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Una salida al mar para Bolivia

¡Quién iba a decir que después de cuarenticuatro años rebrotaría aquella semilla que sembró en mi espíritu el pueblo boliviano cuando estuve allí como alumno del Cursillo Internacional de Periodismo Evangélico convocado por LEAL, Literatura Evangélica para América Latina! Sin embargo, si un grano de trigo encontrado en una de las tumbas faraónicas, puesto allí cinco mil años antes pudo conservar la vida y germinar, ¿por qué no podría hacerlo un grano de solidaridad hispanoamericana?
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 17 DE ENERO DE 2009 23:00 h

Es interesante, pero la culpa de todo la tiene el general peruano Edwin Donayre con su famosa frasecita sobre los chilenos que entran al Perú en avión y salen en un cajón.
«No hay mal que para bien no venga» dice la sabiduría popular.

Bolivia es una nación noble. Sufrida pero resistente y luchadora. Perdió su mar, pero nunca ha arriado la bandera con la que ha intentado reconquistarlo. En su estructura geopolítica mantiene la llama viva con sus almirantes, su Ministerio ad hoc y sus ministros, sus edecanes y sus esperanzas. A algunos de los vecinos esto les causa risa; sin embargo, en lugar de risa debería causarnos admiración. Que una nación que no tiene mar porque lo perdió en una guerra tonta como todas las guerras conserve la mística marítima implica una actitud férrea e inquebrantable de volverlo a tener.

Recuperarlo porque lo necesita y porque Dios se lo dio aunque se lo haya quitado su hermano, el hombre.

Cuando estuve en Bolivia, alterné durante más de un mes con el pueblo boliviano. A poco de llegar a La Paz me di cuenta que estaba entre amigos (lo mismo que me ocurrió en Perú). Luego, en Cochabamba esta impresión no solo se confirmó sino que rebalsó mi mente y mi espíritu. Porque el boliviano no solo es afectuoso y sabe dar de lo mucho o de lo poco que tiene, sino que lo hace sin esperar retribución a cambio. De Cochabamba me fui a Oruro y me metí a las minas de estaño para encontrarme con el mismo espíritu fraterno de mis hermanos bolivianos convertidos allí en polvorientos y fornidos buscadores de la riqueza del subsuelo. Al regresar a La Paz para de ahí iniciar mi retorno a Chile, me topé con una guerra civil que en menos de cuatro horas significó un cambio de gobierno. Salía un presidente civil, Víctor Paz Estenssoro y entraba un militar, el general René Barrientos Ortuño. Participé en la guerra civil; claro, como corresponsal en viaje. Como tal estuve a punto de dejar mis jóvenes huesos en suelo paceño cuando por fisgón (al fin y al cabo una de las características del periodista es ser, precisamente, eso, un fisgón) me fui a meter a la plazoleta frente al Palacio Quemado donde de pronto se desató una balacera que nos hizo huir a la desbandada a los miles de fisgones que nos encontrábamos allí mientas las balas pasaban silbando junto a nosotros... o, a lo menos, junto a mí. Apenas logré meterme con una multitud de otros asustados en un gran depósito de basura a menos de media cuadra del palacio. Allí, entre desperdicios y malos olores, esperamos hasta que el silencio exterior nos indicó que podíamos salir sin peligro de que nos agujerearan la piel.

Tengo un gran cariño por el pueblo boliviano. Y aunque nunca he vuelto por allá, ese aprecio se ha mantenido a lo largo del tiempo. Al principio, me declaré embajador voluntario y de oficio para luchar por la causa de este país hermano. Hice poco o nada pero la calidad de embajador boliviano me la dejé (al fin y al cabo me la había concedido yo y el único que me podía despojar de ella era yo mismo). Pero he aquí que de pronto aparece un general peruano diciendo algunas cosas extrañas referente a los chilenos que me impulsaron a escribir un artículo (ver “Chileno que entra al Perú” en Protestante Digital del 16 de diciembre de 2008). Dos de mis lectores reaccionaron hasta ahora. Uno, mi amigo y hermano peruano Alejandro Pimentel quien, en breve nota expresó su identificación con el artículo; y el otro, mi también amigo y hermano uruguayo Ricardo Estevez, con quien cultivo una linda amistad aunque aún no nos conocemos personalmente. Ricardo fue un buen poco más allá, sorprendiéndome con un artículo minuciosamente documentado que me pareció no solo magistral sino que tuvo la virtud de removerme las amebas intelectuales y recordarme mi condición de luchador en pro de la recuperación del mar por la nación boliviana.

A continuación reproduzco íntegramente la exposición de Ricardo, pero antes quiero decir que con este artículo mío, más el de mi hermano uruguayo, me propongo lanzar una cruzada internacional a favor del pueblo boliviano. Esta campaña podrá hacer un impacto en los gobiernos del mundo y llegar a buen puerto en la medida que otros tan convencidos como nosotros de la validez del intento se integren y usen los medios a su alcance para propagar la idea. Escriban a www.protestantedigital.com, a www.escritorescristianos.org, a [email protected] y/o a Ricardo Estevez, [email protected], pero sobre todo, escriban o envíen este artículo a embajadas, políticos, a organizaciones cívicas, acudan a los medios de comunicación, difundan la idea convocando a charlas, mesas redondas, conversatorios. Lancemos todos un grito unisono cuya resonancia conmueva los cimientos de la voluntad política de nuestras autoridades para que se den estos pasos de justicia que habrán de beneficiar a todos, no solamente a Bolivia.

Chile-Perú-Bolivia
Hermanos de ayer, de hoy y de siempre
Ricardo Estévez

Cuando observo el mapa con esa frontera chilena-peruana conocida como Concordia, me imagino al Perú cediendo una franja de su frontera de un kilómetro de ancho al sur de la población de Santa Rosa, y a Chile cediendo otro kilómetro al norte del Aeródromo Chacalluta hasta la triple frontera donde coinciden el departamento peruano de Tacna con el boliviano de La Paz y la Primera Región chilena de Tarapacá. Eso bastaría para sacar a Bolivia de su mediterraneidad.

Según una medición que he hecho, habría una distancia aproximada a los 170 kilómetros desde la costa del Pacífico hasta la confluencia de la triple frontera. Así que 170 kilómetros cuadrados tendría que ceder Perú a Bolivia y otro tanto Chile, con lo que Bolivia apenas incrementaría su territorialidad en 340 kilómetros cuadrados lo que no es nada comparado con los 158.000 kilómetros cuadrados del litoral marítimo perdidos en la Guerra del Pacífico.

Esa faja de apenas dos kilómetros de ancho alcanzaría para el tendido de una vía férrea para cargas y otra paralela para trenes rápidos de pasajeros. También para una autopista, con la opción de otra paralela para el transporte pesado sobre camiones. Si esta doble red vial (férrea y carretera) se extendiera luego hacia el otro país mediterráneo sudamericano (Paraguay), desde la frontera boliviana-paraguaya por General Eugenio A. Garay, pasando por Mariscal Estigarribia, Filadelfia y Pozo Colorado hasta Villa Hayes cercana al Río Paraguay, tendríamos no sólo un tráfico rápido y económico de la producción del occidente paraguayo, sino de buena parte de la boliviana, del sur peruano y norte chileno hasta el Pacífico, para acceder a los importantes mercados asiáticos.

Lo mismo en cuanto al turismo desde aquellos países. El costo de tal obra conseguiría fácil financiación internacional por el amplio rédito que daría tal tráfico de mercancías y tránsito de pasajeros. Sobre el Pacífico, los dos kilómetros apenas de la faja costera que tendría Bolivia, bastarían para una Zona Franca, con tres puertos: comercial, turístico y pesquero, que se extendería hacia el interior con la infraestructura necesaria (hotelería, etc.).

Por supuesto, esta sería una zona desmilitarizada, custodiada por la policía boliviana y la prefectura marítima hasta las millas que correspondan mar adentro.

Con algo como esto, Chile y Perú nada tienen para perder y todo para ganar.

Cuando Alemania y Vietnam se han reunificado (y probablemente Corea también lo haga en breve), es todo un anacronismo mantener a Bolivia en su situación mediterránea. No puede condenarse a todo un pueblo por la mala decisión de un hombre que en aquel entonces ostentaba el poder. Los nueve millones de bolivianos contemporáneos nuestros no tienen por qué seguir pagando por algo ocurrido hace 130 años y que es, a todas luces, una mancha fea en el expediente de hermandad de nuestros países hispanoamericanos.
Cediendo lo mínimo, chilenos y peruanos podrán recorrer las avenidas de la Historia con sus frentes altas más que nunca antes.

El desarrollo comercial, industrial y turístico recompensará con creces la cesión del corredor marítimo sugerido aquí.

Estevez finaliza su artículo con una nota personal en la que dice:
«¿Será que me habrás contagiado tu adicción a la ficción? Hasta bulle ahora en mi mente la idea de visitar embajadas en mi país. Lamento que hoy esté tan poco espiritual; pero aunque soy apolítico, creo que los cristianos también podemos hacer nuestro modesto aporte a la paz y prosperidad de los pueblos.
Recibe mi fraterno abrazo dosmilnono.
Ricardo».

Queda lanzada la campaña. Ricardo y yo seguiremos difundiendo la idea. Pero necesitamos la adhesión de quienes compartan con nosotros este sueño. Un mensaje a quienes creen en el poder de Dios y que quizás estén intuyendo que este es el año del Señor para Bolivia: respaldemos cualquiera acción que emprendamos con una oración ferviente y constante. «Pedid, y se os dará», «No tenéis porque no pedís», «Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Mateo 7:7; Santiago 4:2; Lucas 11:10.

«Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén» (Efesios 3:20, énfasis nuestro).

Nota: Escríbanme diciendo: «Adhiero a la campaña y me comprometo a recurrir a todas las instancias a mi alcance para hacer realidad el sueño de una salida al mar para bolivia.»
 

 


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