Franz Ferdinand podrían optar por la fórmula fácil, la que llena estadios al estilo de Coldplay, una banda que tendrá algunos buenos temas, pero que me siguen aburriendo en su particular cruzada de ser los nuevos U2. Franz Ferdinand, en cambio, han tomado el camino de potenciar bajos, electrificar, huir de una grandilocuencia que muchos temíamos y apostar por juegos vocales a medio camino entre la tortuosidad del Robert Smith de The Cure (“Turn it on”) y la del maestro Bowie.
De acuerdo, escupen singles pegadizos como “Ulysses” o “No you girls” (¿es eso malo?), pero huyen del pop facilón, lo cubren de oscuridad controlada, lo recrudecen a su gusto (“What she came for”), le dan un deje vacilón (“Send him away”) y se dejan influenciar por profesores tan dispares como The Jam (“Bite hard”) y, perdón puristas, Alphaville o Blur (“Live alone”), sin olvidar incursiones al legado de bandas reivindicables como Suede o Stone Roses, mientras la adictiva “Lucid dreams” aporta un toque glam.
Hay quien ha hablado de ellos como del gran fenómeno musical británico de la década, una fórmula habitual en la prensa musical de las islas, que busca eternamente el santo grial de los Beatles o los Smiths. Los álbumes
Franz Ferdinand (2004) y
You could have it so much better (2005) empezaron a abonar ese terreno, ese trono por el que han desfilado Suede, Blur, Radiohead o Pulp, una obsesión que Kapranos y los suyos se han encargado de cargarse con este tercer álbum. ¿Es por eso un disco malo? Ni muchísimo menos. De acuerdo, no es una obra maestra como
OK Computer, pero lo cierto es que llevo un par de semanas enganchado a él, ensimismado en una capacidad melódica y rítmica fuera de toda duda, degustando una fórmula que (y vuelvo a pedir perdón a los puristas) me acerca a los efluvios de pretéritos Spandau Ballet o Duran Duran con unas gotas de post-punk y aroma a Roxy Music. Que sí, de acuerdo, lo que se lleva es Coldplay, pero a mi Chris Martin y los suyos, repito, me caaaargan con una épica que encuentro forzada, mientras Franz Ferdinand me garantizan consistencia, nervio y un puñado de buenas canciones, que se añaden a temazos de sus dos primeros trabajos, como la apabullante “Take me out” (forma parte del juego de Playstation
Guitar Hero al lado de Queen, The Police o los Ramones. ¡Eso sí que es currículum!), “The dark of the Matinée”, “Michael”, “Do you want to”, “I´m your villain” o The fallen”.
La banda (que toma su nombre de un archiduque austríaco cuyo asesinato fue una de las claves para que estallara la Primera Guerra Mundial), nació hace tan sólo ocho años, pero ya ha conseguido labrarse una discografía sólida. Con
Tonight: Franz Ferdinand, nos encontramos ante una obra de indie rock perpetrada por una formación que ya sabe lo que es la miel del éxito. El disco arranca con una adictiva “Ulysses”, que ya marca el giro que Kapranos anunciaba, con unas guitarras todavía muy presentes, pero que se dejan cubrir con elegancia por la electrónica y por la propia voz del líder del grupo. Quien les etiquetara como abanderados de un supuesto art rock intelectual, despotricará de sus efluvios nocturnos, de paredes retumbando, pero que piense que los escoceses han evitado lo fácil, el rock efectista que los convertiría en reyes. De principitos rebeldes están muchísimo más monos, anda qué no.
Una de las etiquetas musicales más menospreciadas ha sido, históricamente, la de
brit pop, una especie de híbrido musical que daba cabida a cualquier banda que, especialmente en la década de los 90, bebía de las influencias de, cómo no, los Beatles y los Kinks, con algo del Manchester Sound y el pop medio glamouroso, medio electrónico que facturaran Smiths, Happy Mondays y compañía.
Blur, Oasis y, a cierta distancia, Pulp, fueron los abanderados involuntarios de un movimiento que volvió a incentivar los duelos, a menudo más mediáticos que otra cosa, entre las mismas bandas. Se les añadieron Suede (grupo a reivindicar) y los encumbrados Radiohead, autores de uno de los discos del siglo XX, para qué nos vamos a engañar.
A la hora de contar alguna de esas anécdotas a nuestros nietos, resulta que yo me encontraba un dia de mayo de 1997 en la sala Zeleste de Barcelona (actualmente Razzmatazz) el día en que Radiohead presentaban, a nivel mundial y por primera vez,
los temas que iban a formar parte de su siguiente álbum,
OK Computer. La verdad es que Thom Yorke y los suyos, con un material labrado con un secretismo absoluto, estuvieron más pendientes de reproducir fielmente los detalles del disco, que no de transmitir emoción. O sea, que me pasé el concierto hablando y sin prestar demasiada atención hacia el que después ha sido uno de mis álbumes de cabecera.
En fin. Vuelvo al brit pop: hay quién sitúa su nacimiento con el lanzamiento de los singles de Suede (la gran “The drowners”) y Blur (“Popscene”) en 1992, formaciones que pasaron página al legado apabullante de los Smiths de Morrisey, Marr y compañía (una banda que legó un gran tesoro a mediados de los 80, pero que se evaporó de repente) y a la gran promesa blanca que siempre fueron los Stone Roses, con un debut escalofriantemente bueno y que ahí se quedó. Así, mientras al otro lado del charco la revolución tomaba la forma de un rock independiente nunca superado (The Pixies, Jane´s Addiction,…), la del glam angelino (Guns´n´Roses, L.A. Guns,…) o la del grunge de Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden y todas las maravillas surgidas de la factoría Sub Pop, en las islas británicas andaban como locos buscando la fórmula para mezclar con orgullo las herencias de Beatles, Stones, The Who, Bowie y hasta Queen. Como toda buena escena, repito, más mediática que real, su llama se fue apagando, no sin antes regalar algunas formaciones que nunca llegaron a la popularidad de Oasis y Blur, pero que construyeron buenos discos, como Supergrass, The Auteurs (con uno de mis álbumes debut favoritos de la historia), Elastica o The Boo Radleys, una banda que llegó a decir que buscaba el disco pop perfecto antes de lanzar su “Wake up Boo”, un álbum que demostró (a pesar de contar con alguna buena canción) que el disco de pop perfecto ya lo habían perpetrado, en mi modesta opinión, los Beach Boys con su
Pet sounds.
En fin, todo este rollo para volver a Franz Ferdinand, unos de los abanderados de esta especie de resurrección del brit pop + post punk. Vaya hombre, ¡ya estoy tarareando de nuevo “Send him away”!
Escrito por: Jordi Torrents
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