—¿Sacas la conclusión de esto, de que fuera de la Iglesia no hay salvación, sino condenación y ruina?Analistas más abiertos, como John McNeill, claramente han señalado el papel tan destacado de Calvino en el avivamiento del ecumenismo contemporáneo.(4) Pero no hay que engañarse mucho, pues sus ideas sobre la unidad del cuerpo de Cristo estaban dirigidas, primero, por un sólido concepto de la Iglesia como institución (agregó, como marca de la Iglesia verdadera, la necesidad de ejercer adecuadamente la disciplina) y de la estricta distinción entre la Iglesia “visible” y la “invisible”. En esta última, decía, se encuentra la esencia misma de la comunidad cristiana, pues está formada únicamente por aquellos/as que son reconocidos directamente por el Señor de la Iglesia.
—Ciertamente. Aquellos que desunen el cuerpo de Cristo y parten su unidad en cismas están completamente excluidos de la esperanza de la salvación mientras que permanezcan en disidencias de tal género.(3)
Calvino experimentó el apasionado y consistente compromiso con la unidad del cuerpo de Cristo en la realidad de una iglesia ya fragmentada. En medio de la división, él reconoció al único Señor de la única Iglesia, subrayando repetidamente que el cuerpo de Cristo es uno, y que no se justifica en absoluto una iglesia dividida, además de que los cismas dentro de la iglesia son un escándalo. Nuestra situación actual se caracteriza también por la separación de las iglesias y divisiones amenazantes dentro de las mismas. En particular, las iglesias reformadas siguen teniendo divisiones internas y, al mismo tiempo, un compromiso ecuménico. Las ideas de Calvino acerca de la comunidad cristiana, su voluntad de mediar en temas controversiales como la Eucaristía, y sus esfuerzos interminables por construir puentes en cada nivel de la vida eclesiástica representan todavía un enorme reto. Calvino desafía a las iglesias a entender las causas de la continua separación y, de acuerdo con las Escrituras, hacer lo posible por la unidad visible mediante el compromiso con esfuerzos ecuménicos concretos, con vistas a lograr la credibilidad del Evangelio en el mundo y la fidelidad de la vida de la iglesia y su misión.(5)Considerado por algunos teólogos como A. Ganoczy, J. Larriba o G. Balderas como el más “católico” de los reformadores,(6) resulta sumamente aleccionador considerar su participación en reuniones en Alemania, preparatorias del Concilio de Trento. Lukas Vischer las documenta como sigue:
Calvino perteneció a la segunda generación de reformadores. La separación en dos campos fue el ámbito que conoció desde el principio; las diferencias se habían acentuado desde el inicio de la Reforma. Cuando comenzó su trabajo, el tiempo se había ido en tesis, manifiestos y programas de reforma que podían ser negociados. La verdadera iglesia tenía que ponerse en evidencia. […]Es importante, también, resaltar la manera en que se enlazaron, desde su perspectiva, los temas de la unidad y la misión cristianas, como señala van Til:
Su objetivo era conducir a las personas a la Palabra de Dios. En sus años iniciales de acción, Calvino aceptó participar en conversaciones en donde se negociaban los “dos frentes”: en Frankfurt (1539), Hagenau (1540), Worms (1541) y, como delegado de la ciudad de Estrasburgo, en regensburg (1541). Aun cuando no se hacía ilusiones de alcanzar un acuerdo, la impaciencia que se advierte en sus cartas es suficiente evidencia de que aprovechó cada oportunidad para trabajar mediante la controversia en busca de la verdad.(7)
Calvino nunca fue un Reformador rígido, nacionalista o sectario; creía que debíamos acercar a todos los hombres a Dios para que todos pudieran adorarlo y servirle. Con este fin envió a dos misioneros Protestantes en 1556 a Brazil, con un grupo de colonizadores. Tampoco restringió Calvino su ministración espiritual a los Ginebrinos y a los Franceses, sino que todo el mundo era su parroquia. Cuando sus enemigos se mofaron de Calvino y le echaron la muerte de su hijo en su cara, Calvino respondió, “Hijos, los tengo por toda la tierra, miríadas de ellos.”Un aspecto riquísimo es el de las relaciones entre los diversos movimientos y comunidades fruto de las tres oleadas de reformas: Donald Durnbaugh escribió un formidable estudio acerca de los acercamientos de Calvino, incluso con líderes de grupos anabaptistas,(9) a pesar de la imagen de intolerancia que ha permeado muchos análisis de su comportamiento reformador.
Este no es sino uno de los más notables ejemplos de su espíritu ecuménico, pero hay muchas evidencias de que Calvino abominaba los cismas. Calvino también trabajaba con celo por la unidad de las iglesias Suizas y elaboró el Consensus Tigurinus (1549) con Bullinger, con el cual evitó una división en segmentos zwingliano y calvinista de la Reforma Suiza. Pero Calvino fue más allá de eso. Buscó nada menos que la unificación de todas las iglesias evangélicas del Protestantismo.
Las cartas de Calvino nos dan una rica percepción de esta celosa lucha por la unidad. Convoca a Melanchton y a Bullinger para disuadir la apasionada propaganda de Lutero en lo concerniente a la Cena del Señor, y pacientemente cargó con toda la amarga oposición que experimentó del lado de Lutero. Se regocijó como un niño al recibir un saludo de parte de Lutero y dijo, “Aún si me vilipendiase y me llamara un demonio no obstante le consideraría uno de los destacados siervos de Dios.” Calvino le escribió una carta a Lutero solicitándole una conferencia, pero Melanchton no tuvo el valor de entregarla. Después de la muerte de Lutero (1546), Calvino continuó sus esfuerzos por la unidad con Bucer y Melanchton, pero nada surgió de ello.(8)
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