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Ya todos lo sabían

El miércoles 5 mi nietita Carolina Paz, de 11 años y que vive en el Cantón Juan Vásquez de Coronado, en el Este de San José, Costa Rica, llegó a casa triste. Le dijo a su padre: «Vengo triste, papá». «¿Por qué, hija?» «Porque todos a los que les quise dar la noticia que había ganado Obama, ya lo sabían».
EL ESCRIBIDOR AUTOR Eugenio Orellana 15 DE NOVIEMBRE DE 2008 23:00 h

Cuando hace como un mes le pregunté a mi amigo Tulio Suárez, de Indianápolis, Indiana, su opinión sobre el resultado de las elecciones, me dijo: «En el voto secreto que el estadounidense emita en las urnas el 4 de noviembre se sabrá si sigue siendo racista o ha dejado de serlo». Por los resultados, pareciera que ha dejado de serlo. A lo menos lo suficiente como para no darle el voto a un blanco solo por el color de la piel.

Los resultados de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos los seguí desde Costa Rica donde me encontraba por esos días. Si vamos a tomar a este país centroamericano como modelo de las reacciones que produjo en el mundo la elección de Barack Obama tendremos que coincidir en que hubo un aplauso mundial y por todo el orbe se escuchó un gran suspiro de alivio.

Comenzando por los Estados Unidos.

Nunca se había visto nada igual. Por lo menos hasta donde llegan mis propios recuerdos. Cuando en 1960 el ciudadano estadounidense eligió a John F. Kennedy yo vivía en Chile y más impacto me produjo la noticia de su asesinato que la de su elección.

El caso de Obama no solo ha sido clamoroso sino que ha dejado demostradas una serie de situaciones que, desde mi óptica, son importantes en el momento en que vivimos.

Primera cosa. Como que se ha resquebrajado el odio que el mundo parecía tener hacia los Estados Unidos. Si a usted, querido lector, le parece que hablar de odio es un poco exagerado, hablemos entonces de indisposición. Indisposición hacia todo lo que fuera y proviniera de este país. Este sentimiento anti estadounidense se había venido agravando con el paso del tiempo, especialmente en los últimos ocho años. Con la elección de Obama pareciera que no solo se ha aprobado universalmente la decisión del votante el 4 de noviembre, sino que nace un nuevo espíritu en el ánimo de las gentes.

Segundo, aquellos que «se alegraban» con la caída en picada de la economía estadounidense y que sin detenerse mucho a pensar que en esta caída estábamos cayendo todos, ahora pareciera que ponen todas sus esperanzas en que con el nuevo gobernante, la nave económica mundial se logrará estabilizar. Y tanto es así que han empezado a formularse ruegos a Dios para que la debacle económica que parecía partir de Wall Street se corrija ahora con el nuevo golpe de timón que le dará Obama a la política nacional e internacional que parte de la Casa Blanca.

Tercero, que la Historia le está dando una nueva oportunidad a los Estados Unidos para que, respecto de las demás naciones del mundo asuma un papel colaborador, conciliador y de paz en lugar de uno de agresividad e intentos de dominio global. Que viva realmente el Evangelio al cual pretende adscribirse y se deje guiar por el Dios de paz, de amor, de tolerancia, de humildad del que vino a sernos ejemplo Jesucristo y no del Dios guerrero, intolerante y avasallador del Antiguo Testamento que pareció haber inspirado sus últimas acciones.

Los Estados Unidos tienen todos los medios y recursos para hacer del mundo un lugar mejor para vivir. Inconscientemente, pareciera que la gente que se siente tranquilizada por la elección de Barack Obama espera que esto empiece a ocurrir a partir del 20 de enero del año próximo. Lo que, obviamente, está por verse.

Cuando hace unas semanas comentaba con el director de P+D, el Dr. Pedro Tarquis la forma en que se estaba desarrollando la campaña política, estábamos de acuerdo en que el combate cuerdo e inteligente sobre la base de ideas de ambos candidatos y sus partidarios había dado lugar a una serie interminable de agresiones verbales, de difusión de mentiras, exageraciones y calumnias sin el más mínimo fundamento y recato.

Del candidato electo se dijo que era terrorista y amigo de terroristas, que era musulmán y, por ende, anticristiano; que la coincidencia en cuanto a su segundo nombre, Hussein, no era mera casualidad sino que era una advertencia divina para que no fuera elegido. Se difundieron correos electrónicos insultantes y evidentemente calumniosos. Y muchos de ellos fueron reenviados por cristianos que se dejaron atrapar, casi con complacencia diría yo, por las estratagemas de quienes manejan los hilos políticos que, dicho sea de paso, no se rigen precisamente por los preceptos cristianos que son los que norman la conducta de los creyentes. Estos, los que participaron en el desprestrigio del candidato Obama, tendrían que aprender que por sobre las pasiones temporales y partidarias está el testimonio que debemos dar en toda circunstancia. Y pedir perdón, si no a la persona ofendida, a Dios a quien, por último, terminanos también ofendiendo.

Mucho se ha dicho que lo que produjo un triunfo tan resonante fue el excelente trabajo que hizo el equipo de Obama; que fue decisiva la gran cantidad de dinero que recaudó, que el buen uso que hizo de la Internet, que su carisma, su juventud y su coherencia al exponer ideas y conceptos. Todo eso pudiera tener sentido; sin embargo, en lo que a mi propia percepción respecta, el telón de fondo de todo esto lo puso el propio actual presidente, al haber implementado una política de gobierno tanto al interior del país como internacionalmente que creó las condiciones para que el señor Obama triunfara en la forma en que lo hizo. Bajo esta perspectiva, podría decirse que más que ganar el candidato demócrata, el resultado se debió al tremendo lastre con el que tenía que tratar de avanzar el candidato republicano.

Y si vamos a hablar de racismo o ausencia de él, tendríamos que concluir que la abrumadora votación que recibió Obama se debió más que nada al agotamiento psicológico, económico y hasta espiritual del ciudadano estadounidense; es decir, por sobre la actitud racista estuvo la situación desastrosa de la economía, que golpeaba y sigue golpeando los bolsillos de millones y millones. Si estamos bien enfocados en este concepto, tendríamos entonces que no fue Obama el que ganó sino que fue McCain el que perdió. Por lo menos es como yo lo veo. Desde esta perspectiva, parece imposible que un pueblo inteligente y medianamente maduro políticamente diera su aprobación en las urnas a un estilo de gobierno que con tal apoyo amenazaba con prolongarse cuatro años más.

Comentando el discurso de aceptación del triunfo que el candidato demócrata pronunció en Chicago ante una multitud entusiasta y conmovida y que, además, siguieron otros tantos millones por la televisión, mi esposa me decía que veía en el rostro de Obama no una alegría plena sino un atisbo de tristeza, de pena. De preocupación, diría yo. Porque lo que le espera no es fácil. Sin embargo, tiene el precedente dejado por Bill Clinton quien asumió también el poder con un estado de la economía casi en coma y la levantó hasta entregarla completamente saneada.

En el Gimnasio A de la Universidad de Concepción había una máxima desplegada a grandes caracteres que decía: «Gana sin orgullo, pierde sin rencor». Este pensamiento es perfectamente aplicable a la ocasión que comentamos. Debe deponerse cualquiera actitud de orgullo, pero también todo rencor. Barack Obama será, a partir del 20 de enero de 2009, si Dios lo permite, el nuevo Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

Él ha sido y es absolutamente respetuoso de las autoridades que siguen hoy en el poder. Así lo dejó establecido en la primera conferencia de prensa que ofreció, precisamente, hoy. El señor George W. Bush sigue siendo el presidente y corresponde a él seguir gobernando hasta el día en que el mando sea pasado al nuevo equipo.

Seamos nosotros también, tan respetuosos como lo ha demostrado ser él.
 

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