Permítanme incluir una nota autobiográfica en estas palabras, para poder explicar el sentido de gratitud y privilegio con que me dirijo a los aquí presentes, y la alegría que me inunda al participar en la presentación de esta
Biblia Traducción Interconfesional.
Yo nací y crecí dentro de una iglesia evangélica en Arequipa, al sur del Perú. Allí además de inculcarme el amor por la Biblia me inculcaron el interés en la historia. Fui lector asiduo de algunos libros clásicos acerca de los Reformadores Protestantes en la España del siglo 16. Uno de estos personajes que cautivó mi imaginación fue
Julián Hernández llamado “Julianillo”.
Julianillo había aceptado la fe luterana y con ella la pasión por que la lectura de la Biblia se difundiese, especialmente a nivel popular, cosa que en esa circunstancia había sido facilitada por la invención de la imprenta. Julianillo se había relacionado con Juan Pérez de Pineda quien en 1542 aparece en Roma como encargado de negocios del emperador Carlos V, y luego pasa a ser Rector del Colegio de la Doctrina en Sevilla, de donde tuvo que huir a Ginebra en 1550 perseguido por la Inquisición.
Pérez de Pineda publicó en Ginebra su propia traducción del Nuevo Testamento, basada en la traducción que Francisco de Enzinas había dedicado a Carlos V. Julianillo sirvió como amanuense y corrector de pruebas para Pérez de Pineda, pero llegó a ser conocido por algo que cuenta otro traductor famoso: Cipriano de Valera:
En este mismo año de 1557, aconteció también otra cosa bien memorable en la misma ziudad de Sevilla, i fue que uno llamado Julián Hernández (al cual los franceses, por ser muy pequeño de cuerpo, llamaban Julian le Petit), con gran deseo i zelo que tenía de hacer algún servizio a Dios i a su patria, sacó de Jeneva dos grandes toneles llenos de libros Españoles, de aquellos que dijimos el Doctor Juan Pérez haber impreso en Jeneva, y los metió en Sevilla y los repartió”(1)
El propio Valera aclara en la “Exhortación” que precede a su Biblia de 1602 que esos libros eran nada menos que el Nuevo Testamento traducido por Juan Pérez de Pineda, y que fueron depositados en casa de don Juan Ponce de León y en el monasterio San Isidoro del Campo de los Jerónimos, situado en Sancti Ponce, a seis kilómetros de Sevilla. En Noviembre de 1557 el Consejo de la Inquisición daba noticia a Felipe II acerca de la entrada de estos libros que luego fueron puestos en el Catálogo de Libros Prohibidos en 1559. Varios de los protagonistas de estos eventos fueron apresados por la Inquisición, entre ellos Julián Hernández.
En el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560 en que fueron quemadas las estatuas del Dr. Egidio, de Ponce de la Fuente y de Juan Pérez de Pineda pereció también Julián Hernández.. El historiador Justo González ofrece este resumen de los hechos:
Uno de los principales promotores del protestantismo español fue Julián Hernández, conocido debido a su baja estatura como “Julianillo”. Cuando por fin fue apresado por la inquisición se comportó con singular valentía. Repetidamente fue llevado a la cámara de torturas sin que pudiera arrancarle una abjuración, ni el nombre de alguno de sus correligionarios. Al ser llevado a la pira pronunció las palabras que hemos citado al principio de este capítulo.(2)
Ese capítulo 13 de la obra de González empieza con esta cita de lo que dijo Julianillo ya en la hoguera:
¡Valor camaradas! Esta es la hora en que debemos mostrarnos valientes soldados de Jesucristo. Demos fiel testimonio de su fe ante los hombres, y dentro de pocas horas recibiremos el testimonio ante los ángeles. Por eso Julianillo fue un héroe de mi niñez y temprana juventud en la lejana Arequipa y sigue siéndolo. Pero debo avanzar en esta breve reflexión.
En 1966, tuve el privilegio de realizar estudios doctorales en la Universidad Complutense de Madrid. Fue entonces cuando yo el evangélico del Perú, descubrí la figura del
Cardenal Cisneros y la para mi sorprendente historia de la Biblia Complutense. Si se tiene en cuenta la época por la que atravesaba España en ese momento, la Complutense fue una hazaña de erudición, trabajo y paciencia, puestas al servicio de una visión muy singular. Otra vez Justo L. González nos recuerda lo siguiente:
Cuando apareció la Poliglota Complutense contaba con seis volúmenes. Los primeros cuatro comprendían el AT, el quinto el Nuevo y el sexto una gramática hebrea, caldea y griega. Aunque la obra se terminó de imprimir en 1517 no fue publicada oficialmente sino hasta 1520. Se cuenta que al recibir el último tomo Cisneros se congratuló de haber dirigido “esta edición de la Biblia que en estos tiempos críticos, abre las sagradas fuentes de nuestra religión, de las que surgirá una teología mucho más pura que cualquiera surgida de fuentes menos directas.(3)
¿Por qué evocar a Julianillo Hernández y al Cardenal Cisneros en esta oportunidad?. Tengo la impresión de que ambos se alegrarían de ser testigos del evento que celebramos esta noche. Porque la BTI reúne, por así decirlo, los dos impulsos que movieron a esas figuras del siglo XVI. Por un lado la pasión por hacer que la Palabra llegue al mayor número de personas que sea posible. Y por otro lado asegurarse de que la mejor erudición sea puesta al servicio de la causa de la reforma de la Iglesia y la revitalización de la teología.
Sinceramente creo que estos dos impulsos se han dado la mano en la empresa que ha culminado con la publicación de esta Biblia. Desde mediados del siglo 19 los colportores de las Sociedades Bíblicas han recorrido la península ibérica, al igual que toda Hispanoamérica en su afán de hacer llegar la Biblia al pueblo. En algunos casos, la memoria de estos viajes ha quedado plasmada en escritos fascinantes que han llegado a ser parte de la historia y la antropología de España y América. El Presidente Manuel Azaña, por ejemplo, encontró fascinante los relatos y descripciones del colportor Jorge Borrow e hizo su propia traducción de ese libro fascinante que es
La Biblia en España. Hoy en día con el mismo impulso de Julianillo Hernández las Sociedades Bíblicas utilizan todos los medios modernos para la difusión del mensaje bíblico. Y esta nueva traducción interconfesional es también resultado de ese impulso.
Por otra parte y especialmente a partir del Concilio Vaticano II el esfuerzo bíblico católico en nuestra lengua ha crecido de manera asombrosa. Cuando yo dirigía una revista evangélica en la Argentina en las décadas de 1960 y 1970, recuerdo la expectativa con que esperábamos revistas católicas como
Cultura Bíblica y
Evangelio y Vida que recibíamos en canje. En ambas había trabajo académico esmerado con intención pastoral y muchas veces en nuestras revistas
Certeza o
Pensamiento Cristiano reproducíamos artículos. Para mi fue una alegría y un privilegio colaborar en el número especial de
Reseña Bíblica que editó el Profesor Ricardo Moraleja en el año 2006. Este trabajo de erudición y publicación seguía el mismo impulso que dio lugar a la visión del Cardenal Cisneros y la publicación de la Biblia Complutense en 1520.
El avance de la historia de los cristianos, el esfuerzo por trabajar hacia un testimonio más unido y más creíble de la fe común en Jesucristo ha hecho posible esta confluencia de dos impulsos en un esfuerzo editorial conjunto, abierto y esperanzado.
En los últimos años, en muchas situaciones locales de la geografía española, católicos y protestantes se han unido para difundir, leer en público y mostrar la pertinencia de la Biblia para los seres humanos de hoy. Pero queda todavía mucho por hacer. Es de esperarse que este nuevo texto pueda ser usado para una difusión amplísima como la que quería Julianillo Hernández. Y que la erudición que se refleja en el aparato auxiliar que esta edición de la Biblia provee sirva para que el pueblo de Dios y el lector en general vean su fe en Jesucristo purificada y fortalecida.
1) Citado por Enrique Fernández y Fernández, Las Biblias castellanas del exilio, Miami: Editorial Caribe, 1976, pp. 88-89.
2) Justo L. González, Historia del Cristianismo, Tomo II Miami: UNILIT, 1994, p. 126).
3) Ibid., p. 26
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