En el resto del mundo, y teniendo como epicentro la Bolsa de Valores de Nueva York, otra erupción, esta vez de los sistemas financieros mundiales, amenazaba con ahogar a miles y millones de personas bajo el peso de pérdidas económicas difíciles de contabilizar en forma más o menos exacta. Como las impresionantes nubes de humo y ceniza del volcán Chaitén, en esta otra erupción saltaban por los aires inversionistas, altos ejecutivos de grandes corporaciones hasta ayer honorables y solventes negocios de finanzas, dejando al descubierto grandes estafas, abuso de los dineros de otros y un resquebrajamiento de la moral pública y del sistema que el gobierno se ha apresurado a tratar de reparar mediante impresionantes sumas de dinero o, a lo menos, “cubrir” las grietas con millones y billones y hasta trillones de dólares.
“Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos” (John F. Kennedy). “A los pobres los cuida la iglesia; a los ricos los cuida el gobierno” (Facundo Cabral). “El pobre carece de muchas cosas, pero el avaro carece de todo” (Séneca) “Si en lugar de invertir en la Bolsa las iglesias invirtieran en los negocios del Reino, no habría pérdidas sino solo ganancias” (Olinda Luna). Cinco millones de desempleados, más otro millón y medio recibiendo ayuda especial del gobierno para poder subsistir (“El Nuevo Herald”, Miami, viernes 27 de febrero, 2009). Miles perdiendo sus casas y sin posibilidades de recuperarlas (Vox populi). En Los Ángeles, California, padre desempleado mata a su esposa, también desempleada, y a sus cinco hijos antes de quitarse él mismo la vida. Otro hombre, obnubilado por la forma en que la crisis económica lo estaba alcanzando, mata a su esposa, a tres hijos, a su suegra y luego se mata él.
Importantes denominaciones cristianas pierden millones de dólares por haber invertido en bonos de alto riesgo. La pregunta es: ¿Por qué mejor no invertir ese dinero en misiones, inversión cuyo rédito es infinitamente superior al mejor interés que pudiera ofrecer Madoff o cualquiera otro de los grandes gurús de la economía mundial que han resultado no ser más que estafadores de cuello blanco? ¿Y cien por ciento seguros? ¡Claro que no! Porque lo que se busca son intereses altos, tangibles y embolsables al más breve plazo. Los intereses que pagan los negocios del Reino parecen corresponder al campo de lo metafísico y, por tanto, resultan demasiado inadecuados y poco seguros para la hora actual que vivimos. Y los resultados no se han hecho esperar. A las juntas de las denominaciones que fueron las que aprobaron “jugar” a la bolsa como quien juega a la ruleta rusa, ahora no les queda más remedio que refugiarse en el lamento general. “Mal de muchos... ya usted sabe”.
¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en deleites sobre la tierra, y sido disolutos; habéis engordado vuestros corazones como en día de matanza. Habéis condenado y dado muerte al justo, y él no os hace resistencia. Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta. Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor. He aquí, tenemos por bienaventurados a los que sufren. Habéis oído de la paciencia de Job, y habéis visto el fin del Señor, que el Señor es muy misericordioso y compasivo. (
Santiago 5:1-11)
En términos de nuestro mundo cristiano, aparte del dinero que se ha escurrido como agua entre los dedos, se ha venido perdiendo la confianza del ofrendante común y corriente. Al no verse adecuadamente representado por quienes manejan las cuentas bancarias, modifican sustancialmente su estilo de dar, poniendo una mayor distancia entre la firma de un cheque y la firma del siguiente. Esto ha provocado que disminuya el flujo de diezmos y ofrendas en las iglesias lo que viene a repercutir, entre otros sectores, en las misiones que rápidamente han tenido que empezar a revisar sus planes de envío de misioneros, de apoyo económico a proyectos y programas y, por supuesto, a la eliminación de puestos de trabajo. Pareciera que Wall Street tiene mucho que decir en cuanto a la función evangelizadora de la iglesia. Y que el trabajo de ésta dependiera de la solidez financiera de aquella. Si Wall Street está bien, todo lo demás estará bien no obstante que en cualquier momento pudiera surgir un Bernard Madoff o muchos bernard madoff estafando a miles que pusieron a su cuidado sus millones de dólares
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“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro alli estará también vuestro corazón” (
Mateo 6:19-21).
La crisis financiera es tema recurrente donde haya dos o tres reunidos incluso cuando esos dos o tres se reúnen en el nombre del Señor y, como es la promesa, Dios está en medio de ellos.
Dios, o la vida, como usted quiera, tiene medios insospechados para llamarnos a la reflexión. Y en estos días, ese llamado no deja de resonar en los oídos de todos. El que tiene oídos para oír, oiga. O, dicho en una forma más llana y directa:
“El que quiera oír, que oiga”.
El Sermón de la Montaña (Mateo 5-7) que es la exposición más clara de las normas y leyes que rigen la vida en el Reino se revela hoy más que nunca como el compás infalible para llevarnos seguros por los caminos más retorcidos de la vida presente.
“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”.
“Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres”.
“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
“Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”.
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?” “Cuando oren, no sean como los hipócritas, porque a ellos les encanta orar en las esquinas de las plazas... para que la gente los vea. Les aseguro que ya han obtenido toda su recompensa” (NVI)
“Ninguno puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?” “Considerad los lirios del campo... ni aún Salomón se vistió como uno de ellos”.
“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia... así que no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal”.
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”.
“No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos”. (
Mateo 5-7).
Aprendamos la lección. La avaricia no solo se da en los que manejan millones; también se da en aquellos de nosotros que a veces no tenemos sino cuatro dólares en el bolsillo y ciento veinte en la cuenta bancaria. Invirtamos lo mucho o lo poco que tenemos en los negocios del Reino. Y los resultados no se harán esperar. Confiemos en la provisión de Dios para nuestras necesidades. ¡Creámosle a Dios!
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