Desde quienes claman contra su atrevida actitud de cuestionar la sacrosanta teoría darwinista y lo lanzan al crematorio de las ideas creacionistas tradicionales, hasta los que ignoran totalmente los argumentos científicos que presenta en la primera parte de su obra y entran a saco contra la proposición de un diseñador inteligente, pasando por aquellos otros más honestos que reconocen las críticas e intentan responderlas, pero apenas reafirman su creencia doctrinaria en el darwinismo sin presentar nuevas propuestas para solucionar las dudas generadas por el análisis de Behe.
En los Estados Unidos, cuya población está absolutamente dividida ante a este tema, se le han replicado cosas como las siguientes: que el diseño pretende explicarlo todo y por tanto no explica nada; que no es más que creacionismo científico disfrazado; que no se puede reconciliar con el problema del mal; que hay muchos ejemplos de diseños defectuosos en la naturaleza; que el diseño del mundo natural es pura coincidencia; que la famosa
complejidad especificada de Dembski no es más que matemática irrelevante para la biología; que se trata de un argumento basado en analogías y en la ignorancia de sus proponentes y, en fin, que no tenemos experiencia de diseñadores trascendentes y, por lo tanto, no podemos comparar con nadie.
Tanto Behe como su colega, el matemático, William A. Dembski y otros, se han pasado años respondiendo a estas objeciones y a otras más técnicas, según puede verse en los apéndices que aparecen en casi todos sus libros posteriores.
¿Qué puede decirse después de este largo tiempo de debate? ¿Se ha acabado con el DI o, por el contrario, éste ha salido fortalecido? Suele decirse de los movimientos culturales que implican un cambio de paradigma que pasan por tres etapas: la primera es que se intenta ridiculizarlos; después se les presenta una violenta oposición y finalmente se les acepta si es que sus fundamentos resultan irrefutables. En mi opinión, el DI ha pasado con éxito la primera etapa y actualmente se halla en la segunda, presentando batalla a la crítica darwinista desde la argumentación científica seria. En esta etapa actual se decidirá el futuro de dicho movimiento. Nadie sabe cómo acabará, pero tal como se está defendiendo parece que tenemos diseño para rato, frente al declive del darwinismo.
Los problemas que Behe expone continúan siendo anomalías graves dentro del paradigma dominante. Durante mucho tiempo los biólogos darwinistas se dedicaron al mundo macroscópico de la evolución de los seres vivos, olvidándose de los cimientos microscópicos o incluso moleculares de la vida. Y éstos constituyen un desafío liliputiense al hipotético motor de la teoría transformista, que Behe se ha encargado de airear. ¡De ahí que se le trate como al malo de la película!
En su libro principal se refiere al sistema de coagulación de la sangre en el ser humano y lo considera como irreduciblemente complejo. Es decir, que tuvo que funcionar bien desde el principio y no pudo irse formando lentamente a lo largo de millones de años como propone el darwinismo. Explica que la coagulación ocurre en forma de cascada. Cuando es activada por un accidente, como un corte en la piel o un pinchazo, que provoca el sangrado, se desencadena todo un conjunto de acciones generadas por varios tipos de enzimas y proteínas que, a su vez, activan a otras proteínas y así sucesivamente hasta que se produce la detención de la hemorragia. Si falta alguno de los elementos de esta cascada se puede generar un flujo descontrolado de sangre o una trombosis general. Por el contrario, nadie sabe todavía hoy cómo el cuerpo es capaz de frenar el proceso de coagulación allí donde es necesario y, sin embargo, sin dicho control, el organismo moriría víctima de una coagulación general.
Las explicaciones darwinistas se limitan a decir que un hipotético precursor de dicho sistema de coagulación, que se debió formar casualmente por una pequeña mutación aleatoria en el ADN o por duplicación de genes, tuvo que ofrecer alguna ventaja evolutiva a un remoto ancestro de los animales, y por eso tal mutación se mantuvo. Después de posteriores mutaciones al azar el sistema continuó mejorándose poco a poco, aumentando así el número de proteínas hasta llegar al sistema actual.
Behe presenta numerosas razones para no aceptar esta explicación tan ambigua. Dedica doce páginas de su libro intentando expresar, de la forma más simple posible, el funcionamiento de esta cascada en diez saltos que emplea alrededor de veinte compuestos moleculares diferentes, para concluir que la complejidad y la interacción mutua del reconocimiento de las heridas, las respuestas del organismo, la formación de coágulos y la reparación de las lesiones no se pueden explicar mediante mutaciones o supervivencia de los más aptos porque, sencillamente, todo es demasiado interdependiente.
El hecho de que existan en el reino animal, sobre todo en especies acuáticas expuestas a un medio distinto al aéreo, otros sistemas de coagulación algo más simples que el humano, nada resta al argumento en cuestión. Las características sanguíneas de cada especie están notablemente adaptadas al ambiente y los particulares hábitos de vida. Es lógico que animales que deben soportar hábitats tan diferentes difieran también en sus órganos y sistemas expuestos a tales medios. La cuestión es qué pasos fueron necesarios para pasar de un sistema a otro y si la selección natural de las mutaciones al azar es capaz de explicarlos sin ambigüedades.
Algunos proponentes del evolucionismo se refieren a los coágulos que causan ataques cardíacos y apoplejías como fallos en el designio inteligente del sistema de coagulación, pero en realidad nadie sabe si el auténtico responsable de tales accidentes vasculares es la dieta, el estrés o la propia forma de vida. El verdadero misterio de la coagulación no es la formación del coágulo sino la regulación de todo el sistema. Si se forma en un lugar equivocado, por ejemplo el cerebro o el pulmón, sobreviene la muerte. Lo mismo ocurre si se origina veinte minutos después de producirse la herida, ya que la hemorragia no se pararía. Si el coágulo no queda confinado a la propia herida, todo el sistema circulatorio podría solidificar con consecuencias también nefastas. Y, en fin, si no es capaz de cubrir por completo toda la superficie de la herida resultaría del todo ineficaz. Para crear un sistema de coagulación sanguínea perfectamente equilibrado en todos los sentidos, es necesario que montones de componentes proteínicos se ensamblen todos a la vez. Esto elimina la explicación gradualista del darwinismo y encaja mejor con la hipótesis de un diseñador inteligente.
¿Podría la duplicación de genes dar razón del origen de la coagulación sanguínea? Cuando el ADN se duplica en una célula para dar lugar a otra célula hija, ocurre a veces que el proceso sale mal y un determinado gen puede ser copiado dos veces. Mientras el gen original continúa con sus funciones habituales, el gen extra queda sin rumbo y puede llegar a crear una nueva función. Algunos genetistas han propuesto la teoría de que es precisamente así como se crean componentes nuevos para los sistemas irreductibles. Sin embargo, lo que a menudo no se reconoce es que los genes duplicados no generan proteínas nuevas con propiedades diferentes, sino la misma clase de proteínas de antes. Y este es el problema. No es científico decir que la proteína A se transformó en la B porque “la duplicación de genes así lo hizo”. Los darwinistas no aportan detalles concretos de cómo puede ocurrir dicho cambio en el mundo real sino que apelan una vez más a la “evolución tapa-agujeros”.
Cuando un especialista trata de elaborar paso a paso los posibles componentes del escenario que la evolución de la coagulación de la sangre pudo haber atravesado, según la hipótesis darwinista, no puede sustraerse a la tentación de emplear verbos ambiguos como: “surgió”, “se transformó”, “apareció”, “cambió” o “nació”. No obstante, nunca se da una explicación significativa y contrastable de qué es lo que causó cada paso o cada aparición repentina. Esta falta fundamental de pruebas es la que hace dudar de tales escenarios. Además, ¿qué ocurre con los seres vivos en la realidad? ¿Cómo fue capaz la coagulación de evolucionar lentamente, mientras el animal o la especie en cuestión eran incapaces de detener sus hemorragias que les provocarían la muerte cada vez que se hirieran? Si no se posee todo el sistema completo y cada parte en su lugar adecuado, éste no funciona. Incluso aunque se dispusieran de todas las proteínas y demás moléculas adecuadas, pero en diferentes lugares y con distintas funciones, la selección natural sólo es capaz de operar si existe algo útil y activo en ese instante, no en el futuro.
En este sentido Behe manifestó: Nadie jamás ha llevado a cabo experimentos para demostrar cómo pudo haberse desarrollado la coagulación sanguínea. Nadie ha sido capaz de demostrar cómo es que un gen duplicado puede desarrollar una nueva función, con la cual comienza a formar un sendero nuevo e irreduciblemente complejo (Strobel, L., El caso del Creador, Vida, 2005, p. 265).
El evolucionista, Kenneth R. Miller, intentó usar las herramientas de la genética molecular para borrar o estropear algunas partes de un sistema complejo con el fin de comprobar si la evolución era capaz de repararlo o reemplazarlo adecuadamente. Si dicho sistema se arreglaba sólo mediante procesos evolutivos naturalistas, ello indicaría que Behe no tenía razón y su teoría quedaría desacreditada. En este sentido, Miller se refirió a un experimento llevado a cabo por el científico Barry Hall de la Universidad de Rochester, indicando que dicho trabajo demostraba que los sistemas bioquímicos complejos se explicaban bien en términos evolutivos y, por lo tanto, Behe estaba equivocado. ¿Qué fue lo que se comprobó?
En realidad, lo que hizo Hall no fue eliminar un sistema complejo y después demostrar cómo pudo reemplazarlo la selección natural paso a paso, sino eliminar un componente de un sistema formado por seis componentes. Desde luego, reemplazar un componente de un sistema complejo es mucho más fácil que construirlo completamente a partir de la nada. Lo que se demostró es que un sistema complejo es capaz de solucionar por procesos aleatorios un pequeño fallo introducido deliberadamente. Además, el propio Hall manifestó que intervino personalmente para mantener todo el sistema en funcionamiento mientras se producía el reemplazo del componente que faltaba. Es decir, añadió un compuesto químico a la mezcla que indujo la mutación necesaria para suplir la falta. Por tanto, este experimento nunca habría podido ocurrir en la naturaleza sin una intervención inteligente que lo controlara y favoreciera.
La mutación inducida en el laboratorio de Hall nunca se habría producido de manera natural porque, para que así fuera, se requeriría simultáneamente de otra
segunda mutación, y las probabilidades de que ambas mutaciones ocurrieran a la vez por azar son absolutamente prohibitivas. El propio Hall confesó que inyectó inteligencia al sistema al intervenir directamente para poder obtener los resultados que nunca se habrían dado espontáneamente en el mundo natural. En realidad, este experimento lo que demuestra son los límites del darwinismo y la necesidad del diseño para explicar los sistemas complejos (Behe, M. J., “A True Acid Test: Response to Ken Miller”,
www.arn.org/behe/mb_trueacidtest.htm).
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