El tiempo y el espacio no existen. Un niño se lanza al mar en el Golfo de México para encontrar langostas; al mismo tiempo, un empresario japonés al que acaba de dejar su mujer, duerme en una habitación de alquiler, estrecha, un nicho con puerta corredera en una pared blanca de camas de solitarios; en Roma, una madre revuelve un amasijo de calcetines para completar la imagen de su hijo, a punto para salir camino de la escuela.
Son todo anacronismos dentro de un tiempo que no deja de ser un convencionalismo. Yo mismo estoy ahora rememorando el 20 de julio –a través de la ventana atisbo frío y una cortina de lluvia intensa– con esa sensación que se tiene cuando miramos una película ambientada en Navidad en agosto, o cuando pretendemos que un film de terror japonés con niñas saliendo de un pozo nos asuste a media mañana. Intento, pues, reordenar ideas para atacar la tercera, y última, entrega dedicada al festival de Benicàssim (FIB) del verano pasado, ideas que se agolpan y se dan codazos para hacerse un hueco.
Llueve, hace frío, mi añejo equipo de música –Daniel Jándula hablaba hace poco de su pequeño equipo. ¡No te preocupes! Lo importante es seguir con la fijación completista y coleccionista de los que amamos la música, no el medio para reproducirla– repasa uno de mis álbumes favoritos de mi grupo favorito –
Doolittle, de The Pixies– y un vecino sigue provocando ese enigmático e inexplicable ruido como es el que suena a canica rebotando en el suelo hasta llegar a un inquietante silencio que yo supero con los ahora alaridos, ahora susurros, ahora caricias, ahora arranques de furia de los duendecillos bostonianos Frank Black y Kim Deal.
Domingo, 20 de julio: última jornada del festival. Otro plan para trazar una hoja de ruta coherente. Otro día de esquivar fibers ya requemados por el sol de Castellón
beach. Y un último artículo con divagaciones, sensaciones, apuntes seguramente sin coherencia ni fundamento, pero con la certeza de haber vivido de una sola tacada un nuevo póquer de ases: Moriarty, Mica P.Hinson, Richard Hawley y Morrisey. Eso sí, sin olvidar el as en la manga del día, Leonard Cohen, del que ya hablamos en la primera entrega. Ahí va, pues, la jugada:
MORIARTY Rosemary Standley, vocalista de este quinteto francoamericano, seduce, atrapa, hipnotiza la audiencia con una voz terciopelo puro y una propuesta que más de uno definirá como “otro disco de Americana. Y van...”. Pero Moriarty parecen personajes surgidos de un cuento de Allan Poe con un toque de esos nómadas embaucadores que surcaban los polvorientos caminos del viejo Oeste vendiendo pócimas y ungüentos. Con un aire crooner, paladean los sabores del folk, el country y el blues con un algo diferente. Qué sí, “que debe ser otro disco de Americana. Y van...”, pero Moriarty aún no queda claro si prefieren el Moriarty enemigo de Sherlock Holmes, el que vagaba por las sombras y perseguía al héroe hasta los riscos más escarpados, o al Moriarty protagonista del beatnik
En el camino de Kerouac, una historia donde un tal Dean Moriarty es tan ángel como pordiosero, aunque en uno de sus viejos y cochambrosos Cadillacs y Dodges no desentonaría la voz de Rosemary de fondo. Para nada. En Benicàssim lanzaron un lazo al público y el enganche es para siempre. Y aunque sea el consejo de un consumidor musical anárquico e impulsivo, háganse con una copia del debut de Moriarty
: Gee with buzz this is a lonesome town (Naïve, 2007) Y si este paso puede desestabilizar su liquidez económica, un paseo por Youtube y a disfrutar de la graaaaaaaaaaaaaan canción “Jimmy”.
MICA P.HINSON Tiene pinta de alumno empollón, tímido y que se tiene que ir subiendo las gafas con el dedo para tener algo que hacer con sus manos. Tiene pinta de miope, bonachón y de tipo del pupitre de al lado que ya me dejará los apuntes. Trajeado, con pañuelo rojo en la solapa, se transformó, de repente, en una especie de Buddy Holly eléctrico, faceta que combina con la de melómano austero y detallista. Si hay algún músico actual difícil de describir, es Mica P.Hinson. La obsesión que tengo de buscar la etiqueta de turno se ha encallado ante la majestuosidad de una ópera-indie como es el gran
Mica P.Hinson and the red empire orchestra (Houston Party, 2008) donde vuelve a demostrar que le molesta la horrenda etiqueta de cantautor y donde nostalgia y vitalismo se dan la mano con la misma facilidad que lo hace entre dejes lo-fi y otros más barrocos y orquestados, rozando la textura de una banda sonora de película. En su caso, y a pesar de la pinta de niño bueno, una película en que se incluyen una etapa de vagabundo al ser expulsado de casa, drogas y cárcel. La música, de nuevo, como elemento de redención.
RICHARD HAWLEY El ex-Pulp marca estilo con su lirismo atemporal y melancólico. Con aspecto y textura musical más propia de los años 50, Hawley ha legado, de momento, cinco discos en siete años –
Coles Corner y
Lady´s Bridge, dos joyas- en los que pasea por rincones de su Sheffield natal para regalar...canciones de amor. Sí, ¿qué pasa?. Canciones sobre el gran tema universal de la música, al menos la contemporánea, ya sean los Ramones, Guns´n´Roses o Julio Iglesias. Hawley, como Hinson, también vierte una aureola Buddy Holly, aunque el referente más claro sería Roy Orbison, el malogrado hermano Willbury. Quien no lo tenga claro, deberes: “The ocean”, “Just like the rain” o “Coles Corner” (de
Coles Corner) y “Tonight the streets are ours” y “Valentine” (de
Lady´s Bridge). Hala, a estudiar.
MORRISEY Engreído, hipnótico, provocador, magnético, vegetariano radical, medio
gentleman que se arrodilla a besar una mano, medio marrullero barriobajero que te reta a una pelea a puño descubierto en cualquier callejón. Ese es Morrisey, excesivo, barroco, pero tierno y lírico. Suele caer mal, su voz roza el histrionismo y una constante sobreactuación casi de cupletista, en otro sonaría a ridículo. Morrisey es bizarro, excéntrico, chulo. Ok. Entonces, ¿por qué no pude evitar pasar hora y media enganchado a su show? Porque es soberbio, porque sus canciones están esculpidas en la mejor tradición del Manchester
sound y porque, de vez en cuando, deja caer alguna perla de sus añejos Smiths. Y porque en su discografía hay obras de arte como
Kill uncle,
Viva hate o
Vauxhall and I. Y punto, que tampoco hay que estar justificándose siempre.
Texto y fotos: Jordi Torrents
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