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A la luz de la llama del aceite

Durante mucho tiempo se creyó que la parábola de las diez vírgenes no reflejaba fielmente las costumbres judías acerca de las ceremonias de boda. Ciertos comentaristas bíblicos llegaron a pensar que se trataba de una alegoría fantástica que tenía poco que ver con la realidad del pueblo hebreo. Se le objetaba la presencia de detalles sobre los cuales no existía paralelo alguno en las fuentes rabínicas, tales como, el inicio de la boda a altas horas de la noche, el recibimiento del novio con antor
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 14 DE FEBRERO DE 2009 23:00 h

Todo esto se hizo valer contra la autenticidad de la parábola (Mt 25:1-13) para afirmar que su origen habría que buscarlo en el seno de la Iglesia primitiva y no en las palabras de Jesús. Según tales hipótesis, el relato se debería, en realidad, a la comunidad cristiana del primer siglo quien lo habría elaborado con el fin de exhortar a los creyentes a estar preparados para el final y a superar la tardanza de la parusía. Finalmente Mateo lo habría atribuido al Maestro aunque, de hecho, no sería original de él.

Actualmente se puede decir, después de los últimos descubrimientos, que todas estas objeciones carecen de fundamento. Tal como demostró Joaquim Jeremias, la afirmación de que las costumbres nupciales mencionadas en la parábola de las diez vírgenes no se pueden comprobar en la literatura rabínica, no es cierta (Jeremias, Las parábolas de Jesús, Verbo Divino, Estella, Navarra, 1992: 210). Por lo tanto, es conveniente señalar que Jesús fue su verdadero creador y que supo reflejar con bastante realismo cómo eran las bodas en aquellos tiempos.

Lo primero que hay que indicar es que las costumbres hebreas en cuanto a los casamientos variaban de una región a otra. No existía un modelo uniforme que fuera válido para toda Palestina. A esto hay que añadir que después de la destrucción del templo y durante la época del dominio romano, las festividades judías se vieron limitadas y esto alteró probablemente algunas de las tradiciones nupciales. Así por ejemplo, se conoce que después de los años setenta de nuestra era fueron prohibidos los tamboriles y la corona del novio; cuarenta y siete años después, en el 117 d. C., se prohibió también que las novias llevaran corona y en el 135 se impidió que éstas fuesen transportadas en litera, es decir, en una especie de cabina con dos varas delante y dos detrás que acarreaban los parientes. Esto podría explicar el hecho de que algunos detalles de tales ceremonias hubieran pasado desapercibidos hasta tiempos recientes.

Todo el siguiente ceremonial era una práctica corriente y bien conocida en el judaísmo tardío. El día de la boda solía transcurrir entre bailes y otras distracciones hasta que llegaba la noche y se celebraba la cena nupcial. Después de ésta la novia era conducida por un séquito de teas ardientes hasta la casa del esposo. Mientras tanto él hacía su entrada nocturna en la casa paterna, bajo el resplandor de las antorchas humeantes, para solicitar a la novia. La tardanza del esposo se debía generalmente al regateo que se originaba con los regalos ofrecidos a los familiares más allegados a la novia. Este regateo constituía, en realidad, casi un ritual que convenía alargar para demostrar así al novio que la familia de su futura esposa se desprendía de ella con dificultad e indecisión. Por último, un mensajero anunciaba la llegada del esposo a su propia casa e inmediatamente las mujeres dejaban sola a la novia e iban con sus antorchas al encuentro del futuro marido que aparecía, bajo otro mar de lámparas llameantes, al frente de sus amigos.

Desde luego, es posible pensar que en ciertos momentos la Iglesia cristiana primitiva alegorizara e intentara adecuar algunos relatos de Jesús a sus propias necesidades presentes. Pero lo que resulta totalmente inaceptable es creer que se tuviera tanta fantasía como para inventarse una historia artificial de una boda que no se daba en ninguna parte de la realidad hebrea. Nuestra opinión es que la parábola es auténtica de Jesús y que está inspirada en las costumbres nupciales habituales de Palestina.

Las lámparas mencionadas en el texto no eran candiles de barro o candeleros como los que cita Jesús en Marcos 4:21: "¿Acaso se trae la luz para ponerla debajo del almud, o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero?". Tampoco eran linternas o faroles como los que llevaban los soldados y alguaciles que arrestaron al Señor (Jn 18:3). En realidad, se trataba de antorchas, de palos a los que se les ataba trapos o estopa impregnados de aceite para que la llama durase encendida bastante tiempo. De ahí que la operación de "arreglar las lámparas" -consistente en quitar los trozos de trapo carbonizados y volver a rociar con aceite- tuviera que hacerse sobre antorchas llameantes ya que la llama no se podía encender pronto si estaba apagada y el novio llegaba repentinamente.

La parábola tiene un significado original claramente escatológico dentro del contexto y del ministerio de Jesús. El Señor quiere que sus oyentes reflexionen acerca de su predicación, que se den cuenta de que el reino de Dios estaba ya presente, con todas sus serias consecuencias, en medio de ellos. Porque el reino lo traía él, era él su iniciador. A partir de ese momento los hombres iban a ser juzgados por su reacción ante el reino divino. El mundo se dividiría entre prudentes y necios, sensatos e insensatos, fieles e infieles a la venida del esposo. Era una situación de crisis y emergencia. El día de la boda había llegado, el banquete nupcial estaba preparado y todo ser humano constituía un invitado en potencia. La única condición era la suficiente provisión de aceite para la antorcha.

Aquellos que como las vírgenes necias, a partir de ahora, permitan que sus lámparas se apaguen verán cerrarse la puerta de la casa nupcial frente a ellos y oirán la voz del esposo diciéndoles que es demasiado tarde para entrar. Por tanto, es conveniente recibir con sinceridad el mensaje de Jesucristo. Abrir las puertas del alma al Evangelio. Arrepentirse por los errores pasados. Dejar de vivir dándole la espalda a Dios y permitir que su Palabra moldee completamente nuestra existencia.

El evangelista Mateo aplicó la parábola a la situación concreta de la Iglesia en su tiempo. La figura del esposo simbolizaba a Cristo. Las diez vírgenes representaban la comunidad cristiana que esperaba su segunda venida. El retraso del novio indicaba la demora de la parusía y su llegada repentina señalaba la imprevisibilidad de tal evento. El pueblo de Israel que no reconoció al Maestro como su Mesías quedaría ilustrado por las vírgenes descuidadas que se quedaron sin aceite, mientras que los gentiles que abrazaron el Evangelio serían las prudentes. El juicio final se vislumbra en el duro rechazo que se hace de las vírgenes insensatas. En realidad, esta aplicación no se aleja en absoluto del sentido original del relato como catástrofe escatológica y Segunda Venida de Jesucristo.

¿Cuál sería el significado de hacer suficiente provisión de aceite? En el contexto inmediato que sigue a la parábola de las diez vírgenes, Mateo coloca el relato de los talentos (Mt 25:14-30) y algo después ciertas recomendaciones para ayudar a los pobres y enfermos (Mt 25:31-46). Esta agrupación puede sugerir una pista. Proveerse del necesario aceite significa cumplir fielmente con la misión recibida e, incluso, ayudar a los miembros más pequeños y débiles que también son hermanos del Hijo del Hombre. Cada cristiano ha recibido dones con arreglo a su capacidad, cada creyente tiene la responsabilidad de negociar con los talentos que le han sido dados para hacer crecer el reino de Dios en la tierra. Tener suficiente aceite equivale a vivir negociando estos dones, a ser responsables con aquello que se nos ha prestado. La fraternidad, la caridad y la solidaridad hacia los menesterosos llenan constantemente de aceite nuestras vasijas y multiplican los talentos recibidos.

El mensaje de las diez vírgenes divide a los humanos en dos bandos. El equipo "I" y el equipo "P". En el primero figuran los insensatos, imprudentes, irresponsables e inconscientes. En el segundo aquellos que son prudentes, precavidos, previsores y casi siempre están preparados. Los del grupo de la vocal juegan su vida completamente despreocupados de cualquier cuestión trascendente. Viven al día. Disfrutan sólo el momento presente. Nunca aciertan a preveer el futuro porque para ellos no existe. La hipermodernidad es la época por excelencia de los jugadores del equipo "I". Es el tiempo favorable para todo tipo de competiciones y ligas insensatas. Es la era de la prisa y la velocidad, del activismo y el insomnio permanente. Hoy muchas personas no parecen dormir nunca. Pero no por eso están más despiertas. Sus vidas no revelan, ni mucho menos, una actitud de espera o de vigilancia. Son presas constantes del afán y la agitación. De ahí que resulte tan difícil despertarles de ese estado de inconsciencia. Quizá corren tanto para no dejarse encontrar. Viven existencias frenéticamente activas que ocultan, en el fondo, su falta de ganas por darse a sí mismos. Devorados por la urgencia del momento se preocupan de mil asuntos menos de la verdadera espera. Pierden el tiempo intentando ganarlo.

Los creyentes corremos también el riesgo de subsistir insomnes, pero no vigilantes. Con los ojos abiertos pero presentes en otra parte. Sin embargo, hoy es necesario aprender a descansar de tanta vorágine. De tanto movimiento absurdo alrededor del vacío. Dormir no es pecado. Todas las vírgenes de la parábola cabecearon y se durmieron. Igual las prudentes que las insensatas.

Tenemos que aprender a dormir sueños profundos que nos hagan recobrar la calma, la serenidad y la paciencia. Pues, de lo contrario, corremos el riesgo de no estar presentes en el presente. De perder por el camino el aceite de la sabiduría. Y este combustible sólo se puede encontrar en la paz y en la reflexión personal. La prudencia a que nos llama Jesucristo es equilibrio y armonía. Conciencia de las posibilidades que tenemos pero también de los límites. Fervor hacia la verdad y respeto por la tolerancia. Ser sabio, al estilo de las doncellas que entraron con el esposo, es ser humilde y a la vez audaz, realista pero con suficiente fe en la utopía. Es vivir de día en actitud vigilante y romper con las actividades de la noche, con las obras de las tinieblas y el mal.

El aceite no se pudo prestar como tampoco se puede fiar la salvación. Hay cosas que son personales e intransferibles. Que no pueden heredarse. Cada ser humano es el único protagonista de su propia historia. El único que decide la cantidad de aceite que quiere transportar en su equipaje. Nadie puede, ni debe, sustituir a otros en las decisiones fundamentales de la vida. Cada cual tiene que pensar su respuesta a Jesucristo.

Aquellos que todavía hoy deseamos jugar en el equipo de la "P" tenemos que entrenarnos viviendo como si Cristo volviera mañana. Pero también como si tuviera que regresar mucho más tarde. Esperar de esta manera es estar presentes en el presente sin perder la esperanza del mundo futuro. Es ser a la vez auténticos hombres y verdaderos cristianos. Es decir, poseer suficiente aceite.
 

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