Claro que Woody Allen hacía referencia a una lluvia de palos.
- No se inquiete, está apagado.
- ¿Cómo dice?
- El Agua. Está apagado. Extinguido.
- Genial. Con la que está cayendo…
A medida que voy hacia el ecuador, resulta más y más complicado encontrar a personas que hablen inglés. Pero es una sensación engañosa. Lo cierto es que, cuando menos lo esperas, puede aparecer alguien que te aparta del sistema de comunicarse por medio de gestos, que no siempre da el resultado deseado: señalar hacia el cielo puede malinterpretarse, pues en algunos lugares se quedan mirando hacia el azul infinito, y la idea de la eternidad puede perturbarles.
Al situarme debajo de un pequeño puente bajo el que no corre ningún río, aunque amenaza con inaugurarse uno a este ritmo, para pasar un rato al aire libre, y para despejarme después de varios días encerrado y resguardado del calor y la humedad, tengo una vista privilegiada del Agua, imponente detrás de algunos edificios altos y medio deshechos. Como si de un fondo de papel se tratase, el volcán permanece difuminado tras una sábana líquida, una cortina que limpiará el aire enrarecido de las últimas jornadas. Siento un pinchazo en el tobillo, un dolor no muy fuerte, pero continuo.
- ¿Le duele?
- Desde hace días.
- Tómese una de estas, le sentará bien… paracetamol
Sostengo entre los dedos la pequeña píldora que Walter me tiende. Lo olvidaba: éste es Walter, será mi guía al ascenso del Agua, cuando la lluvia pare, o nos cubramos de barro, lo que suceda antes. Aunque si sucede lo segundo, no necesitaré un guía como Walter.
La pongo sobre la lengua, y abro la boca bajo la lluvia intensa para tragarla.
- Gracias.
- El café que tenemos por aquí despeja bastante bien –dice en su inglés cálido. Abre un termo y sirve en el tapón un humeante sorbo, que bebe haciendo ruido. Un perro ladra a lo lejos. Me tiende el termo. Niego con la cabeza. Nos conocemos desde hace un par de días, y la confianza es total. Tiene que serla cuando vas a subir a un volcán de casi cuatro mil metros, y además hay que atravesar maizales y bosques silvestres.
- ¿Es habitual que llueva así?
- No lo sé –silencio. Se mira las uñas–. Aunque me parece que al menos tendremos que subir un trecho a caballo…. Anímese –me señala al pico hundido del volcán, y me pregunto si se habrá formado una espléndida piscina en su interior–. Probablemente hará este mismo tiempo allí arriba, pero sin pausa –me mira a los ojos y ve la impaciencia cristalizada en ellos–. Lo mejor que puede hacer ahora es no desesperar.
Walter saca el brazo de debajo del puente, con la palma hacia abajo, y deja que llore el mundo sobre él. Sin dejar de mirarme, pero sin fijar especialmente la atención en mí, dice, en voz baja:
- Mire hacia el Gran Hunapú… fíjese bien, le enseñaré un truco.
Gira la palma de la mano, y veo cómo cae la cortina de agua ante el volcán. Se levanta un viento que nos acaricia los tobillos, y se abren claros en el cielo. Me quedo con la boca abierta.
- ¿Cómo ha hecho eso?
- A veces el barro cubre las cosas bellas. Pero eso no quiere decir que lo que está cubierto pierda su valor… el agua es un recurso precioso, ¿no le parece?
- Si… lo es.
- Voy a por los caballos. Mañana a las siete salimos.
Mirar más allá del barro. Cuando se apartan las nubes, se perfila mejor la imagen del volcán que da nombre a la tonalidad del cielo, en el que no queda sino perderse. La cantidad de luz es parecida, pero el hecho único del fin de la lluvia cambia el paisaje y las sensaciones por completo.
Si quieres comentar o