Las dos primeras todavía podrían defenderse.
El equipo A, por el colectivo de buenos actores, un grupo de veteranos del Vietnam que reparten justicia como soldados de fortuna clandestinos. Y
McGyver, por una cierta dosis de ingenio a la hora de convertir en un arma letal un pedazo de tela, una cerilla y el palo de un mocho, en un alarde de creatividad que mezclaba las artes de la fontanería, la ingeniería nuclear y el Quimicefa más casero.
Pero
en el caso de Walker, hablamos de una serie que llegó a superar los 200 episodios en ¡nueve temporadas!, y donde los clichés más trasnochados campaban que daba gusto.
Emitida originalmente en la cadena CBS entre los años 1993 y 2001, narra historias protagonizadas por un equipo de Rangers en Texas, liderado por Cordell Walker, papel interpretado por uno de los actores más nefastos, inexpresivos y poco creíbles de la historia como es
Chuck Norris. Para que todo quedara en casa, Chuck y su hermano Aaron fueron los productores de una serie que mostraba los valores más tradicionales de los Estados Unidos, unos valores que Cordell y los suyos defendían con unas habituales exhibiciones de artes marciales para detener al típico grupo de malos muy malos, pero también patosos, muy patosos.
En muchas ocasiones, después de secuestrar a la pobre novia de Cordell, Alex Cahill (interpretada por Sheree J. Wilson), que hace las funciones de ayudante
del fiscal, pero también de princesa atada en un poste por el dragón, y a la que el caballero con botas, tejanos y gorro de cowboy corría presto a rescatar.
Reconozco estar entrando en una extraña nebulosa y posiblemente no me entenderá ni el más prestigioso psiquiatra del mundo (o sea, alguno argentino), pero, atención, paren máquinas, esto es más fuerte que el posible retorno de
Aquí hay tomate a Tele 5:
¡Walker, Texas Ranger me gusta!. Ya está, ya lo he dicho. Podría ponerme pedante y empezar a exalzar las grandezas del
Twin Peaks de David Lynch (algún día lo haré) o las maravillas costumbristas de
Arriba y abajo, pero
el atractivo de Walker pasa por todo aquello a lo que no llega: Quiere ser una serie de acción, de humor y de suspense. Sin llegar a destacar en ninguno de estos capítulos, ofrece pequeñas dosis de cada una, suficiente para crear un producto que, de malo que es, resulta entrañable y, en mi caso, se convierte en uno de aquellos llamados
guilty pleasures (o sea, aquello que nos gusta y suele ser inconfesable).
Pero
vayamos al protagonista de la historia: Chuck Norris, antes de dar el salto a la gran y la pequeña pantalla, fue un destacado deportista, campeón de karate y de kick boxing en su país, y que incluso llegó a crear un arte marcial nuevo. En su paso al cine llegó a actuar al lado de Bruce Lee, pero seamos sinceros, sus participaciones en films infumables y malas copias de las peores películas de Van Damme no le labraron, precisamente, un gran currículum, que se salva, pues, con el, repito, entrañable Walker.
La figura de Norris se asocia a la América más conservadora, la de Reagan y Bush, la de los cristianos renacidos. Y a la de actores o estrellas de la televisión que, aprovechando su popularidad, han llevado a cabo
campañas que (normalmente a partir del deporte) han intentado llegar a niños condenados a un futuro incierto en las zonas más marginales del país, donde la delincuencia y la droga forman parte del día a día. Así, gente como Mr. T (el gran, en todos los sentidos, M.A. Baraccus de
El equipo A) o Hulk Hogan (el gran abanderado de las peleas de
pressing catch que hicieron furor en los años 80 a través de un espacio televisivo) han llevado, y llevan, a cabo campañas similares.
Es fácil criticar a figuras como estas: de entrada, no representan precisamente un nivel intelectual demasiado alto, ya que centran su popularidad en su habilidad repartiendo puñetazos o patadas de precisión. Además, suelen moverse por la zona más conservadora del partido republicano, pero ¿somos conscientes cuáles son las diferencias entre demócratas y republicanos en los Estados Unidos? Trasladar esa bipolarización a nuestras izquierdas y derechas, no suele funcionar.
En resumen, seré el primero en criticar la poca calidad televisiva de Norris y hasta me sonará un poco lejano el estilo tan peculiar de acercarse a los niños. Pero al fin y al cabo, funciona, transmite unos valores, un amor a la justicia, a la vida y a Dios, unos parámetros que en este tipo de series (como en otras, con estilos muy distintos, como Doctoras de Philadelphia) se transmiten. Eso, en España nadie se atrevería a hacerlo, por lo que tenemos que seguirnos tragando verdaderas series basura de tetas y paraísos, físicas y químicas y compañía.
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