En los siglos XVI, XVII y XVIII hubo presencia aislada de protestantes en América Latina, pero esa presencia no pudo consolidarse en un movimiento religioso alternativo, frente a la hegemonía del catolicismo, por la simbiosis Estado-Iglesia (católica) que cerró cualquier posibilidad a la implantación protestante. De tal manera que
en las centurias citadas existieron protestantes en el Nuevo Mundo, pero no hubo protestantismo.
Dijimos que la fe protestante está cerca de cumplir dos centurias en nuestras tierras. Más precisamente es necesario escribir que si datamos los esfuerzos de colportores bíblicos -notoriamente la epopeya de James Thomson (1788-1854)- como los primeros intentos bien organizados para propagar en Latinoamérica la lectura de la Biblia y las enseñanzas centrales del protestantismo (sola fe, sola gracia, sólo Cristo y sola Biblia); entonces podemos afirmar que
es en 1818, con la llegada de Thomson a Buenos Aires, Argentina, cuando inicia el transitar del protestantismo en América Latina.
Es necesario hacer una precisión acerca de la modalidad protestante que fue desarrollándose en nuestro Continente. Al respecto es importante la observación realizada por Pablo Deiros: “La forma más característica del protestantismo latinoamericano hasta el presente es el
protestantismo evangélico.
Los evangélicos en América Latina pertenecen a una corriente dentro de las grandes confesiones protestantes, que está asociada con la tradición de las ´iglesias libres´. Las iglesias libres son comunidades autónomas e independientes del Estado, es decir, no son iglesias territoriales o establecidas. La mayoría de estas instituciones eclesiásticas provinieron de Europa, se organizaron o emergieron en los Estados Unidos, y llegaron a América Latina a través de la obra misionera.
Tan influyentes son estas denominaciones que ´evangélico´ es hoy prácticamente sinónimo de ´protestante´ en América Latina” (
Protestantismo en América Latina ayer, hoy y mañana, Editorial Caribe, Miami, 1997, p. 43).
Sólo cabe subrayar que coincidiendo con los cuatro principios clásicos del protestantismo que ya anteriormente referimos, los evangélicos los presentan, y adicionan, con los siguientes
componentes: 1) Un enfoque, tanto devocional como teológico, en la persona de Jesucristo, especialmente en el significado salvífico de su muerte en la cruz.
2) La identificación de la Biblia como la autoridad final en materia de espiritualidad, doctrina y ética.
3) Un énfasis en la conversión o un “nuevo nacimiento” como experiencia religiosa que produce cambio en la vida.
4) Una preocupación por compartir la fe con otros (fuerte acento en misiones), especialmente a través del evangelismo (puntos tomados de Alister McGrath,
A Passion for Truth. The Intellectual Coherence of Evangelicalism, Inter Varsity Press, Downers Grove, 1996, p. 22).
A la luz de lo anterior cabe, entonces, decir que todo evangélico es protestante, pero que no todo protestante es evangélico.
En la segunda mitad del siglo XIX se consolidan pequeños núcleos protestantes en distintos países de América Latina. Se reproducen con muchas dificultades, sin embargo conforman, sobre todo en las capitales de las naciones más grandes, agrupaciones que transmiten un fuerte sentido de identidad minoritaria en un contexto que les negaba participación alguna en la construcción de la sociedad.
En 1900 existían cerca de 50 mil protestantes en toda Latinoamérica; un millón en 1930, 5 millones veinte años después, 10 millones en 1960, 20 millones en 1970, 50 millones una década más tarde (Deiros, 1997:9; William R. Read y Victor M. Monterroso,
Avance Evangélico en la América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, s/l, 1970). Se calculaba que en el año 2000 los protestantes/evangélicos rondaban los cien millones.
Hoy, cerca de finalizar la primera década del siglo XXI, Latinoamérica y el Caribe se aproximan a los 600 millones de pobladores, un veinte por ciento de los cuales serían evangélicos, de acuerdo con cálculos que no proceden de fuente protestante (
ABC de los evangélicos en América Latina,
www.bbc.mundo.com).
Al igual que como fueron percibidos inicialmente por otros protestantes y/o evangélicos en Europa y Estados Unidos,
los pentecostales en América Latina han pasado de ser considerados ajenos, y hasta contrarios, a la familia protestante para transformarse en la principal vertiente de la misma.
Pero no nada más son reconocidos como integrantes del amplio abanico protestante/evangélico del Continente, sino que han
filtrado algunos de sus énfasis al conjunto del protestantismo latinoamericano. De tal manera que los pentecostales están reconfigurando los distintos rostros evangélicos que conviven en América Latina, para forjar un paradigma que va, como bien es señalado por Bernardo Campos, de
La Reforma protestante a la pentecostalidad de la Iglesia (en el libro de mismo título, Ediciones CLAI, Quito Ecuador, 1997).
Entre 60 y 75 por ciento de los protestantes latinoamericanos son pentecostales (Pablo A. Deiros,
Latinoamérica en llamas, Editorial Caribe, Miami, 1994, p. 14; Mario Escobar, “
El pentecostalismo en América Latina”,
Historia para el debate digital).
Esa realidad ha sido puesta en una nueva perspectiva por el estudioso del pentecostalismo Donald W. Dayton, al considerar que “Los evangélicos deben considerarse como un subgrupo de los pentecostales en vez de a la inversa”. Hay que aquilatar ésta realidad con todas sus fuerzas, sin dejar de sopesar sus debilidades.
En siguientes artículos vamos a delinear los polos iniciales del protestantismo en América Latina, y enunciar hacia dónde ha transitado, de tal manera que actualmente se encuentra en etapas cuantitativas y cualitativamente diferentes en comparación con su fragilidad de los primeros años.
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