». La respuesta de Ricardo es clara: «Paraguay en América como Suiza en Europa siempre fueron países mediterráneos; pero a través de los ríos que desembocan en el estuario del Plata y de allí al Atlántico, el primero siempre tuvo su salida al mundo, así como el segundo con rutas y ferrocarriles que la comunican con toda Europa».

«¡Qué fácil resulta ser bondadoso con lo ajeno!» escribe alguien. «Te quieres ser (sic) famoso y casi un caudillo con algo que es imposible. JAMÁS UN GRANO DE ARENA PARA BOLIVIA.................... NUNCA!!!!»

¿La respuesta de Ricardo? «1. Así como el territorio de mi país no me pertenece, tampoco un milímetro cuadrado de ningún otro. Del Señor es la tierra y su plenitud, el mundo y los que lo habitan” Sal. 24:1 2. Llegas tarde con tu delación de ambiciosas motivaciones personales. Un Proyecto de Pacificación Personal de 1989 logró difusión en los medios de mi país y llegó a la Presidencia de la nación argentina. Otro, del 2003, alcanzó amplia difusión en prensa, radio y televisión de Paraguay y Uruguay, así como en Internet. 3. No serás más rico tú y tus paisanos negándole a Bolivia su salida al mar. 4. “Nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37). 5. Si tienes argumentos lógicos y sensatos, convendrá oírlos».

Un correo, firmado por alguien que se hace llamar Job tiene una connotación realmente conmovedora. Lo que «Job» dice lo hemos visto confirmado repetidamente mediante al alborozo que provoca en muchos de nuestros hermanos bolivianos extasiarse al contemplar, por primera vez en sus vidas, la inmensidad del Mar Pacífico. Dice «Job»:
«Nada sabría de www.escritorescristianos.org de no encontrar algo acerca de mi país referente a la pérdida terrenal de una parcela en la Viña.»

No había considerado el tema tan celosamente, ni cuando hace un año atrás mojé mis pies con el Pacífico por primera vez, mi primer ocaso, mi primer alba... ¡tanta agua junta!... y no estaba mi esposa ni mi pequeña hija para compartirla. Asi que hice planes, mi mente traspoló distancias y ajustó presupuestos. -¡Volveré! - me dije.»

Pero mientras leía los cálculos de R. Estevez precedidos por los recuerdos de la bolivianidad de E. Orellana escucho de fondo en el winamp las frases: Los 120 estaban juntos/esperando el poder/y de repente/cayó del cielo/como un estruendo fue.

«Tal rima melódica coagula la idea de que; aunque terrenal y temporal la pérdida marítima, crecen los porcentajes de la cristiandad autodenominada evangélica, que hacen permeable la conciencia de mis vecinos con el recuerdo de la premisa de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.»

Así que digo: “Adhiero a la campaña y me comprometo a recurrir a todas las instancias a mi alcance para hacer realidad el sueño de una salida al mar para Bolivia. ¿Que somos pocos para darle fuerza a la campaña? ¿Que acaso no escuchan el estruendo... escuchan?

En otra respuesta escrita por Ricardo a modo de reflexión, dice: «Los verdaderos héroes nunca fueron los que, ensangrentados, exhalaron su último suspiro en el campo de batalla, sino sus viudas y huérfanos; las madres, hermanas y novias que debieron seguir viviendo en el mayor desconsuelo, preguntándose en lo íntimo lo que no se atrevían a confesar con sus bocas: “¿Valía la pena esta guerra para que perdiéramos para siempre a nuestro amado?” La comedia humana pretende paliar el dolor con la entrega de una bandera, medallas y condecoraciones póstumas; placas y estatuas; figurar en la nomenclatura local; honores fúnebres y salvas. “¡Su muchacho ya es un héroe, señora! ¡Murió por la patria!” La resignada señora agradece mientras dice para sí: “¡Ustedes sí que hacen patria! Ojalá el héroe fuese usted y mi hijo fuera quien me diera la noticia de que usted murió en el campo de batalla por puro amor a la patria”».

Todo esto, que en el caso de la guerra Chile-Perú-Bolivia es triste historia pasada que a todos deberíamos conmovernos más allá de nuestros sinceros conceptos de Patria, puede resarcirse reconociendo que nada de lo que decimos que es nuestro lo es sino que Jesús tuvo razón cuando nos invitó a que pensáramos en la importancia de lo que dijo de él el profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor» (Lucas 4:18-19).
 

 


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