Estuvimos considerando que es tarea de los padres educar a sus hijos desde pequeños, aunque es cierto que algunos aspectos de la formación quedan delegados en la escuela o bien se espera que sean reforzados por la iglesia, pongamos por caso.
También apuntamos que era necesario conocer la materia en sí, su currículo detallado, para saber si estaba todo en orden. Y ahí constatamos que, en algunos temas, la enseñanza que se iba a dar casi con toda seguridad diferiría de la bíblica.
Pero aquí animaría a no ser ingenuos: con o sin asignatura, los temas espinosos, los que nos pueden suponer un escándalo, van a ser tratados de todos modos en la escuela, y no solo a nivel coloquial entre compañeros: serán trabajos monográficos de otras materias, se debatirán en los tiempos de tutoría, se pondrán sobre la mesa de manera tangencial al estudiar filosofía, historia, ciencias de la naturaleza o matemáticas. Así que propongo estar atentos a nuestros hijos y su vida fuera de casa, procurando conversar con ellos.
Los grandes bloques de la asignatura de Educación para la Ciudadanía incluyen el conocerse y valorarse a uno mismo (sí, ya sabemos que a la luz de la Palabra todo está mucho mejor fundamentado); el respeto en las relaciones interpersonales y la participación; los deberes y derechos que les quedan asignados; el estudio de las sociedades democráticas; y la concienciación de las desigualdades y conflictos que se dan en un mundo global. Lo interesante es el énfasis que se explicita respecto a fomentar la reflexión, el espíritu crítico, las opiniones argumentadas, el respeto y el diálogo.
No representan, en principio, un atentado flagrante a nuestras convicciones como padres cristianos, o no mucho más que cuando a nuestros hijos se les enseña que la teoría de la evolución -que aún no ha pasado de esa fase de teoría y que tiene serios problemas con el método científico de estudio- es un hecho demostrado. ¿Cuántos de nosotros han pensado en objetar de las asignaturas de biología o historia, por ejemplo? Más bien lo que hacemos es estar atentos, como hemos dicho más arriba, a lo que nuestros hijos están recibiendo y hablamos con ellos, les explicamos qué dice la Biblia y razonamos sus cuestiones y dudas. ¿O no hacemos eso?
Propongo que con Educación para la Ciudadanía sigamos el mismo método: analicemos los libros de texto, informémonos respecto a quién impartirá la materia. Sin embargo, cada cual conoce a su hijo. Si consideramos que el profesor que le ha tocado para la asignatura no merece nuestra confianza en cuanto al respeto que debe mostrar; si nuestro vástago es demasiado tierno aún o no está preparado para cuestionar lo que recibe; si lo que preferimos, de todos modos, es mostrar nuestra disconformidad con asignaturas de esta índole, máxime cuando tenemos derecho a que nuestros hijos reciban
religión evangélica en los centros públicos y esto resulta casi imposible en muchas de las comunidades autónomas -y sólo se hace interponiendo reclamaciones a más altas instancias-, estamos en nuestro derecho de considerar la opción de convertirnos en
objetores.
Y aquí es donde encuentro que hay una batalla muy seria que librar: la de la libertad de conciencia. La sentencia del Tribunal Supremo denegando la legitimidad de las objeciones de conciencia para la asignatura que estamos considerando supone un extremo muy delicado. Y creo que habrá que tratar un poco más esta cuestión. Porque los hijos están bajo la tutela de sus padres a menos que una resolución o sentencia se la retire por una causa muy justificada. Y en este país hay libertad de conciencia. Porque, si no es así, y por más pereza que nos dé, habrá que tomar cartas en el asunto para que, en lo que de nosotros dependa, el país que les quede a nuestros hijos e hijas sea un país digno.
Ya sabemos que nuestra ciudadanía verdadera está en los cielos. Pero sería bueno que nuestro paso por esta tierra sirviera para ser sal y luz en medio de nuestros conciudadanos.
Un apunte más. Se da el caso, en ocasiones, de que esos hijos nuestros son también hijos de Dios. Y tienen ganas de testificar de su Señor. Y el gozo de su corazón y su primer amor, así como su juventud, les dan el atrevimiento para hablar allí donde quizá nadie más lo hará. Hay que cuidar a esos valientes. Debemos pertrecharlos con toda la armadura… o con la honda y unas pocas piedras. Pero asistámosles; por ellos y por el avance del verdadero Reino. Y demos muchas gracias porque, en medio de nosotros, se levantan niños y jóvenes que aman al Señor, y pueden brillar en sus aulas. Quizá la asignatura de Educación para la Ciudadanía les ofrezca una buena ocasión de hacerlo.
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