Llegan noticias malas desde Tabatinga, pues hay enormes crecidas y en el puerto lo pasan mal. Sentimos un miedo justificado: anoche comenzábamos a mirar de reojo la crecida del río. Han parado los traqueteos del dominó, las risas, el cuento, el deleite en el frío nocturno, en el limo, en el encanto de la niebla semejante a hielo seco, sobre los árboles casi metálicos por su filtro. Se ha acabado el vino, la conversación, las velas (excepto dos restos) y los resultados deportivos. No hay radio, ni imaginación. Sólo contemplar los tonos más fríos de la naturaleza con la resignación del monje.
Hay lugares donde se pide al cielo que llore. Aquí somos incapaces de consolarle. Primero hemos recogido la lluvia como anécdota, pues aquí nadie recuerda otra igual. Luego hemos bromeado con que teníamos pocos botes para desplazarnos de aquí en caso necesario. Más tarde, dejábamos a la filosofía barata expandirse, y nos cuestionábamos si ésta respuesta del cielo respondía a los males del país. Por último, hemos dejado a un lado la filosofía barata, y las bromas.
Viene lluvia de Perú, y viento del oeste. Viene lluvia de Brasil, la que dicen que el café absorbe. He dejado de preocuparme por lo que pueda suceder, y por eso, vuelvo a completarme con la imagen del agua empapándolo todo, convirtiéndolo en sueño incómodo. Esa como si el mundo reivindicase que, a pesar de llamarse Tierra, es en su gran parte agua, azul sangre.
Pero, en momentos así, uno siente también que sus sentidos se agudizan, se perfilan para darnos cualidad de nenúfares. Entonces es cuando te das cuenta de las materias distintas de la lluvia, de sus voces, de su comportamiento. El cambio de cortina a torrente inquebrantable; de tormenta a susurro casi infantil; a chuzos golpeando sin piedad, desde el suelo hasta el pecho; a infinitos momentos originados en las montañas, o en la desembocadura del gran río padre. O ese fantasma de la lluvia casi imperceptible, como una sábana transparente, en la que uno a veces sueña que se desintegra, y logra ser transportado a un lugar lejano y apacible. Lo dije ya antes, el llanto personal para cada uno de nosotros. Puedes beberlo, ansiarlo, tratar de explicarlo, o no querer saber nada de él… y sin embargo, siempre estará allí. En esta noche final, atragantada, se para el llanto hacia las siete, justo a tiempo para la cena, pero para entonces yo ya he unido mi propio llanto al suyo.
Truena, y entonces la calma. Hay un atisbo de visión de aquello que vendrá tras su paso. Nuevas flores diminutas e hirientes, vallas desplazadas y con los hierros abiertos y dispuestos como colmillos, bayas de café despedazadas y esparcidas, borboteando capas de mucílago, dulce y doliente, nuevas especies de ranas venenosas y gente achicando agua de garajes improvisados, y agua embalsamada para siguientes generaciones que la despilfarrarán cuando sus mayores no se encuentren observando. O puede que sólo haya belleza, porque esta tierra ya se ha acostumbrado a los caprichos de la meteorología.
Y al fondo de todo el sueño traído por la lluvia, en realidad de no se sabe dónde, sencillamente te ves en el puro y vertiginoso centro.
Si quieres comentar o