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Chileno que entra al Perú

Un revuelillo, pero nada más que eso, provocaron hace unos días ciertas palabras dichas por un alto militar peruano refiriéndose a sus vecinos del sur. En una fiesta de amigos, tragos incluidos, dijo que chileno que entrara al Perú no saldría. Y si salía, lo haría dentro de un cajón. Y que si se agotaba la existencia de cajones, se echaría mano a bolsas plásticas. ¡Hay cada cosa!
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 13 DE DICIEMBRE DE 2008 23:00 h

Tales palabras provocaron algunas reacciones a nivel de gobiernos y a nivel de la Internet. Pero las aguas ya se calmaron y los chilenos que deseen ir de buena fe de visita al vecino país seguirán entrando y saliendo por sus propios medios sin que alguien intente hacer efectivas las palabras del general.

Hace un año, precisamente, nuestra Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC, estuvo en el Perú celebrando un seminario para escritores. Entre los que fuimos de afuera hubo varios chilenos. Dos de ellos, junto con la profesora y autora catalana Febe Jordà participaron en una entrevista para la televisión. El anfitrión, un distinguido hombre público peruano y cristiano de convicciones profundas, quiso asegurarse de la procedencia de cada uno de los invitados que tenía a su lado. Los chilenos se identificaron como tales, aunque siguiendo caminos diferentes. Uno de ellos reconoció su calidad de tal casi como un accidente, diciendo que más que nada se consideraba un ciudadano universal. El otro, simplemente dijo que era chileno y punto.

Al terminar la entrevista, y cuando ya abandonaban el edificio de la televisora, el primero le dijo a su compañero que había que ser cauteloso sobre nuestra nacionalidad. «No olvidemos que estamos en el Perú» le dijo. Efectivamente. Estuvimos en el Perú y disfrutamos del cariño y la hospitalidad de hermanos, amigos e incluso personas a las que jamás habíamos visto, sin que el más mínimo incidente haya enturbiado la buena relación que existe.

Ni una palabra, ni un gesto, ni menos un intento de agresión. Entramos y salimos sin un rasguño, con la misma tranquilidad que cuando lo hacemos en cualquier otro país, incluyendo el nuestro.

Para entender un poco mejor las declaraciones de aquel alto militar peruano, tendríamos que remontarnos al siglo XIX cuando en la región limítrofe de tres países: norte de Chile, sur del Perú y oeste de Bolivia florecían dos industrias de un tremendo potencial económico: las guaneras y las salitreras. Estas últimas, precisamente, llevaron hasta la región capitales extranjeros que terminaron siendo, a la larga, factores importantes para que, en cierta instancia histórica, se declarara la tristemente recordada Guerra del Pacífico. Especialmente en Chile, los grandes capitales pusieron el detonante para que estallara la guerra, y los tres países pusieron los muertos.

Como casi siempre ocurre. Hubo combates terrestres y marítimos. Surgieron héroes en todos los bandos (siempre tenemos que estar fabricando héroes; si no aparecen espontáneamente, alguien los inventa. ¡Vaya necesidad de nuestros pueblos! ¡Pareciera que sin héroes no podemos vivir! ¡Son necesarios para mantener vivo un sentido de patriotismo que no se justifica en los tiempos que vivimos). Con el correr del tiempo, aquellas dos industrias desaparecieron, tragadas por la tecnología y ciertos inventos que les resultaron letales. Inversores y capitales se fueron con su música y sus libras esterlinas a otra parte y allí, en el norte de Chile, sur de Perú y oeste de Bolivia quedó yaciendo sobre las arenas candentes del desierto un fantasma que no termina de morir: el fantasma de los resquemores, las porfías y ciertos odios que más que nada se expresan a través de nuestros gobiernos donde la diplomacia, tan cautelosa para otros asuntos, en este pierde los estribos y en más de una oportunidad da origen a una guerra dialéctica, exacerbando los ánimos de personas que lo único que desean es vivir en paz dentro y fuera de las fronteras.

Alguna vez estuve de visita en Bolivia. Permanecí allí más de un mes alternando con numerosos ciudadanos de aquel país hermano. Cuando volví a mi tierra, lo hice tan impresionado de la calidad humana de mis hospedadores que me declaré, motu proprio, embajador oficioso de Bolivia. Hasta donde pude, hice y he hecho ver la necesidad de una salida al mar de nuestros hermanos bolivianos. Era lo menos que podía hacer por un pueblo noble, maduro, esforzado e inteligente que me había acogido con un cariño auténtico y que había creado el ambiente para que disfrutara a mis anchas de una hospitalidad casi perfecta. (Si hubo algo de imperfección, es muy posible que haya sido un aporte del visitante.) La gente de Bolivia, como la del Perú y también la chilena, es gente noble. Los lazos de hermandad son más fuertes que los lazos de odio que, como brotes aislados, surgen de tarde en tarde aquí y allá.

Pero hay intereses, generalmente emparentados con el dinero y el poder que este otorga, interesados en hacer que los pueblos se odien, se peleen, se maten; mantengan ejércitos innecesarios a un costo exorbitante, adquieran armamentos que terminan por oxidarse y convertidos en chatarra que hay que vender como fierro viejo. Los gobiernos, dizque para defender la soberanía, acogen cualquiera excusa, razón o sinrazón para transformarla en un incidente de proporciones justas a sus intereses circunstanciales.
Chile, con Perú y Bolivia. Chile con Argentina. Ecuador con Colombia, Perú con Ecuador, Venezuela con Colombia y con el resto del mundo, Costa Rica con Nicaragua, El Salvador con Honduras, Nicaragua con Colombia. Así como inventamos y alimentamos héroes, también inventamos y alimentamos conflictos fronterizos y de intereses generalmente económicos o geopolíticos. Y cuando estos intereses no se pueden o no se quieren arreglar por la vía del diálogo, se acude a los jóvenes de nuestros países, se los viste con vistosos uniformes con botoncitos dorados, los mismos que tienen que quitarse para ponerse los no tan vistosos de fatiga y se los manda a matar y a morir en una guerra que, en la mayoría de los casos, les es absolutamente ajena. Muchos de estos valerosos soldados ni siquieran logran saber por qué están allí.

Este 8 de diciembre, las presidentas de Argentina y de Chile se reunieron en un punto de la frontera austral para recordar los hechos de 1978, cuando los ejércitos de ambos países estuvieron a punto de irse a las manos. Se agradeció la mediación papal. Y si bien esta mediación es un hecho histórico que no se puede soslayar, debió de haberse dado gracias a Dios porque se evitó la muerte de miles de jóvenes soldados que de otro modo, se habrían matado, amigos convertidos en enemigos, por la porfía y el empecinamiento de quienes están llamados a evitar los conflictos de este y cualquier otro tipo.

Pareciera haber intereses que se empeñan en hacer retroceder el sueño de la patria grande de Bolivar cada vez que aquel intenta dar un paso adelante. No es bueno que los latinoamericanos nos sintamos todos hermanos, ciudadanos de una patria única, grande y sin fronteras, Divide y vencerás dice el dicho popular.

Mientras Jesús, expresando su más caro anhelo de unidad entre los hombres, decía: «Pero no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que me diste, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en unidad» (Juan 17:20-23).

El ex presidente chileno, Arturo Alessandri Palma hizo suyo el refrán que ya circulaba por el mundo cuando él lo tomó y lo pronunció en una instancia de su quehacer político: «El odio nada engendra, solo el amor es fecundo».

En este tiempo pre navideño amémonos, hermanos latinoamericanos, como ciudadanos de una misma gran nación, depongamos actitudes hostiles los unos hacia los otros y hagamos oídos sordos a llamados como el que mencionamos al comienzo de este artículo. De nuevo, «el odio nada engendra, solo el amor es fecundo».
 

 


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