Urdaci, siempre con su poca credibilidad como bandera, ha intentado convencer al iluso televidente hispano que puso por delante su profesionalidad antes de conocer el sueldo que íba a percibir, una afirmación casi pornográfica en su caso. Alguien que va a cobrar, tal como ha trascendido en algún medio, unos 30.000 euros netos al mes, no puede alardear de trabajar casi por amor al arte, como si no le importaran los suculentos emolumentos que el pocero de turno va a ingresarle en su cuenta corriente.
Urdaci lideró hace unos años una de las más grandes maquinarias periodísticas del país, o sea, los servicios informativos de Televisión Española (TVE). Sí, la pública, la del Gobierno, la que, mande quien mande (da igual si el péndulo cae del lado del PP o del PSOE), siempre barre para casa de una forma más o menos escandalosa. En el caso de Urdaci, más escandalosa, para qué engañarnos.
Pero ¿alguien recuerda a Urdaci por su profesionalidad en los noticiarios de la era Aznar? Una rápida encuesta a algunos amigos y conocidos me ayuda a confirmar que
nuestro hombre ha pasado a formar parte del recuerdo catódico colectivo gracias a tres momentos culminantes. El primer momento, su patética lectura de una sentencia judicial. ¿Recuerdan? La que se ventiló a más velocidad que el presentador de Pasapalabra y con la transformación del nombre del sindicato Comisiones Obreras (CCOO) en ese patético “cé, cé, o, o” con un rostro desencajado y como queriendo decir: “Me habéis colado un gol, amigos de los obreros, pero vais a ver como las gasto, ¡chincha rabia!”. Esa
lectura (más bien un atropello verbal, un trabalenguas plagado de falta de vergüenza) fue el resultado de la primera condena por manipulación informativa de un medio público en España, después de la denuncia del sindicato al considerar que existió una manipulación de información a favor del gobierno popular antes y durante la huelga general del 20 de junio de 2002. Urdaci tuvo que leer la rectificación de las informaciones por orden judicial, aunque coló el tema una vez finalizó hasta la misma sintonía del informativo, como un niño pequeño que, escondido tras una puerta de vidrio, cree que nadie le ve. Urdaci, pues, después de haber demostrado su pericia manipuladora volvió a restregar por el barro el nombre del periodismo al leer el nombre del sindicato deletreando las siglas, una práctica que todo profesional de la información sabe que no es válida en el lenguaje televisivo. Lo peor, es que Urdaci lo sabía, claro, pero su pataleta de niño al que el vecino del parque le ha quitado el cubo y la pala ha pasado a la historia como uno de los despropósitos más grandes del circo de la televisión.
El segundo gran recuerdo de nuestro hombre pasa por su presencia en un programa de monólogos (
El show de Flo), un patético
intento de redimir una imagen autodestruída con unas actuaciones que supusieron un verdadero insulto para la inteligencia de los atónitos televidentes. Si Urdaci ya había rebajado las cotas periodísticas a su más mínima expresión, sus escarceos como presunto (siempre la presunción por delante) actor hicieron que hasta los Morancos nos parecieran la pareja más graciosa del mundo.
Y el tercer momento, esta misma semana, con el discurso de tiralevitas de oficina cutre, de vasallo que anda hacia atrás haciendo reverencias a un reyezuelo déspota, pero reyezuelo al fin y al cabo:
El Pocero. Los bolsillos de Urdaci estarán llenos a reventar, pero el simple hecho de saber que Hernando tiene los ojos (y los tochos) puestos en otros países del Tercer Mundo, como Guinea Ecuatorial, asusta. Y mucho. Con la burbuja inmobiliaria estallada en España, con miles y miles de parejas encadenadas a hipotecas imposibles para el resto de sus vidas, con más miles aún de pisos vacíos por culpa del ansia especuladora de unos empresarios sin escrúpulos y con un Euríbor envalentonado, Urdaci se dedica a alabar las virtudes de un personaje que, tiempo al tiempo, quiere trasladar ese ansia devorador a países donde, afortunadamente para ellos, no suelen ver un engendro televisivo como el de
La noria, pero que están condenados a ver como el precio del suelo aplica un factor multiplicador escalofriante.
No vale ir con la historia del origen muy humilde del empresario (no ponemos en duda el valor del esfuerzo, faltaría más) ni hacer aspavientos con las obras benéficas del personaje (que pasan por poner un jet privado al servicio de Rocío Jurado, en pleno tratamiento de su cáncer en Estados Unidos, o de la mujer conocida como la
chica de la burbuja), cuando este personaje llegó a afirmar (refiriéndose al alcade de Seseña, Manuel Ruíz, de IU): “Eres el único alcalde honrado que hay en España, eres un gilipollas”. Eso sí, a pesar de una sucesión interminable de denuncias por corrupción, Hernando ha conseguido que la tranquila población de Seseña haya pasado de 6.500 habitantes en 2003 a los 60.000 que se calcula que tendrá en 2011,
gracias a la urbanización Residencial Francisco Hernando (nadie duda del ego del personaje), con una inversión de 9.000 millones de euros y la construcción de 13.000 pisos, un proyecto que también incluía una mastodóntica construcción de un estadio, un parque (¡bautizado con el nombre de su mujer!) y hasta un lago artificial, en un entorno muy seco y con pocos recursos hídricos, lo que obliga a traerlos de otras zonas.
Otra denuncia contra el constructor, de hecho, fue por parte del Canal de Isabel II, la compañía de aguas de Madrid, por robo de agua. No entraremos en valorar el buen o mal gusto de alguien que cumple a rajatabla los delirios de grandeza de todo buen nuevo rico, con yates (siempre el más grande, claro) o una flota privada de aviones. El problema radica en la acumulación de denuncias por amenazas de muerte (por parte del alcalde de Villaviciosa de Odón, que se negó a recalificar un suelo rústico de tres millones de metros cuadrados), de intento de soborno y hasta por soltar frases lapidarias (toda una declaración de principios de un benefactor como él) como: “Es una vergüenza que en este país un empresario haya tenido que invertir en política, como todo el mundo sabe que yo he hecho, para que funcione su empresa”. Tal como dijo Bernd Schuster, “no hace falta decir nada más”.
El de Francisco Hernando es el último capítulo en la trayectoria de Urdaci, alguien que no será, precisamente, ningún referente para la mayoría de los periodistas en España. Quizá es por eso que la Casa Real española ha vetado un proyecto suyo (él niega ese veto, pero también ha admitido que tenía empezado el libro) sobre una biografía de la princesa Letizia (¡ese nombre sigue siendo tan poco principesco!) que, recordemos, compartió mesa de informativos con el mismo Urdaci allá por el 2003.
La maquinaria de la realeza se ha movido con la previsión que no tuvo en el caso de la biografía de la reina Sofía a cargo de Pilar Urbano que, a partir de un refrito de textos y de unas supuestas declaraciones oficiales de la reina, ha engordado sus arcas particulares por aquello de las importantes ventas que siempre generan una buena polémica. ¿A costa de echar más lodo sobre la maltrecha profesión periodísta? ¿A costa de la ética? Minucias, detalles sin importancia.
“Procuramos que todo parezca limpio, no solamente ante Dios, sino también ante los hombres” 2 Corintios 8:21
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