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El fiasco de Saturday Night Live

La capacidad de inventar o de sorprender en televisión es cada vez más limitada, por lo que el reciente anuncio de Cuatro de lanzar en su parrilla una versión hispana de un espacio histórico como es Saturday Night Live (SNL), en antena en los Estados Unidos desde 1975 a través de la cadena NBC, había provocado algo de expectación. SNL, con sus defensores y sus detractores, es todo un referente.
INTERMEDIOS TV AUTOR Jordi Torrents 13 DE FEBRERO DE 2009 23:00 h

El formato tampoco es que tenga demasiado secreto: un espacio semanal, en directo (recuperando la esencia de hacer televisión sin largas sesiones de grabación, con los espectadores encima, a escasos metros) y con un grupo de actores y actrices que desarrollan sketches, repasan la actualidad de la semana (con una parodia de informativo), y cuentan en cada ocasión con un grupo de invitados que participan de los diferentes gags.

Uno de los invitados, además, se encarga de desarrollar un monólogo inicial y de conducir todo el programa. Una mezcla, pues, entre la estética de de un típico espacio de gags y la dinámica de un late night al uso (actualmente, en España tan sólo se mantiene, y con un alto nivel, Buenafuente, mientras en Estados Unidos, David Letterman, Oprah Winfrey, Jay Leno o Conan O´Brien son sólo algunos de los ejemplos más célebres).

 
La producción hispana es a cargo de Globomedia (responsable de proyectos de buena factura como el añorado El informal o Noche Hache) y cuenta con un reparto fijo de cinco actores: Eva Hache (Noche hache), Edu Soto (el Neng o el Mario Olivetti de Buenafuente), Secun de la Rosa (Aída), Yolanda Ramos (Homo zapping) y Gorka Otxoa (Vaya semanita). De entrada, cinco personajes que, en distintos programas, han demostrado tablas y capacidad cómica, pero que juntos y revueltos pierden gas, especialmente Hache y Ramos, que se diluyen un poco, mientras Soto y De la Rosa son los únicos en ofrecer unos, aunque escasos, momentos de cierto humor.

En el primer programa la estrella invitada fue Antonio Resines. De acuerdo, Resines ha ofrecido grandes papeles en el cine (La buena estrella, Carreteras secundarias o El tiempo de la felicidad), pero televisivamente le puede el estigma de su papel en Los Serrano, una serie que no es precisamente Perdidos o Dexter. Y ahí está el problema, que actuó en SNL como de si de una prolongación de la serie se tratara, con ese tono costumbrista que pretende ser gracioso pero que se queda a medio camino, incapaz de arrancar la más leve sonrisa. En ese primer programa (el jueves 5 de febrero), las participaciones de Pepe Viyuela, Fran Perea, Nuria Roca (presentando tendrá su qué, pero como actriz no ganará nunca un Goya) y Dani Martín tampoco aportaron nada, en unos gags sin ritmo, alargados hasta la saciedad y más cercanos al humor cutre de Escenas de matrimonio que al más depurado que provienen de ofertas tan dispares como el mismo Buenafuente (La Sexta), Muchachada Nuí (prometo artículo de este, mi programa favorito, en La 2) o los programas de satira política y deportiva que se emiten en la televisión catalana, TV3, como son Polònia y Crackòvia. Así, el único momento “salvable” del primer programa fue el encuentro inicial de Resines en un ascensor con los distintos actores del programa, en un gag donde las aportaciones de Secun de la Rosa (un hincha del Atleti que le recrimina a Resines lo cutre del final de Los Serrano, que con un sueño se carga 147 episodios) y de Edu Soto (un repartidor de pizzas que confunde a Resines con Tito Valverde, de El comisario) fueron las únicas notas de cierto nivel. El resto, una sucesión de gags sin pizca de gracia, especialmente el que tenía lugar en un restaurante italiano, donde Núria Roca sufría el acoso de los camareros, un gag que no tan sólo no arrancaba ni una sonrisa, sino que ¡tenías ganas que terminara!. Una parodia del grupo de rock Barón Rojo y otro de un concurso japonés, alargado como un chicle hasta el cansancio, tampoco elevaron el listón. ¿Y qué decir del informativo? Forzado e insulso, la verdad. Lo que quería, pues, convertirse en la niña de los ojos de Cuatro, empezó muy, muy flojo.

Lo peor del caso es que ni tan sólo se ha apostado por la aportación de guionistas nacionales para dar algo de chispa, ya que la mayoría de gags (hasta el monólogo inicial de Resines) eran una copia extraída de un reciente espacio en la versión americana (y encima, una copia mal hecha, ya que he visto algunos de ellos en la versión original y tienen más gracia). Las comparaciones son odiosas, lo sé, pero no es lo mismo ver a Resines intentando explicar el porqué de un sueño en el final de Los Serrano (serie que no critico al casi no haberla visto, que conste, por pura pereza) que a Mathew Fox, el Jack de Perdidos, hablando en el mismo ascensor sobre si se ha enterado que está en una isla o por qué mataron a Mr. Ecko. Para rizar el rizo, la actuación musical del día fue a cargo de El Canto del Loco, un grupo cargante, más malo que pegar a un padre y visitante habitual en todos los politonos, anuncios y programas del mundo, en una actuación que sonaba más a la típica de promoción (ya saben, nuevo disco, rueda de visitas a una docena de programas) que no a algo de calidad.

En definitiva, se puede ser gracioso, irónico, petardo o socarrón, pero el SNL español no consigue nada de esto. Pero ni que sea por eso del beneficio de la duda, decidí tragarme la segunda emisión del programa (el pasado jueves, 12 de febrero) para ver si la cosa mejoraba.

Pues no. La concatenación de gags malos continuaba. Además (como si todavía no hubiéramos superado lo de la era del destape o algún trauma infantil), la acumulación de sketches con alusiones sexuales baratas y hasta de mal gusto, asustaba. Así, una parodia de un programa infantil, en la que los actores formaban con sus camisetas la palabra puta, rayaba el nivel de un chiste de Arévalo o el de los que los niños cuentan a los siete años en el patio cuando descubren las palabras culo o teta. A continuación, un marido intentaba convencer a su esposa que si llegaba cada día a las tantas es porque sufría el llamado Síndrome del Pene Inquieto (lo dicho, otro gag de mal gusto y que no llegaba ni al nivel de Escenas de Matrimonio,un espacio que tampoco es para ir recomendándolo, pero del que al menos se sabe a lo que juega). Y ya para completar la trilogía, un gag sobre la presencia de un voyeur como testigo en una rueda de reconocimiento en una comisaría, donde hasta el gran Paco León (Aída) acababa dando grima en el papel de un pervertido que, de gracia, poca, muy poca.

En resumen, humor chabacano, gags absurdos y hasta desagradables, con un exceso de alusiones sexuales. Y no, no se trata de un mensaje puritano, pero es que ese tipo de humor se quedó anclado en la época del landismo. Hoy, esperamos algo más, mucho más, por lo que
si tienen ganas de reir, lo dicho, a zambullirse en la esfera Buenafuente, en la de Joaquín Reyes y compañía o en la de espacios de cadenas autonómicas como TV3 o Euskal Telebista.


Al otro lado del charco, el programa SNL lleva 34 años en antena y se ha consagrado como un verdadero termómetro de la actualidad política y social del país. No se trata de entrar en las, de nuevo, odiosas comparaciones, pero entre las docenas de nombres de actores que han formado parte del programa encontramos figuras como las de John Belushi (un añorado Blues Brothers, muerto hace ya 26 años, cuando sólo contaba con 33), Steve Martin (ahora, de nuevo, en la piel del inspector Clouseau en una nueva entrega de La Pantera Rosa), Andy Kaufam (personaje que Milos Forman llevaría al cine con Jim Carrey en la espléndida Man on the moon), Eddie Murphy, Mike Myers, Chevy Chase, Bill Murray (que siempre vivirá en el eterno Día de la Marmota), Billy Crystal (uno de los grandes anfitriones de las galas de los Oscar) o, para mi, dos de los mejores actores de comedia actuales, como Ben Stiller y Will Ferrell (no se pierdan Patinazo a la gloria). En tres décadas y media, lógicamente, el programa ha ofrecido buenos y malos momentos, pero siempre ha intentado ser una válvula de escape para regalar sanas parodias de las propias estrellas del celuloide, políticos o músicos que visitan, o no, el show, así como una visión sarcástica e irónica de una sociedad como la estadounidense. La versión hispana, lo dicho, no aporta nada más que cansancio y ganas de cambiar de canal (el pasado jueves lo hice a tiempo de pillar una serie fabulosa como es Mentes criminales. Sí, en Tele 5, lo siento) o de leer.

Y ya puestos a recomendar lecturas, Ni de Eva ni de Adán, de Amélie Nothomb, o mi útlimo gran redescubrimiento: El aliento del cielo, un volumen que recoge toda la narrativa corta de Carson McCullers, aunque esta parcela se las dejo a Daniel Jándula (no se pierdan El reo, próximamente en alguna librería cerca de su casa) o a Noa Alarcón, que en su columna tiene muy claro que hay que aderezar nuestras vidas con unas gotas de buena literatura y tampoco se trata de hacerle la competencia.
 

 


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