El genoma contiene la forma de construir muchas proteínas complejas, los tipos de ARN y el propio ADN, pero esto no es suficiente para fabricar todo un elefante o un ser humano.
Además del ADN que constituye los genes del genoma, se requiere también de la ayuda que aporta la célula que ha de ser capaz de traducir toda la información que éste contiene. Por tanto, las interrelaciones entre la información del ADN y los estímulos químicos de la célula, deben ser sumamente importantes ya que condicionan todo el desarrollo de los seres vivos. Esto es todavía mucho más maravilloso y complejo de lo que se esperaba.
Una consecuencia inmediata de lo anterior es que, si todos los planos detallados del individuo no pueden estar escritos en su genoma, entonces el ADN no tiene relación con el supuesto código de formación de nuevas especies. Esto afecta negativamente a la teoría darwinista pues implica que las diferencias genéticas entre las especies no están relacionadas con las pretendidas diferencias evolutivas o filogenéticas. Lo que significa que la hipótesis neodarwinista, que propone que las especies se originan por acumulación lenta y gradual de mutaciones en los genes, que provocarían cambios fisiológicos beneficiosos, deja de ser posible en la realidad.
Los genes no parecen tener mucha importancia para la evolución. De hecho, se ha comprobado que sólo un 5%, o menos, del genoma participa en la herencia. Esto es algo absolutamente contrario a lo que cabría esperar de ser cierta la evolución de las especies.
La biología molecular está aportando numerosos ejemplos de esta falta de relación entre los genes y la hipotética evolución. ¿Cómo es posible explicar que un mismo grupo de genes, que producen las mismas proteínas, se hallen en especies tan diferentes como el ser humano, el ratón y el cangrejo de río? ¿es que no han cambiado con el tiempo? En efecto, la astacina, que es una proteína de la familia de los metaloendopéptidos, se encuentra en el intestino delgado humano, en los conductos renales de los roedores y en el aparato digestivo del cangrejo de río del género Astacus (Chauvin, R., Darwinismo, el fin de un mito, Espasa, Madrid, 2000.) Si la evolución fuera cierta, estos genes deberían haber mutado mil veces y convertirse en algo completamente diferente a lo largo de las eras. Sin embargo, ahí están intactos, demostrando que la evolución no les ha afectado en absoluto. Hay muchos ejemplos como éste que ponen de manifiesto la falta de relación existente entre ciertos genes y el proceso evolutivo.
Otra sorpresa genética, que no encaja con los requerimientos de la evolución es la que se refiere a la cantidad de ADN que poseen las distintas especies biológicas. Según el darwinismo, siguiendo la equivalencia de que “un gen controla un carácter” y aunque se sabe que la cosa es más complicada, lo lógico sería encontrar que los animales superiores y más complejos poseyeran siempre una mayor cantidad de ADN en sus células. Es decir, más genes. Y, por el contrario, que las especies más simples tuvieran bastantes menos. Sin embargo, al analizar los distintos grupos se observa que en numerosos casos ocurre justamente todo lo contrario. Los canguros y el resto de los marsupiales tienen más ADN que los primates; los ajolotes más que las ranas y los mamíferos; las salamandras tienen más que el resto de los batracios, etc. ¿Qué significa esto? Es evidente que el grado de complejidad de los seres vivos no está relacionado con la cantidad de ADN. Las especies poseen el número de genes que necesitan para funcionar bien, independientemente del lugar que se les asigna en el hipotético árbol de la evolución. Más que transformación, los genes sugieren estabilidad, diseño y creación original.
Se ha calculado que sólo el 5% del ADN humano tiene importancia desde el punto de vista funcional. ¿Qué pasa entonces con el 95% restante? Los genes que poseen una función concreta están separados entre sí por trozos de ADN que parecen inútiles y constituyen el llamado “ADN basura”. Se trata de un peculiar parque zoológico de pseudogenes, retropseudogenes, satélites, minisatélites, microsatélites, transposones y retrotransposones. Sin embargo, no todo el ADN basura carece de significado.
Algunos autores creen que parte de tales genes pudieron tener funciones concretas en el pasado, que en la actualidad se habrían perdido, y por eso están inactivos. Serían reliquias de la antigüedad que permiten formular preguntas -del todo contrarias al darwinismo- como, ¿era el ser humano original más perfecto, en todos los sentidos, que nosotros hoy? ¿disponía de genes beneficiosos que ya se han perdido? ¿es probable que algunos de tales genes dormidos en el ADN basura correspondan en realidad a los que infundían la excelencia física a nuestros primeros padres? ¿ha mejorado la raza humana o se ha empobrecido genética, moral y espiritualmente?
El mapa del genoma humano y de otras especies animales ha revelado la existencia de elementos repetitivos, como los mencionados transposones, que podrían haberse introducido en los seres vivos como consecuencia de antiguas infecciones víricas. El genoma de estos agentes infecciosos podría haber pasado así a formar parte de las células sanas de su huésped de forma permanente. Hoy conocemos virus causantes de enfermedades, como el herpes que provoca llagas en la boca, que habita permanentemente en el ser humano. O el virus de la hepatitis capaz de provocar cáncer de hígado en algunas personas infectadas. Precisamente una de las razones por las que resulta tan difícil de detectar el virus del sida en las células sanguíneas, es que una copia de su genoma se ha incorporado al genoma de la persona infectada, camuflándose en su interior. En este sentido, resulta muy sospechoso comprobar que trozos de genes humanos que actualmente poseen funciones vitales en la fisiología humana, tienen un misterioso parecido con genes de virus que infectan a especies muy diferentes.
Todo esto lleva a pensar que aunque el papel del genoma sea fundamental, no es lo único que influye en la herencia. ¿Hubo en el pasado una explosión de estos transposones que alteró el genoma humano y del resto de los seres vivos, afectando negativamente al perfecto diseño original divino? Esta introducción de enfermedades latentes y ADN defectuoso en los genomas, ¿sería consecuencia de lo que la Biblia llama la Caída y del deterioro ambiental que le siguió? ¿es posible que el elevado número de elementos repetitivos en nuestro genoma presagie algún tipo de inestabilidad a largo plazo? ¿está la raza humana condenada a la extinción en un juicio final futuro que ya estaría escrito en sus propios genes? No lo sabemos. Todavía no existe respuesta desde la ciencia para estas preguntas. Pero desde luego, son legítimas y bastante inquietantes.
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