Como ciudadano de los Estados Unidos y también como creyente evangélico comparto la nota de esperanza de cambio que ha traído el triunfo de Obama. Tratando de aplicar el criterio de una ética política creo que la administración de Bush, tanto en el interior de Estados Unidos como en su política global, ha dejado por los suelos el prestigio de Estados Unidos como país democrático y respetuoso de los derechos humanos, no sólo por la corrupción sino por la ineficiencia. No es de extrañar por ello que el voto de los jóvenes y de las minorías como los afro-americanos y los hispanos estadounidenses haya apostado por la promesa de un cambio.
Tanto el juramento sobre una Biblia como las invocaciones a Dios en su discurso inaugural y la presencia de pastores evangélicos y no evangélicos en
la inauguración del Presidente Obama, muestran que todavía en los Estados Unidos el proceso de secularización y de fundamentalismo laicista no ha alcanzado los niveles de algunas naciones europeas.
Y hay que recordar que los Estados Unidos son el primer país moderno que en su Constitución separó claramente la iglesia del estado y que en sus más de doscientos treinta años de vida como nación los cristianos, incluidos los católicos, han luchado porque se respete esa separación. A diferencia de España, el papel de las iglesias en la sociedad estadounidense no supone que éstas reciban el apoyo económico del estado.
Los gestos y palabras de Obama, sin embargo, no me llevan en este momento a sostener que el nuevo presidente sea un creyente evangélico, como lo era claramente su predecesor Jimmy Carter elegido también por el Partido Demócrata. Y Obama no hizo de su militancia religiosa un tema central de su campaña, como una forma de atraer votos. Todo esto no disminuye, sin embargo, mi esperanza de que su administración tenga éxito en su propósito expreso de gobernar tomando en cuenta a los pobres, corrigiendo los excesos del mercado, respetando a las demás naciones del mundo y los derechos humanos, así como también tomando en cuenta la cuestión ecológica y cambiando el rumbo de indiferencia ante todos estos puntos, característico de la administración saliente e influyente a nivel global
El gesto de Obama de jurar sobre la misma Biblia sobre la que juró Abraham Lincoln, y que guarda la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, es un gesto de gran poder simbólico en lo político. Lincoln tuvo que ser Presidente en un momento crucial y decisivo lleno de desafíos semejantes a los que ahora aguardan al Presidente Obama. Tendrá que unir a sus sentimientos, actitudes e ideales, la eficiencia de un líder decisivo y un buen administrador. Los observadores han señalado que su campaña se ha caracterizado por la transparencia en el terreno ético pero también por la eficacia en los procedimientos, de manera que su triunfo no es sólo resultado de su juventud, su oratoria o el hecho de ser afro-americano. Es también el resultado de un saber hacer en el terreno de lo político. El equipo ministerial que ha conformado demuestra también un estilo verdaderamente democrático en la selección de sus colaboradores varios de los cuales son del Partido Republicano. Ya quisiera uno que en España fuese posible proceder de la misma manera.
La frase de Saramago “Otro mundo es posible”, utilizada también por varias personalidades y movimientos en todo el mundo, me ha recordado una palabras del gran teólogo reformado Jacques Ellul en su obra magistral Présence au monde moderne (1948) acerca de la presencia cristiana para la preservación del mundo. “Estamos como prisioneros de dos necesidades que no podemos alterar: por una parte es imposible para nosotros hacer que este mundo sea menos pecador, por otra parte es imposible para nosotros aceptar el mundo tal cual está. Si rehusamos cualquiera de estas dos realidades no estamos aceptando de veras la situación en la cual Dios nos ha colocado. El nos ha enviado al mundo, y así como nos vemos envueltos en la tensión entre el pecado y la gracia, así también estamos envueltos en la tensión entre estas dos demandas contradictorias” (1)
Habrá muchos cristianos evangélicos que como simples ciudadanos o políticos responsables colaborarán con el Presidente Obama. Ello no va a traer el cielo sobre la tierra y muchos de ellos lo saben de antemano. Pero es posible que contribuya a crear un orden menos destructor, menos cruel e indiferente frente a los pobres, menos corrupto. Con este anhelo tengo que orar, como enseña la Palabra de Dios, por el nuevo presidente de mi país adoptivo.
(1) Traduzco de la versión inglesa The presence of the Kingdom, New York: Seabury Press, 1967; p.17.
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